Duda y
escepticismo reflejaban los rostros de los científicos del Laboratorio Europeo
de física de las Partículas (CERN) cuando en Suiza en Septiembre de 2011 su
director, solicitando prudencia hasta que concluyan los análisis matemáticos, anunció
que los resultados obtenidos por el detector subterráneo Opera en Italia, al
parecer demostraban la existencia de neutrinos que “habrían recorrido el
espacio de 732 km entre Ginebra y el Gran Sasso, unos 60 nanosegundos más
rápidamente que la luz”, contradiciendo las afirmaciones de la Relatividad
Especial varias veces comprobada en Fermilab y también con la llegada de 18
neutrinos después del estallido de la Supernova 1987A en la Gran Nube de
Magallanes, a 150 millones de años luz de la Tierra.
Tres meses
después, experimentos realizados independientemente en Japón y EEUU ratificaron
lo que ya se conocía: en nuestro universo nada viaja a una velocidad superior a
los 300.000 km por segundo. En Marzo de 2012, el director del proyecto Opera
renunció a su cargo cuando se comprobó que un defecto de conexión entre el
sistema GPS y los cronómetros de los servidores que recogían los datos de los
neutrinos enviados a través del acelerador, era el responsable de esos erróneos
resultados.
No es la primera
vez que se trata, sin éxito, de cuestionar alguna de las predicciones de la
Teoría de la Relatividad, que explica la cosmología contemporánea y el
comportamiento de la materia a escala macro-cósmica pero es insuficiente para
describir la naturaleza y el funcionamiento de los mundos subatómicos,
gobernados por la incertidumbre (Heisenberg) que horrorizaba a Einstein (“Dios no juega a los dados con el mundo…”)
y el cálculo de probabilidades (Bohr) de la Teoría Cuántica, capaz de hacer
previsiones con una precisión de varios decimales para determinar en qué nivel
de energía se encontrará un electrón que orbite al núcleo atómico, aunque
tampoco logra comprender qué es el electrón en sí mismo y porqué se comporta
como lo hace, insuficiencia de la que no nos salva el decir que la ciencia sólo
debe describir sin pretender explicar, renunciando a conocer y convirtiéndonos
apenas en espectadores.
Conviene
recordar que ni el espacio ni el tiempo son anteriores a las cosas. En la descripción
del cosmos que hace la Relatividad, a partir del Big Bang los fenómenos
despliegan un continuum
espacio-temporal de cuatro dimensiones, inexistente antes de la aparición del
universo. Cada aspecto de la realidad, desde el Prana hindú y los quarks
a las galaxias, pero también nuestra vida psicológica o las experiencias
místicas, crean y habitan su propio espacio-tiempo que de acuerdo con la Teoría
de las Supercuerdas, está constituido por 11 dimensiones.
¿Cómo imaginar
ese universo?
***
“Punto es lo que
no tiene extensión…”, enseñaba Euclides 23 siglos atrás. Si no tuviera
dimensiones (del Latín di-metiri,
medir; en Griego matra) el universo sería
un punto inmóvil que no cambiaría, ya que no hay tiempo “transcurriendo” para
hacerlo ni otro lugar a donde ir aparte de este punto, que es todo cuanto
existe. Nadie podría dar cuenta de él, pues un eventual observador debería
situarse en otro punto, que no existe, y desde allí mirar el universo. La
Tradición Hebrea afirmaba que Uno no es un número (centro que está en todas
partes…) y dos, apenas una línea que para ser consciente de sí requiere de
tres, el primer número “verdadero” que corresponde a un triángulo, primera
forma cerrada y completa.
“Ninguna
meditación es posible sobre el número Uno, el movimiento empieza con el dos,
cuando a nivel del Sí, aparece la conciencia de Sí…” (SRF, Principios sobre la Verdad y el Misterio de los números, 1956). De
allí que todas las tradiciones reconozcan un Ternario en sus orígenes: Padre,
Hijo, Espíritu Santo del cristianismo; o Brahma, Vishnú, Shiva en la India; que
son Kether, Hochmah y Binah de la Qabbalah hebrea, como El Aquil, El Aqlu y El
Maqul en el pensamiento islámico. Tei Yang Ying en China o G1, G2 y G3 en
Palenque…
El tiempo es el cambio de este punto, el
hacerse ese movimiento -lo que convierte al I-Ching en maestro del pasado, el presente y el futuro- que a su
vez “crea” un espacio más allá del
que ocupa nuestro universo adimensional. Si ocurre en la misma dirección, se
formará una recta, la primera dimensión,
por ahora apenas de dos puntos, lo cual ya es algo. Aunque fuesen infinitos
puntos solo hay el tiempo en el que surgen y esa misma primera dimensión…Claro
que podemos preguntarnos qué movió a
nuestro punto original y entonces o introducimos un daimon en el modelo, o pensamos en materia y energía obscuras… “flogistos”
de la cosmología actual, hasta concebir lo No-Manifestado asimétricamente
equilibrando al universo manifiesto, ambos nacidos de una Causa Suprema.
Habiendo más de
un punto o más de una partícula (quarks, fotones, electrones) no hay ninguna
razón para que no aparezca entre ellos la interacción
gravitatoria que ya a escala macro-cósmica es extremadamente débil y será
también la más inconmensurablemente débil curvatura
del espacio que nuestra línea con su misma presencia ha creado, unificando
el indeterminismo cuántico con el determinismo relativista, lo que requiere de
varias proezas matemáticas (teorías de gauge, renormalización de Feynman). Tampoco
hay razón alguna para que dicha línea, ahora curva por la gravitación que surge
por su mismo nacimiento, se mueva preferentemente en alguno de los seis
trayectos que pueden generar tres ejes (x,y,z) cruzados ortogonalmente, creando
planos aun sin espesor pero con longitud y anchura, extendidos por seis
direcciones espaciales como seis líneas de los hexagramas del Libro de los Cambios, seis chakras o seis quarks. A su vez, esta
superficie curva sólo puede moverse en su bidimensionalidad
que al vibrar se rebasa como plano y crea una tercera dimensión, donde aparece un volumen, que a su vez puede moverse,
vibrar, dando nacimiento al mundo como espacio-tiempo, y a nosotros, sus
testigos. Este espacio tridimensional en movimiento (tiempo) hace un continuum de cuatro dimensiones.
***
Justine, Balthazar, Mountolive, y Clea, es el
modo en que Lawrence Durrell vio este continuum. Con un lenguaje de gran
plasticidad y colorido, en la Alejandría de preguerra y en el desierto egipcio
se presentan los múltiples sucesos que reúnen a tres personajes en relación con
un eje de acontecimientos. Desde perspectivas diferentes, se vive en El cuarteto de Alejandría (1957-1960) el
más humano de los dramas: la belleza trágica, el saber del iniciado y la
política, apuntan al amor y a la hija de Justine que desaparecida al inicio de
la trama es un símbolo del mundo que nace de una ausencia, de una pérdida, que
en otros contextos es del Paraíso, de la Palabra Sagrada o de la Tradición...
En los tres
primeros libros la historia no progresa y desde cada vida-dimensión (espacio)
se producen a lo largo de la obra distintos desarrollos que en conjunto
muestran la verdadera naturaleza de los personajes que entrelazan sus motivos,
sus expectativas y los estremecedores matices que inevitablemente quedan
ocultos o ignorados, siempre relativos a la mirada desde cada posición. “¿Porqué
la gente no muestra más que un solo perfil a la vez?” se pregunta Justine, quien da nombre al primer
libro, reconociendo que nada puede ser cabalmente conocido sino cuando una
multiplicidad de planos revela lo invisible a otras direcciones, como en una
pintura de Gris o de Picasso. En la cuarta obra el tema central evoluciona. Aparece
el movimiento (tiempo), bajo la mirada de Clea…artista que renuncia al amor
humano por su amor al arte, donde confluye la solución de los misterios.
- Lo que sigue a
un mundo de cuatro dimensiones es el bellísimo Christus Hypercubus (1954) que, contemplado por Gala en Port
Lligat, inunda el “hiperespacio” de Dalí con una fantasía octaédrica inspirada
en la visión de Juan de Herrera (1530-1597, constructor del Escorial) que
contribuye al nacimiento del “cubismo metafísico trascendente…” del pintor. Esta
experiencia del hiperespacio es
estética y está en el significado de
la obra ya que el movimiento de un continuum
que en sí mismo es movimiento, se puede imaginar y aún formalizar, pero no
graficar en las dos dimensiones de una tela.
¿Cómo
representarnos un espacio-tiempo en movimiento? ¿Qué es el tiempo desplazándose
en el tiempo?
Habrá que
introducir al hombre en el modelo y abandonar nuestra “objetividad” mal
entendida, venida a menos cuando en el experimento de Young (1801) las
partículas subatómicas no obedecían la lógica prescrita en el Organum del Gran Peripatético. Opuesto
al Principio de Identidad, el electrón se comporta como onda y partícula a la vez y nuestra medición
define el resultado al aportar información al sistema de superposición de
estados cuánticos, que coagula el fenómeno en una forma de la cual somos los
únicos autores. El electrón no adivina nuestras intenciones, es el experimento
diseñado para detectarlo el que condiciona el resultado…
El
reconocimiento de que la física relativista no puede explicar los fenómenos
subatómicos, condujo en 1995 a crear un modelo de universo con más de 4
dimensiones, que, muy compactas, se acomodan en un espacio de Calabi-Yau, por
los dos matemáticos de las universidades de Pensilvania y Harvard que,
respectivamente, lo conjeturaron y probaron.
Aunque desde la ecuación de Einstein conocemos la clara relación entre materia y energía, las “partículas” en sí mismas se manifiestan como energía (fotones), como materia y energía (quarks) o como materia (electrones), cada una en su propio espacio-tiempo. Pero nuestra idea corpuscular de las “partículas” como puntos u objetos esféricos no es adecuada para explicar sus propiedades y la física cuántica las imagina más bien como “vibración” del espacio-tiempo, o del “campo” en el que existen.
Una cuerda en
movimiento es lo más parecido que tenemos a esta imagen…y es el sencillo
instrumento con el cual hace ya 2.500 años Pitágoras comprobó que en el
conjunto de frecuencias vibratorias que siguen a pulsar la cuerda, los
armónicos son siempre múltiplos enteros del número de vibraciones asociado a la
nota fundamental. Así, establecieron las bases de una ciencia de los números
que hasta la fecha se ha demostrado muy precisa en la investigación de lo real,
aunque hemos perdido la mitad de su comprensión, pues sus cifras eran seres,
más que simples cantidades.
Esta misma idea
inspiraba a Planck cuando en 1900 descubrió que la emisión de calor de un
cuerpo negro (en equilibrio térmico con su entorno) no es continua sino que se
hace en paquetes o quantums…siempre
múltiplos enteros de una cantidad fundamental que se describe con números discretos
(1,2,3…).
Esto hace pensar
que los números no surgen al azar, ni reflejan primitivas cuentas que se
llevaban con las manos; se encuentran en la estructura misma de la naturaleza y
son confiables en la información que nos aportan sobre el sentido de su origen,
más allá de señalarnos una cantidad de vibraciones. Planck expresó su ideación
como el “mínimo cuanto de acción” en la ecuación E=hv, donde h es la constante que lleva su nombre y v (la nu griega) la frecuencia vibratoria de
E, energía. Poco después Bohr descubrió un modelo atómico (1913) donde los
electrones sólo ocupan niveles de energía que, obedeciendo a la misma ley, se
designan con los mismos números enteros que también marcan los intervalos
musicales.
Así, en esta quinta dimensión y como fondo de la
realidad que percibimos, la Cosmología actual encuentra frecuencias armónicas de oscilación, que en la astrofísica forman
“espectros” de frecuencias vibratorias, con “resonancias” y funciones
trigonométricas que llevan a “análisis armónicos” de señales variables en el
tiempo…una verdadera trama musical del estado energético del Todo, con la cual,
mucho tiempo atrás, la Escuela pitagórica (s. VI a.C.) encontró
correspondencias exactas entre realidad, filosofía, astronomía y matemáticas,
estudiando la “música de las esferas” que cautivó a Platón (La República), Aristóteles (Sobre El Cielo), Cicerón y luego al
jesuita Kircher (1601-1680). Robert Fludd en 1617 escribió De Música mundana relacionándola con la física, las matemáticas y sus
expresiones en el cuerpo humano. También Kepler, que formuló las leyes que
rigen el movimiento elíptico de los planetas alrededor del sol, puso en
correspondencia sus órbitas con las notas musicales, los elementos de la física
y los sólidos platónicos, en la Corte de Rodolfo II, que albergaba al
matemático, geógrafo y mago isabelino John Dee (Filosofía Oculta en la época isabelina, F. Yates). Por su parte Isaac
Newton escribió extensos estudios al respecto, en sus obras sobre Qabbalah y Alquimia,
aplicando una profética basada en el estudio del Antiguo y Nuevo Testamentos, a
los que se integran las profecías del Capítulo XII del Libro de Daniel y varios
del Apocalipsis, relacionados musicalmente para establecer períodos en la
historia humana, buscando una fecha para la Segunda Venida de Cristo y el fin
del mundo…(The Expanding Force in the
Universe y The Newton Project, Canada)
A través de la
música y con un pensamiento analógico, los griegos encontraron las distancias
de los planetas hasta el sol. Sus discípulos, cuando recorrían la Magna Grecia,
se dedicaban a curar, “armonizando” con su conocimiento de base musical.
Por otra parte,
el concepto musical que está presente en la física actual es “simetría”,
versión matemática contemporánea de la armonía universal, utilizada para
formular modelos cosmológicos y estudiar partículas elementales y sus
interacciones. En 1998, el satélite TRACE (Transition Region and Coronal
Explorer) de la Nasa, que orbita la Tierra, descubrió, analizando variaciones
de su fotósfera, que la atmósfera del sol “interpreta una partitura formada por
ondas que son aproximadamente 300 veces más graves que los tonos que pueda captar
el oído humano” (www.tendencias21.net).
Los pitagóricos,
como otros griegos, fueron maestros del universalismo -uno de los rasgos de la
mentalidad occidental- y no creyeron que la cantidad fuera lo único importante.
Más que objetos matemáticos, sus números eran seres que expresaban propiedades
místicas como la Tetraktys. Entidades como 220 y 284 eran números “amigos”
porque cada uno era la suma de los divisores enteros del otro. Pero más allá de
la realidad matemática de estas dos cifras, hay que preguntarse qué significaba
su “amistad”. Percibieron la inteligibilidad del cosmos 25 siglos antes que
Einstein.
Para el
pensamiento tradicional en la India o en el Cercano Oriente, este universo de
cinco dimensiones es dinamismo puro y
Quintaesencia entre los alquimistas
árabes, universo en “vibración” y Supercuerda
de la teoría M que vista de lejos, ofrece la imagen de una nueva línea, o
Superlínea…pues al acercarnos, su aparente uni-dimensionalidad tiene “espesor”
y está curvada de un modo muy complejo, siguiendo el modelo de un
entrelazamiento de toros.
***
Durrell, en su Quinteto de Aviñón (1974-1985) expuso este
mundo, como el desplazamiento del espacio-tiempo (que ya es volumen en
movimiento) visible en las operaciones psíquicas, analizada a la vez como
estados del alma y Skandas del
Budismo que el escritor percibió durante su estancia en la India. Siempre cinco,
como Monsieur, Livia, Constance, Quinx y Sebastián. Al desplegar sus vidas en la Provenza ocupada por la
guerra, Durrell analiza el valor cualitativo
del mundo (espacio) y de su historia (tiempo). Como en la pintura, en la
literatura hay formas que permiten meditar la quintaesencia, y ver el flujo
continuo del espacio-tiempo.
La quinta dimensión es espacio-tiempo en
movimiento o vibración que se presenta en la vida psíquica. No existe una vida
psicológica al margen de la realidad física y bioquímica de las neuronas,
ocurriendo en algún universo desconectado del que empíricamente conocemos, en
alguna “alma” distinta del cerebro y de las cosas. Pero tampoco la experiencia
psicológica es algún irrelevante epifenómeno, superpuesto como una distorsión
de la realidad biológica en sí misma. Hay necesariamente una continuidad entre
el universo emocional y las bases moleculares de la conciencia. Neurotransmisores
como la dopamina, serotonina, adrenalina, noradrenalina o ácido gama amino
butírico no tienen porqué escapar a las leyes físicas y sus movimientos -que
son el “lado material” de nuestra experiencia psicológica- están igualmente
determinados por las mismas leyes que controlan los mundos macro y
microcósmico, correspondiendo con los cambios de la vida mental, en la
cual, el flujo del pensamiento también se muestra “discontinuo” como el inmenso
final del monólogo que Bloom sostiene íntimamente al terminar su día de
peregrinaje por Dublín en el Ulyses
de James Joyce: un río de palabras sin comas ni puntos, sin frases, que expresa
el continuo movimiento de la mente, o como las doscientas páginas de reflexión
con las que concluye el tercer tomo (La
muerte en el alma) de Los Caminos de
la Libertad de Sartre, donde el personaje enfrentado a la muerte, realiza
el sin-sentido de existir.
En términos de
la cosmología actual, esa quinta dimensión es una Supercuerda que se mueve, vibra y cambia y este cambio es su Supertiempo, una sexta dimensión.
La Supercuerda
de cinco dimensiones, al vibrar (Movimiento o cambio de un espacio-tiempo que
ya está en movimiento, haciendo un Supertiempo o sexta dimensión) crea un lugar
que es otra dimensión generada en el
hacer tal movimiento: séptima
dimensión o Superplano, primera
“membrana” o Brana uno donde son
posibles las diversas partículas, cada una Supercuerda que vibra en su
frecuencia propia produciendo la variedad de “formas” de materia y energía que
se manifiestan en el cosmos.
Ahora, esta
nueva Supervibración es única… pero
en el universo encontramos distintas formas de materia y energía que no
ocurrirían de haber sólo un Superplano que, necesariamente… vibra creando un Supervolumen o un tejido, una Trama de
membranas 1, es decir, una Superbrana uno
o Brana dos, con ocho dimensiones que permiten la
coexistencia, vibrando siempre, de distintas Supercuerdas que son por lo menos
de tres formas diferentes (energía, energía-materia, materia) habitando otras
tantas dimensiones. Así el universo muestra nueve, diez y luego once dimensiones.
Menos mal que se
trata solamente de un modelo, en realidad en cinco versiones más o menos
semejantes entendidas como la misma descripción desde cinco puntos de vista
diferentes, y es el único que por ahora “explica” de qué modo los extremos
(galaxias y fotones) conviven en un solo Universo, restableciendo en la física
teórica la obvia continuidad de lo infinitamente grande con lo infinitamente
pequeño, dentro de esta compleja y brillante teoría M (Edward Witten, 1995) que algunos epistemólogos (Bunge)
recurriendo a la no falsabilidad poperiana
han querido tachar de seudociencia por no ser empíricamente demostrable, lo
cual más bien exige una ampliación del concepto de ciencia más allá de lo que
pesamos y medimos, hasta alcanzar “el sentido ilimitado del saber”.
- Ahora bien, si
el espacio de 0 dimensiones “significa” un punto, el de 1 una línea, el de 2 un
plano, el de 3 un volumen y el de 4 un continuum
espacio-temporal. ¿Qué significan los siguientes espacios de 5, 6, 7…11
dimensiones?
***
Las cuatro
dimensiones corresponden al universo-mundo como lo conocemos. Desde la quinta
en adelante (matemáticamente son posibles universos de 26 o aun infinitas
dimensiones) hemos de introducir no a Dios sino al hombre en la ecuación, pues
nos movemos en mundos subatómicos, de lo infinitesimal, como el del Param Anu (Sánscrito: Param=supremo, Anu=pequeño) de la teoría de Aulukya del hinduísmo, presentada hace
2.800 años por Kanada en el sistema Vasheshika, origen del término Prana que es… significado puro o
información, aprehensibles por la conciencia humana.
Prana creador de
funciones y de órganos que son él mismo bajo forma humana, circulando por
canales sutiles. Ida, como cadena de
33 ganglios del sistema nervioso simpático a la izquierda de la columna
vertebral; Pingala, a la derecha, con
igual número de ganglios, Sushumna,
canalización central o médula espinal y 72.000 nadis (o ríos), correspondientes a vías nerviosas por las que se
transmite información creando todos los aspectos de la realidad.
Efectivamente,
el espacio-tiempo puede moverse en una mente humana, “hacia atrás” en todos los
recuerdos o “hacia adelante”, en las expectativas y en todas las operaciones
que se hacen: correspondencias, analogías, equivalencias, razonamientos, etc. y
también en los estados emocionales asociados a estas transformaciones. Así
pues, las dimensiones más allá de 4, están en relación no sólo con la física de
las partículas, sino con “espacios” en los que se forja la conciencia. Es ésta
la que los produce y es a ella a quien contienen y las matemáticas que las
describen, formalizan las operaciones de la vida psíquica.
¿Qué define al
espacio si no hay espacio alguno existiendo antes que las cosas que lo crean
ocupándolo? Hay un espacio propio de las cuatro dimensiones del continuum
espacio-temporal…En los “espacios” que siguen a éste, formalizados por la
matemática del siglo XX, se dan los movimientos del alma, término muy
desprestigiado, así que mejor usemos Psiquis,
a menos que prefiramos Matrix de
información que cada uno de los elementos que configuran estos modelos, son
capaces de soportar y transmitir, como el Prana,
el Param-anú principio de la
cosmovisión hindú: la vitalidad inherente a cuanto existe, o lo que crea,
lleva, conserva y reproduce la vida. Mundo de creatividad y para la generación
de lo real, al que la Tradición Hebrea llamó Beriah en el Zohar (c. s. XIII), la “sustancia que alimenta al
buscador”.
Puede resultar
difícil de admitir desde el punto de vista del sentido común la idea de una
pluralidad de espacios, pero esto es exactamente lo que intuye la geometría y
de hecho, punto, línea, plano, volumen, despliegan espacios que aunque tienen
en común el nombre, se componen de distintas dimensiones. Con frecuencia, su
existencia es un descubrimiento matemático, seguido en algunas ocasiones de su
visión física. La cosmología contemporánea requiere del continuum espacio-temporal
de Einstein. Y sin el espacio de Hilbert, construido con ondas de probabilidad
referidas a puntos de igual valor dentro de un campo, no hay un hábitat
adecuado para los electrones. A su vez, el comportamiento de docenas de
partículas subatómicas, se da en el espacio de Calabi-Yau y nuestro pensamiento
puede ir matemáticamente más allá de los espacios inconmensurables por su
pequeñez, hacia el mundo plural de espacios de dimensiones negativas, así como
puede dar cuenta de innumerables infinitos (Cantor).
Los egipcios,
los hindúes, pero también los persas y los chinos; después Pitágoras, Euclides,
Arquímedes, Diofanto y Avicena, junto a Descartes, Leibniz, Pascal o Euler… establecieron
la base matemática y geométrica en el estudio del espacio. Los últimos, sabios
de occidente, formalizaron sus características con frecuencia en un mundo de
abstracciones puras con entes matemáticos muchas veces vacíos de sentido.
Las funciones trigonométricas,
eficientes en el manejo del espacio cuando se aplican en la arquitectura y a
otras ciencias o artes, son afirmaciones que carecen de otro significado que el
de relacionar los lados de un triángulo y aun cuando llevaron la geometría a
desarrollos importantes, pocos saben que en Egipto, la hipotenusa del triángulo
rectángulo estaba referida a Horus, el Cateto Mayor a Isis y el Menor a Osiris,
del mito transmitido por Plutarco. La trigonometría es una leyenda puesta en
fórmula y sus relaciones matemáticas son episodios que muestran un significado:
el de los eventos de esta tríada de dioses que existen en el mundo imaginal. Pero, para la
mentalidad moderna inmersa en el reino de la cantidad, la trigonometría fue
concebida en Egipto para repartirse las tierras luego de que el dios Hapi se manifestara
en las crecidas del Nilo entre los meses de Junio y Septiembre; de ahí la geo (tierra) matra (medir) griega. Pero evitar conflictos entre terratenientes
no parece justificar un esfuerzo intelectual tan grande y el minucioso cuidado
que pusieron en su transmisión.
Finalmente, el espacio, como el tiempo, puede estudiarse desde un punto de vista
muy distinto.
***
Hacia el final de su vida, Gastón Bachelard (1884-1962) tenía el
aspecto que desde el Moisés de Miguel Angel atribuimos a los patriarcas
bíblicos. Epistemólogo francés, amaba las matemáticas y venía de la filosofía
de la naturaleza. Considerando a la ciencia “la estética de la inteligencia”,
en su Poética del Espacio iluminó con
imágenes y metáforas de origen literario y donadoras de sentido, la diversidad
de mundos presentes en un espacio empíricamente semejante para todos. Desarrolló
una poética de los elementos, buscando en la obra de varios escritores el
significado del espacio bajo las metáforas de la tierra, el agua, el fuego o el
aire.
Como el tiempo, el espacio tiene significado y es sagrado. Si no lo
tuviera, sería inhabitable. Las acciones humanas sólo pueden cumplirse en los
espacios que a ellas corresponden. No estudiamos en los bares ni comemos en las
bibliotecas. El espacio con sentido no es homogéneo y se convierte en
direcciones, que entre los mayas o en el Tíbet, se asocian a colores. La pareja
original del mundo andino sacralizó el espacio al señalar el Chinchansuyo, Antisuyo, Collasuyo y Contisuyo, cuando el Eje de la Tierra se
encontraba vertical al mundo en Cuzco, dividido a su vez en dos espacios: Hurin y Hanan, superior e inferior. Son estas direcciones las que ordenan la
vida individual y colectiva a lo largo de los zeques proyectados por el Tahuantinsuyu entero.
El espacio puede ser casa, y en ella, jardín o puerta. Así, unos
centímetros adquieren el sentido de un pasaje, muy distinto del sentido del
espacio que despliega una fuente. Colectivamente, los mismos metros cuadrados tienen
un sentido como plaza y otro como templo, en cuyo interior se encuentra un
sitio cuya santidad es respetada por todos quienes le atribuyen la función de
altar.
De nuevo, son los pueblos ancestrales quienes vieron un universo de
significado en el mismo espacio que ahora sólo medimos y pesamos. Percibieron
la res extensa cartesiana como
entidades que comparten su vida con los hombres.
Las piedras son Bethylos y los árboles deidades. “Egipto es el
Nilo”, decía Herodoto, mientras el Ganges, Vida Cósmica en la Tierra, es la
Diosa Ganga al iniciarse el Ramayana
hindú. En el Trans-himalaya, el Monte Kailash Rimpoché (Tibetano: Precioso) es el espacio que Shiva manifiesta. Como
los hombres sabios, grutas y montañas son Boddhisatvas que hacen florecer su
naturaleza despierta en el Viaje a
Occidente de la Dinastía Tang y, al sur del Titicaca, espacio-espejo
primordial de donde emana el mundo, habita el Doctor Sajama, volcán sagrado de
los Carangas que se eleva 6.542 m.s.n. entre los páramos de Oruro. Hacia allá
caminan cada vez más peregrinos, en las rutas del espíritu en América.
Robert Fludd (1574-1637) recordaba que heredando una tradición
varias veces milenaria, el Medioevo llamó Tierra, habitada por los Gnomos, al
espacio que creado por las cosas cuando adquieren solidez y consistencia.
Mientras la plasticidad que multiplica las formas espaciales se llamaba Agua,
animada por Ondinas. Todo actúa por un dinamismo que es el Fuego (energía),
cuyo espíritu, la Salamandra, anima al Aire que gobernado por los Silfos ayuda
a la evolución.
Estas son las formas “poéticas” del espacio, anodino en apariencia,
donde ocurren nuestras vidas y la Magia e incluso la Magikaligua (Sánscrito: Ciencia de la Edad Antigua) era la ciencia
que operaba a través de estas formas creadoras (poesis) de Vishnú, el Conservador, Señor del espacio (como Shiva el
Destructor, Señor del Cambio, lo es del Tiempo) en cada uno de los ámbitos en
los que se despliega la conciencia estableciendo distintas relaciones con el
mundo, al iluminar sucesivamente los chakras
emanados por estos cuatro primeros elementos, hasta llegar al Éter de Vicchuda, la Mente de Agna y devolvernos al Absoluto que jamás
abandonamos, en Sahasrara Padma, el
Loto de Mil Pétalos, fuera del cuerpo porque abarca al Todo.
En todos estos casos el espacio es cualidades (que la lengua recoge
en adjetivos) de los seres (siempre sustantivos) y en ese sentido, información,
que conserva el mundo (Vishnú) manifestando en él las propiedades inherentes a
las cosas. Solo debemos tener la precaución de no identificar las propiedades
de las cosas con sus nombres, evitando reducir la realidad a las palabras que
la nombran y éstas a su común significado.
No existen cosas con propiedades…las “propiedades” son las
cosas en un mundo muy sutil, no sólo en Oriente, también en Occidente.
***
En 1993 los científicos anunciaron la posibilidad de
“tele-transportar” una partícula, incluso de modo instantáneo. ¿Qué querían
decir con esto? Ciertamente no que la partícula se pueda desmaterializar en A y
recorriendo una distancia X a una velocidad mayor que “c” (¿la velocidad del
pensamiento?), materializarse en B (“Señor
Zulu, transpórtenos…”). No se tele-transportan materia ni energía, sino el estado cuántico de una partícula,
definido como la última estructura de un objeto, sus propiedades, que viajan
como información entre dos partículas separadas en lo físico, pero
cuánticamente entrelazadas.
En Long-distance teleportation
of qubits at telecommunication wavelengths, de la revista Nature (No.421,
30 Enero 2003) el equipo del profesor Gisin, describió cómo en Ginebra, separaron
55 metros los fotones de un qubit
original (entrelazamiento de información) y luego aproximaron a uno de ellos la
partícula que se va a “transportar”, midiendo la alteración que produce su
interacción con el fotón en A. Por el entrelazamiento, esta alteración fue
instantáneamente registrada en el fotón B, separado por 2 kilómetros de fibra
óptica…que presentó las mismas propiedades registradas en A cuando sus
cualidades se cambiaron por la interacción… Son éstas, las cualidades, no las
partículas, las que pueden “viajar” a una velocidad mayor que la de la luz a
través de espacios distintos al tetradimensional de nuestra realidad empírica.
Digamos por lo pronto, que una cosa es la distancia que hay en 1 km,
en el espacio-tiempo y otra los espacios presentes y reales, que cubren más
allá de las cuatro dimensiones, en ese mismo km. Las cualidades (el
significado) o las propiedades de una partícula existen, como información, en un
espacio propio, “semántico” y de más dimensiones que las del continuum espacio-temporal en el cual la
velocidad límite es la del fotón. Así, no hay dificultad en transportarlas e
incluso en que “lleguen” a su destino “antes” que éste. Es más, lo que la
partícula es y lo que llega, nada tiene que ver con la noción
de materia vinculada al espacio-tiempo que nos parece tangible y manejable. Ambos
y cada uno (lo que es y lo que llega) consisten en el conjunto de propiedades y
cualidades específicas presentes simultáneamente en todos los no-puntos de una realidad
más allá de la tetradimensional. El espacio de la información no tiene como
límite la velocidad de la luz.
El fotón, en tanto que “posee propiedades” o “cualidades”, que se
expresan como carecer de masa o ser ésta miles de veces menor que la del electrón,
carecer de spin, desplazarse a velocidad c,
no tendría que viajar a ningún punto: sus propiedades-cualidades “se extienden”
por todo espacio concebible y están siempre presentes, completas e invariables,
en todos los tiempos posibles, de ahí la necesidad de un campo probabilístico
de funciones de onda que cubra todo ese espacio, para “localizarlo”.
Para el espacio-tiempo, esta información es continuidad y por lo tanto no va de A hasta B, siempre está
completa y presente en A y a la vez en B. Como para dar razón a las
aporías de Zenón (495-430 a.C.) que negaba el movimiento (Aquiles nunca alcanza
a la tortuga, pues le dio medio estadio de ventaja en la carrera, y mientras Aquiles
avanza hacia la tortuga descontando la ventaja original, ella también avanza,
de modo infinitesimalmente proporcional…así, el héroe “nunca” alcanza al saurio)
y no porque éste no se demostrara andando o porque se desconocía el cálculo
infinitesimal. Sus paradojas no padecían de ingenuidad empírica, estaban
atravesadas por una noción de Ser constante e invariable (El ser, es) que a su maestro Parménides le llegó de Oriente.
Las propiedades son formalizadas en la matemática como funciones de
onda, continuidad que colapsa,
haciendo aparecer partículas discretas,
allí donde nuestra medición, es decir nuestra observación del mundo a través de
los sentidos, aporta la energía indispensable para “materializarlas”, por eso
tal vez nunca termine la búsqueda del Bosón de Higgs… si no incluimos a Higgs
en la ecuación.
Ahora bien, nuestra observación del mundo es interpretada en el
proceso nombre y forma, sensación, percepción, voluntad y conciencia. Cinco Skandas o agregados, que
se dan en el sujeto, creando qubits o
entrelazamientos de información entre al menos dos partículas subatómicas separadas
antes de la decisión humana que elige entre estados probables superpuestos. Ocurren
en el espacio de los micro-túbulos neuronales, con el aporte del quantum de
energía que proviene de una voluntad-consciente en un proceso que no tiene
porqué ser solamente un viaje a la ilusión.
La concepción de Maya y del Samsara (mundo fenoménico ilusorio), es
una de las afirmaciones más repetidas en la India. Pero los sentidos, emanados
de la naturaleza como el oído, el extremo más complejo del espectro de vibraciones
de materia que producen el sonido, o el ojo, instrumento para la autoconciencia
de las vibraciones que producen luz, no son un error en el proceso de
Manifestación sino vías que construye el universo-mente
en su viaje hacia la autorrealización.
Así, la vía que sobre todo la cosmovisión occidental elige en el
siglo VI a.C. “desciende” hasta el conocimiento de la realidad concreta para
elevar la materia, a través del hombre, hacia su realidad espiritual y aunque
incompleta por ahora, no debe ser pensada como un simple error. Para el hombre,
la naturaleza es maya, pero para la Naturaleza el hombre es la posibilidad de verse. Es continuidad consciente
entre los fenómenos discretos, como espacio donde ella misma se re-crea al
encontrar sentido y es el sentido (el espacio del significado) lo que “une”
entre sí los números discretos.
El Universo, un sistema auto-creado, como en la visión de H. Wronski
(1776-1853, pitagórico, filósofo y matemático que publicó más de mil trabajos)
que cita SRF (Misticismo en el Siglo
Veinte, 1950), se vuelve auto-consciente siguiendo una Ley de Creación que
es “el modo de toda generación espontánea, cuya ley generatriz y de equilibrio
universal, expresa una condicionalidad considerada en sí como función
condicionante y como función condicionada de sí misma (auto-condicionamiento),
modo que se expresa subjetivamente mediante su auto-tesis o afirmación de sí, y
objetivamente mediante su autogénesis o realización de sí”.
Pero el aspecto de la realidad universal que puede formular una
autotesis (Los hebreos escribieron en la Torah: Ehhie asher ehie: Soy El que es, Éxodo 3,14) requiere un espacio
que lo contiene y despliega, que aparece
con la generación humana, como expresión de las mismas leyes que gobiernan
el cosmos.
Así, la naturaleza no es distinta del hombre. De hecho, nuestros
átomos provienen del estallido de incontables Supernovas (Somos polvo, pero
polvo de estrellas) pero el hombre no es solamente una continuación del mundo
natural y tampoco una creación ajena a él… y los dos no son distintos de la
Supraconciencia que los ha emanado.
Así, creamos el mundo que podemos medir en A o en B. Pero medirlo en A es cancelarlo en B. Ahora bien, qué pasa
cuando el tiempo T1 está en correspondencia con A, mientras que otro, T2 lo
está con B? A y B separados en el espacio-tiempo, son uno en la cualidad o
propiedades de las cuales, cada uno, en su lugar y en su momento, es expresión
y manifestación.
Es verdad que hace rato nuestro razonamiento sobre las propiedades
bordea lo que Platón entendía por el Eidos
o la forma de las cosas que traducido
apenas como “Ideas”, dice poco más que nada…habiendo importado de Asia al
indoeuropeo Uidos (Origen de Eidos) cuya
raíz Vid, presente en videncia,
significa conocimiento (Sánscrito: A=sin,
Vid= conocimiento. Avidya: ignorancia, demonio sobre el
cual danza Shiva Nataraja, Señor de la Identificación) y designa el medio con
el que sus siete Rishis (Sánscrito: raíz Drsh= ver) crearon el Veda originario ( Rig,
Yájur, Sama y Atharva, 2.000 a.C), síntesis universal de la Sabiduría por
antonomasia. Aunque jamás excluyeron al hombre de sus ecuaciones en nombre de
la objetividad y la medida, en los relatos conjugaron sus verbos más en modos
pasivos. Sin anteponer el yo a las
acciones decían por ejemplo “el libro es leído por mi” y llevaron la visión
hasta el extremo donde es necesario cerrar los ojos para ver la Realidad,
actuando directamente con la conciencia, porque el único conocimiento verdadero
es el brota en la única experiencia verdadera que une al conocedor, lo conocido
y el conocimiento en el Samadhi: identificación
del hombre en el Absoluto.
Pero esta ya no es la visión de solamente unos cuantos aislados. La
revolución científica que supuso en occidente el avance de la fenomenología y
las investigaciones que en Eranos se realizaron alrededor del saber de los
pueblos ancestrales nos permiten ahora abordar el espacio desde la Física, la
Biología, la Genética, la Matemática (para los griegos, el Saber por
excelencia), con un resultado que termina rehabilitando al símbolo, como vía de
manifestación del absoluto bajo las imágenes que ofrece el mundo
tetradimensional. “Las dificultades han desaparecido todas juntas” y un nuevo
saber, completamente humano y luminoso, se anuncia ya entre las “ciencias
duras”.
***
“El nuevo espíritu
científico”
Es la obra que G. Bachelard escribió
en 1934, buscando un centro entre el idealismo y el materialismo en el estudio
de la realidad.
A partir de esta fuente, su discípulo, el antropólogo Gilbert Durand, analiza la naturaleza de
la revolución científica de la segunda mitad del siglo XX, en El hombre religioso y sus símbolos,
publicado en el Tratado de Antropología
de lo Sagrado que editó Julien Ries, en Trotta (1995). Su trabajo sigue la
línea de investigaciones sostenida en la vanguardia representada por los
coloquios de Córdoba, Fez y Túnez, anticipando la intuición de F. Capra (U. de
Berkeley) que veía a la ciencia del siglo XX “al borde de una conversión
metafísica”.
En el seno de una crítica a la concepción del símbolo como agregado
abstracto a la estructura de las cosas, se cuestiona el hecho de haber erigido
hacia el final del siglo XIX a la racionalidad cientificista como único
paradigma de verdad.
Advertía Durand en 1960 que “los procesos científicos más
abstractos, lejos de constituir el modelo de todos los órdenes de verdad, no
son más que partes de estructuras imaginarias más englobantes”, a su vez
determinadas por los Themata (“temas”
imaginarios de Holton en El imaginario científico) que,
incorporados en nuestros procesos de pensamiento, condicionan el procedimiento
y los descubrimientos científicos, dando forma a un “sentido común” que no
puede asumir la imagen relativista o cuántica o del mundo.
A la vez, fue el acceso a themata
(imaginarios) psicológicos, filosóficos o poéticos, lo que permitió a varios
físicos formular sus descubrimientos en relación con la estructura de la
materia, con términos como discontinuo cualitativo, quanta y salto en niveles
de energía, nociones obtenidas no de la física misma sino de la psicología y la
filosofía, es decir de las propuestas acerca del pensamiento discontinuo o de
la categoría de salto filosófico de Jaspers y Kierkegaard. El químico alemán
Kekulé (1829-1896) relató en la madurez de su producción científica su sueño en
el que una serpiente que se muerde la cola (el Ouroborus griego) lo inspiraba a dotar de forma hexagonal a la
molécula de benceno acomodando sus seis carbonos, unidos por enlaces simples y
dobles alternados, facilitando la comprensión de las propiedades de los compuestos
aromáticos. Asimismo, Einstein imaginó “cómo se vería la luz, si fuera capaz de
cabalgar un rayo” para formular su teoría.
- Siguiendo el análisis de Durand, la dificultad para visualizar la
naturaleza del universo más allá de las cuatro dimensiones del continuum
espacio-temporal, puede ser resuelta a partir de la concepción de un espacio habitado por el símbolo como el
descrito por el matemático René Tohm
(Modelos matemáticos de la morfogénesis),
autor de la Teoría de las Catástrofes y precursor de la Teoría del Caos, para
quien el ser del símbolo se construye con dos identidades en conflicto:
Una identidad localizable en
el espacio-tiempo concreto que habita un ser, significante del
símbolo, que se describe y mide. Y una identidad
no localizable, presente en un espacio de por lo menos cinco dimensiones,
cualitativa; identidad semántica que
aporta el significado, más fácil de comprender que de explicar.
Thom, citado por Durand, señala que “arrastrado por el flujo
universal el significado emite o engendra el significante en una ramificación
que progresa de manera ininterrumpida” (Ries, 1989). Esta identidad no
localizable, antes que un indemostrable éter es información, causa y explicación de las redundancias y recidivas en
las que se muestra un símbolo al expresar un mismo significado con varios
términos e imágenes, como el Eje inclinado de rotación terrestre que es a la
vez árbol del mundo (Waka Chan) en Palenque, viga del tejado inclinado (Wiracocha en Aymará), mano del molino de
Hui Neng en la transmisión del Ch’an o eje de las ruedas en el carro del Poema
de Parménides…
Las dos entidades que hacen el sumbolom
se unen por un fenómeno de “resonancia” que hace vibrar y conserva el
significante “más allá de las perturbaciones incesantes del universo que
circunda al símbolo”. El matemático y filósofo nacido en Francia, cuestionado
por los positivistas y admirado por Dalí (“no
es posible encontrar una noción más estética que la reciente Teoría de las
Catástrofes de René Tohm, que se aplica tanto a la geometría del ombligo
parabólico como a la deriva de los continentes. La teoría de René Tohm ha
encantado todos mis átomos desde que la conocí…”) llamó a esta entidad compuesta Logos
(homenaje a Heráclito) y también Arché o
arquetipo…
Así el significado es visto como un “espacio interno”, no
localizable, que informa al significante, para el cual es logos o principio.
- En otro campo del conocimiento, el discípulo de Bachelard recuerda
que en la biología y embriología contemporáneas de Waddington y Sheldrake,
el logos o arché fue llamado Creodo:
“el carácter direccional y estable del tejido en el desarrollo aleatorio y
perturbado del embrión” que garantiza la persistencia de una especie.
Es el Mundo Formativo del Sepher
Yetzirah (s. XIII) hebreo que afirma “Él
ha hecho reinar el Beth y le ha agregado una corona Kether; ha combinado el uno
con la otra y ha creado con éste a Saturno en el Cielo, Sabbat en el Año y la
Boca en la persona…”. La naturaleza, el tiempo como día de la semana y el
ser humano, tienen así un solo y mismo origen, que se expresa como la segunda
letra (Beth = B) de su alefato,
símbolo a su vez de uno de los 22 Principios que emanan desde el Absoluto.
Este mundo de la filosofía científica que es la Qabbalah, es
encontrado ahora por la biología molecular en la intimidad de los cromosomas,
como verdaderos espacios de resonancia
mórfica que aseguran la replicación de sistemas semejantes anteriores, a
través de una información que fluye más allá del tiempo y del espacio, sin
transmisión de materia ni energía, “cuyo mecanismo se sitúa en el dominio
propio de la trascendencia”.
- Un sistema de transmisión similar fue propuesto por David Bohm (1917-1992) a quien
Einstein, su colega en Princeton, consideraba “el único capaz de ir más allá de
la teoría cuántica”. Amigo de Krishnamurti, buscaba el sustrato del psiquismo y
la experiencia mística en el espacio multidimensional donde se unen la energía,
la mente y la materia. Interpretó la mecánica cuántica ontológicamente.
En La imaginación y el orden
implicado consideraba que la replicación de la “realidad” -el orden explicado- percibida por el
pensamiento depende de la información contenida en una mínima parte de energía -orden implicado- que para otros
investigadores consiste en una reminiscencia,
término que nos conduce a los “Diálogos Socráticos” concebidos por Roger Gödel
que muestran la visión del misterio del Graal como una memoria que nos re-une al Principio. Operación que muestra Proust
en las siete novelas que hacen En busca
del tiempo perdido (1908-1922) compuestas por el flujo de recuerdos que
desencadenan el sabor del té y una magdalena, al inicio de Por el camino de Swan y concluye cuando al pisar una irregularidad
entre dos lozas de la plaza San Marcos en Venecia, alcanza una visión estética
del Graal, en El tiempo recobrado,
catorce años y dos mil páginas después.
En todo caso, las heterodoxas investigaciones de Bohm nos confirman
que cada realidad del universo crea su propio espacio, a partir de una
instancia que es mediadora entre los principios y los hechos, el símbolo, que
como “orden” tiene una acción antientrópica sustentando la realidad que
percibimos e impidiendo que se deshaga en el caos.
La conciencia individual, para este físico, brota con el mismo
espacio y dimensiones de una sola y única conciencia cósmica, la totalidad del
orden implicado, del que depende el mundo fenoménico.
- Entre estos dos órdenes, la psiquis está presente en cada
partícula de materia que, para el físico y filósofo Jean Charon (Theorie de la
Relativité Complexe, 1977), además del patrón de interferencia de ondas que
produce, revela una “mente” capaz de incrementar la información a transmitir,
es decir capaz de memorizar. Como hacían los gnósticos de los primeros siglos
del cristianismo con las partículas portadoras de espíritu, llamó “Eón”, a este aspecto de la realidad.
Así, en la cosmovisión occidental es la misma ciencia la que
encuentra los primeros datos que “localizan” la realidad del espacio simbólico,
creado por la intencionalidad de la conciencia al mostrarse a sí misma ese
objeto especial que continúa en las dimensiones del mundo imaginal el dato
empírico que le entregan los sentidos. Esta realidad es perceptible por un
órgano que se elabora con la misma sustancia de ese mundo, situado tanto
“fuera” como “dentro” del Hombre, probando con tal continuidad que la
Naturaleza no es distinta de la realidad humana, por mucho que insistamos en
percibirnos separados. En este espacio se localiza la vida consciente.
Al no ser una abstracción añadida a los fenómenos empíricos, no
puede verse un agregado en este espacio multidimensional donde se manifiestan
los fenómenos psicológicos, también estudiados por Henry Corbin entre los
Espirituales del Islam Ishraq o Sufí.
Con él se abren las investigaciones del mundo intermedio, alam al mithal o mundus imaginalis. El espacio donde se manifiesta la deidad.
El mundo imaginal, un
espacio multidimensional.
- “Llegaré tarde al té!” gritó el Conejo Blanco haciendo volar tazas
y manteles. Su ojo rojizo destelló en la clepsidra con la que medía el tiempo
desde que perdió su leontina de plata entre los fríos dedos de la Reina de
Corazones. Alisando su chaleco con la punta de los guantes, desapareció,
corriendo por una banda de Moebius…
Los sucesos de los cuentos infantiles, leyendas, mitos, narraciones
milagrosas o hagiografías de todas las culturas, tienen lugar en un espacio propio, que se encuentra en todos los lugares y en un tiempo propio redescubierto por el
anglicano que anticipándose a Hamilton, creía en la belleza edénica, como creía
también en la lógica y en la geometría. Es el mismo tiempo que nace cuando
Alicia Liddell cae a través del espacio del
Agujero-de-Oruga-Azul-fumando-narguile-sobre-el-hongo, que atraviesa Sagitario;
o el que ocultan las 96 letras de significados invisibles, memcerradas entre cuatro signos, en la arquetípica caída del
albañil Finnegans…
(¡bababadalghatakamminarronnbronntonnerronntuonnthunntrovarrhounawnskawntoohoohoordenenthurnuk!)
… antes de su despertar-vuelta-de-la-muerte junto al riverrun Liffey, río vivo que
fluye-corre en el Dublín mágico de Joyce. Anna Livia Plurabelle en la esencia
del misterio. Su hija Issy creciente, junto a Shem y Schaun encontraron Scienzia Nova en Giambattista. Vicious del espacio y tiempo siempre
nuevos.
Un mirlo vuela entre los eucaliptos. Alas negras sobre cielo malva,
Venus al fondo, sobre la montaña. Bajo la torre, algarabía de demonios. Se
discute una misión… Lo anunciaron los profetas. El Hijo de Dios ha descendido a
los infiernos y arrebata las almas al Averno. Mefistofiel asume la tarea, dar nacimiento a un hombre que tenga su
poder, con Margarita y Fausto a las puertas de la Obra. Así Merlín entra en el
mundo y la Ciencia Mágica brota en el seno de la mística del Cristo, para guiar
a Artús. Vuelve el Sacerdocio Perpetuo
que otorga su poder al Rey.
***
- Mundo del que se retira el espacio-tiempo de la relatividad para
dar lugar a un tiempo de simultaneidad y sincronía en un espacio donde se
superponen todos los estados posibles. Es el lugar de toda narración extraordinaria
que involucre “superación” de las leyes físicas y disolución de la imagen que
hace de la realidad nuestro sentido común.
En los textos sagrados de todas las culturas, las experiencias
visionarias y de la vida mística ocurren en esta luminosidad crepuscular donde
Jacob lucha con el Ángel, Moisés separa las aguas del Mar Rojo, Jesús convierte
el agua en vino o resucita a Lázaro y el Profeta Mohammed realiza su Miraj.
Xibalbá en el Mayab, por donde viaja Paqal entre los siglos. Amenthes
egipcio que en el tiempo empieza con la muerte y en el espacio se construyó al
occidente del Nilo. Bardo tibetano, atravesado por la individualidad que desata
sus ligaduras materiales. Allí se cumplen las visualizaciones de los cuerpos
místicos que en el Sambogakaya (Cuerpo de gozo) muestran en su estado
Boddhisátvico los principios que habitan el trascendente Dharmakaya (Cuerpo de
la Ley) conformado por la existencia permanente de los Dhyani Buddhas del
Budismo Mahayana.
En la India, es el universo de los chakras o “ruedas” de poder,
cuerpo intermedio entre la realidad de la percepción sensible y su correlato
espiritual. Geografía sagrada que acoge el peregrinaje originario de los Cinco
Hijos de Pandu por la tierra de los Bharatha, opuestos a los Kauravas, los cien
hijos de la acción. “Territorio” de selvas y montañas santas, surcado por Nadis
(ríos) que reproducen en la Tierra los que atraviesan el cuerpo humano
conduciendo la vibración sutil de Pancha Vayu (Cinco alientos) nutrida desde siempre por el Prana. Alberga a
Kurukshetra, campo de los hijos de Kuru para el combate final en cuyo seno nace
el Canto Celestial (Bhagavad Gita) cuando Krishna ilustra a
Arjuna sobre la naturaleza del alma y su destino espiritual.
Shamballa en Asia Central o Agartha hindú, es también el Asgard
nórdico, accesible desde el Walhalla. En su seno se extienden los Helaqot
hebreos, la Jerusalem Celeste y las Hadarath Arabes, moradas del principio.
Corresponde al Aztlan azteca y al Cuzco Celeste, sede de los Arquetipos. Su
puerta es Cuntur Huanchana, donde
nacen cóndores, al occidente del País de la Mitad.
Residencia de los Kouei chinos y Tierra Pura de Amitabha. “Espacio”
que despliegan los hexagramas del I Ching
y los meridianos de la acupuntura. Allí se cumple el peregrinaje del Rey Mono en
el Si Wu Chi (Viaje a Occidente), el
vuelo mágico de todos los chamanes o las operaciones teúrgicas que entre
encinas y menhires realizaban los Druidas. Es siempre un “más allá” del mundo
cotidiano, Para: suprema, desha: región, irania e hindú, que da origen
a la palabra Paraíso.
Hurkalya, Tierra Celeste de los persas; en Grecia fue escenario de
deidades, héroes, reyes y hombres que allí se comunicaban con los dioses. Igualmente,
fue para los pueblos nórdicos el espacio donde en las Edda y la Völuspá (s.X)
relataron a través de la vidente, el origen del mundo y su inminente final en
Ragnarök; escenario del combate escatológico y la búsqueda de conocimiento a
través del fresno de Iggdrasil, cerca de la Fuente Verde, donde Odín encontró
la ciencia de las Runas.
Mundo perdido para el conocimiento de Occidente, cuando rechazó al símbolo
como fuente de saber (Fedro o De la Belleza, primera parte).
En Eranos, Henry Corbin lo presentó en la Casa Gabriela, junto al
Lago Mayor suizo, durante los veranos del 55’ y 56’ en sendas conferencias que
luego serían su obra La imaginación
creadora en el Sufismo de Ibn Arabi. Lo
llamó mundus imaginalis, mediador
entre un universo de principios, accesible al pensamiento y el mundo de los
hechos, accesible a los sentidos.
Visible en la angelología irania que el Zoroastrismo concibió a la
vez como conocimiento y realidad, Daena Fravarti persa que guía al peregrino. Espacio
donde el espíritu toma cuerpo y la materia se espiritualiza.
Alam al-mithal, en el Islam, mundo intermedio de un universo desplegado en tres
niveles: sensible, imaginal e
intelectual, que en el hombre se manifiestan como cuerpo físico, alma y espíritu.
- En su Historia de la
Filosofía Islámica (1964) Corbin recordaba que ante la plenitud de
percepción suprasensible de las visiones proféticas que atraviesa el
pensamiento de Al-Hallah, místico persa del Siglo X (“…mi turbante sólo envuelve a Dios”). Shams de Tabriz (s.XI) maestro
de Mowlana-Rumi, autor del Mathnawi,
“Biblia” persa (s. XIII). Sohrawardi(s.XII), que en sus 36 años de vida resucitó
el Ishraq, la Sabiduría Divina o Teosofía de la luz, recogiendo la enseñanza
del antiguo Zoroastrismo. IbnArabi (s.XII), el inmenso maestro de Murcia, autor
sufí de Las Revelaciones de la Meca. Molla
Sadra de Zhiraz(s.XVII) y otros espirituales como Ruzbehan…es necesario
“aceptar una tercera facultad de
conocimiento entre la percepción sensible y la intelección pura de lo
inteligible” de la que fenomenológicamente, nace la conciencia imaginativa,
“órgano de percepción de un mundo que le es propio, el mundus imaginalis (alam
al-mithal)”
Sin la percepción de este mundo, no tiene sentido la espera
escatológica de ninguna religión que tenga en la meta de su hierohistoria el
regreso de un instructor, se trate de Hinduismo, Budismo, Cristianismo, el
Islam o la expectativa del retorno de los Reyes del Mayab, especialmente en la
idea de Paqal y Chan Bahlum, pues tal Retorno se cumple en un tiempo fuera del
tiempo y en un espacio que es el significado
de todos los espacios. El lugar de símbolo.
Con Mohammed (571-632) se cierra el ciclo de la Profecía iniciado
por Adam. El descenso del Qoran entre
los hombres, revelado en Medina y la Meca por Jibrail (Ángel del Conocimiento, Ángel de la Revelación y ‘Aql fa’’al, Inteligencia Agente) es la
última expresión que sustenta a la vez la religión exotérica y el esoterismo del
Imam, Conductor de la Plegaría para
los suníes y el Guía oculto sufí.
Pero una vez que el Sello de los Profetas (Mohammed) cierra esta
etapa que da origen a las formas religiosas y a la verdad exotérica de la ley (Shariat), se abre el ciclo de los Amigos
de Dios, los Wali reunidos en la Walayat, la santidad que descifra la
verdad interior, el esoterismo de las escrituras no sólo del Islam sino de todas
las edades, reservado a “los íntimos” desde antes del nacimiento del tiempo. Su
Sello es el Imam Oculto que revelará
la Verdad esotérica (Haqiqa) e
interior de todas las Revelaciones, pues:
“No hay versículo coránico
que no tenga cuatro sentidos: el exotérico (zahir), el esotérico (batin), el
límite (hadd) y el proyecto divino (mottala)” para
la recitación oral, la comprensión interior, la dilucidación de lo lícito y lo
ilícito y la revelación del proyecto que Dios quiere realizar en el hombre con
cada aleya del Libro, escribía ‘Ali ibn Ali Talib ( m. en 661), el Primer Imam,
nos lo recuerda Corbin.
Nacido de Fátima (la hija del Profeta) y Alí (yerno del Profeta y
Primer Imam), en el Imamato que conoce el secreto
de todas las revelaciones, es central
la idea del Imam Oculto, Sello de la Santidad que al retornar como XII Imam, el
Mahdi (Guiado), El que se Levanta (Al-Qaim)
al final de los tiempos, revelará la Verdad esotérica (Haqiqa).
Todos los libros sagrados tienen una imagen exterior, exotérica, que
las religiones observan literalmente y una realidad interior, secreta, oculta,
accesible después de una Iniciación al esoterismo de las escrituras. Corbin
cita al VI Imam Ja’far Sadiq (m.765):
“El libro de Dios comprende
cuatro cosas: la expresión enunciada, la dimensión alusiva, los sentidos
ocultos, relativos al mundo suprasensible y las elevadas doctrinas
espirituales”: lo literal para los fieles, lo
alusivo para la élite, lo oculto para los “amigos de Dios” y las doctrinas
elevadas para los profetas.
Pero estos cuatro niveles del universo del significado de un mismo
texto son los Cuatro Mundos de la Tradición Hebrea Atziluth, Beriah, Yetzirah y Assiah. La instrucción de los cuatro Profetas Mayores del hebraísmo
y de los Cuatro Evangelios. Juan, autor del Cuarto, como Daniel, el cuarto de
los Profetas, incluyen en su transmisión el Apocalipsis y el Capítulo XII,
respectivamente, textos en los que “avanza el tiempo” y aluden a un futuro que
no es una fecha sino más bien una estación del Conocimiento. En este
cuaternario se encuentra el significado de un continuum espacio-temporal, como
en las Cuatro Nobles Verdades enseñadas por Buddha (s. –V) y la cuádruple
declaración de Boddhidarma al introducir el Budismo en China (ss. V y VI) o el
poema de Hui Neng (s.VI), Sexto Patriarca del Budismo Ch’an, que son
expresiones de lo mismo en el Lejano Oriente y se descifran por una hermenéutica
sagrada que requiere Iniciación (Diksha)
y símbolo.
El método viene de muy lejos e implica el acceso al secreto de los
linajes de transmisión presentes en todas las culturas, para descifrar las
adaptaciones realizadas en las escuelas y colegios de iniciación y encontrar,
leyendo “en espíritu” el sermo mythico
que literalmente compone las obras, el misterio guardado desde los orígenes. Su
revelación es misión del Dios que Vuelve.
Hasta el advenimiento de esta manifestación gloriosa del instructor
o Segunda Venida, Parusía, con el sentido de Presencia (significado que le viene del verbo griego Pareimi) que se cumple en sunteleia ton aiones, el resplandor del
Aion o la “consumación de las épocas”, esta Presencia es invisible para la historia en el Islam desde el 873, cuando muere
en prisión el Imam XI a los 28 años de edad a la vez que su hijo de 5 y futuro
Imam XII, desaparece…quedando oculto
los 70 años siguientes (Ocultación Menor, Ghaybat
Sughra) mientras una sucesión apostólica de cuatro Nuwab (Profetas) a lo largo de los siglos IX y X mantiene el
contacto del Islam con el Shyismo, el esoterismo islámico.
Al cuarto Na’ib, ‘Ali bin
Muhammad Samuri, el XII Oculto le ordena en una última carta no elegir sucesor:
“En adelante, todo esto no incumbe más que a Dios” -cita H. Corbin
de esta epístola- pues había llegado el tiempo de la Gran Ocultación (Ghaybat
Kubra) en el año 942 o 330 de la Hégira. “…Es claro que para esta Era, todo
está ya planteado”... “Mi ‘proclamación’ en este sentido fue ya hecha, no hay
uno sucesor…”, se escribirá mil años después.
De modo que el retorno del XII Imam no es un evento a inscribir en
la historia, pues se encuentra en un espacio “perpendicular” o vertical
(circunferencia o función onda…) al curso “latitudinal” u horizontal de los hechos
que se datan, puntuales y localizados en el espacio-tiempo. Multidimensional y
trascendente con respecto al continuum de cuatro dimensiones, este mundo se
manifiesta en los acontecimientos
visionarios, siempre personales e “incomunicables, aún al alma más
fraternal” de los “amigos de Dios”. Sólo por vía de Iniciación, que incluye un
elemento de predestinación, el Imam Oculto se vuelve accesible (en todo lugar y
en toda época) a sus íntimos, que aún
“habiendo visto a Dios, en la más bella de todas las formas” mantienen idéntica
a lo largo de los siglos su expectativa del Retorno, nunca cancelada por la
“revelación” de que algún personaje de la historia fuese el Esperado…trayendo
un nuevo dogma o una nueva religión que coagule en formas tetra-dimensionales
la Causa de la multi-dimensionalidad.
El Imam Oculto y Sello de la Santidad permanece incógnito, como
incógnita es la Jerarquía que origina, conocida sólo por Dios, ya que esta
Halqa (liga) celeste es siempre ignorada por el mundo. Potencia X, accesible sólo
a la percepción teofánica de sus adeptos, corresponde, como en el caso del
Profeta Maní, a la imagen del Paráclito, el Consolador que se anuncia en una
llamada que es siempre una promesa, la que Jesús hace a sus amigos espirituales
“es preciso que yo parta, para que Él vuelva…” (Juan 16,7) expresado en el
Haddith del Profeta, citado por Corbin:
“Cuando al mundo no le quede
más que un solo día de existencia, Dios alargará ese día hasta que se
manifieste un hombre de mi posteridad; su nombre será mi nombre, y su
denominación la mía; llenará la tierra de armonía y de justicia, como hasta
entonces había estado llena de violencia y de opresión”
Y, como todos los instructores que portan el mitologema del Dios que
Vuelve, en su retorno cumple una tarea señalada también en el Evangelio de Juan
(16,12) “aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis
sobrellevar…”
Ahora bien, lo que revela el Imam Oculto no es un nuevo Libro
Sagrado, o una nueva Ley (Shariat) como los que aportan los representantes de
la religión profética: Torah de Moisés, Evangelios del Cristianismo o Qoran, sino
la revelación del Esoterismo de todos los libros, la Revelación de todas las
Revelaciones gracias a una hermenéutica sagrada que lleva a la comprensión
espiritual de la escritura santa, despertando un cuerpo sensible al
significado. Así se revela a los iniciados el esoterismo de todas las
religiones que descifra lo oculto en las tradiciones y aquello que Corbin
(1903-1978), discípulo del maestro andaluz Ibn Arabi (1165-1240) llama “secreto
de la Unitud Divina” que por lo
pronto se expresará en la percepción de la identidad de los mensajes de todos
los instructores y profetas de todas las épocas. En el Islam Shiita, este es el
advenimiento del Imam de la Resurrección, el Sello de la Santidad.
Así, en un sentido muy preciso, el retorno de Paqal entre los mayas,
como el advenimiento del Imam Mahdi, la Segunda Venida del Cristo, el retorno
de Maitreya, o la Parusía de Kalki, Décimo Avatar de Vishnú, no es un evento
personal, ni una referencia a un personaje específico que deba manifestarse al
final de los tiempos. Si su misión es la Revelación del sentido oculto de todas
las escrituras santas, este acontecimiento hermenéutico y del mundo del
Conocimiento verdadero es, en sí mismo, su Advenimiento, produciéndose no a
través de un individuo, de un grupo específico, de un pueblo concreto, de una
religión o de un dogma sino como un estado que alcanza la Humanidad entera, a
través de una iluminación colectiva
que proviene del descubrimiento de una Síntesis
Universal, que es el carácter
especial de la Segunda Venida de los instructores.
El correlato de este “evento espiritual universal” es el descenso de
un Libro Sagrado, revelado, que ocurre en la historia concreta y da origen a lo
que Corbin denomina Pueblo del Libro, Al
al Qitab, como realidad espiritual presente entre los hebreos (Torah), los
cristianos (Biblia) y el Islam (Qoran), que en su exégesis literal o exotérica
genera la Shariat, la Ley y se constituye
en fundamento religioso del judaísmo, del cristianismo y el islamismo,
sustentando también el canon del derecho que gobierna sus sociedades.
Pero El Libro, conforme a la enseñanza de los mismos instructores,
debe ser investigado más allá de la letra y en su hermenéutica esotérica sostiene
un ethos que revela a los Íntimos de
Dios la existencia del Mundo Imaginal, mundo intermedio, que requiere una
exégesis simbólica y mística de la enseñanza. Así, cuando el ciclo de la
religión profética que conoció a Adán, Noé, Moisés o Jesús, se cierra con el
advenimiento de Mohammed, el último Profeta, se abre a la vez el ciclo de la
hermenéutica sagrada, ministerio iniciático que compete al Primer Imam y a la
sucesión de Sheyks del Imamato que conduce a la Revelación de la Verdad desde
la Tradición Iniciática, restaurando a la vez la instrucción y el espacio que
la civilización occidental perdió hace 26 siglos.
Esta exégesis espiritual no se limita a un texto, una religión, una
instrucción o un avatar. Es un estado, una estación, una morada mística en la
investigación de la realidad, accesible a todos en el siglo actual a través del
conocimiento que está incluso más allá de los libros, más allá de toda
limitación y pasa por “la comprensión de la Ciencia” experimentada como “el sentido ilimitado del Saber” (SRF,
YYY, 1952)
Este conocimiento sintético, revelado en los sucesos místicos, crea
la multidimensionalidad del Hiperespacio donde mora el Insan Kamil, el Hombre Total,
Trascendental, él mismo Revelación de las Revelaciones, en un estado de “unión
con la colectividad” más allá del despertamiento personal de alguien, que
permanece, incondicionado, en la luz, como lo ha sabido siempre la Iniciación
Crística, esencia y finalidad total del Hebraísmo, el Cristianismo y el Islam,
monoteísmos emanados del Rey de Paz o Rey del Mundo (Melek Tzadek, Gén 14, 18-22), designado “sacerdote a
perpetuidad” sin padre, sin madre, sin genealogía (Heb. 7,13), es decir, una referencia esencial a un sistema de
conocimiento e iniciación que viene desde los orígnes y cuyos eventos son
posibles en el espacio de la vida psíquica, mundo imaginal o universo de cinco
dimensiones, cuya base física ahora es pre-sentida en la Teoría M.
***
Más allá de la realidad empíricamente “constatable” -al menos, eso
es lo que parecía antes de la física del siglo XX y del progreso de las
neurociencias- el espacio está constituido por dimensiones intangibles, que no
pueden ser descritas o medidas por cantidades y deben ser realizadas como
cualidades, “visibles” a medida que crece nuestra capacidad de contemplar las
experiencias humanas como eventos que no están desconectados de la totalidad de
cuanto existe, como si ocurrieran en un mundo esencialmente separado de lo que
llamamos naturaleza o “realidad objetiva”. Si mente y materia fueran dos mundos
opuestos y distintos, no habría forma de que entren en contacto ni habría
interacción de información entre ellos. No podríamos pensar la realidad ni ésta
modificarnos; nada “externo” debería cambiar nuestros estados de ánimo o incluso
permitir una comprensión espiritual.
Es hacia esta idea que conviene orientar el pensamiento para tener
una claridad mayor sobre nuestra posición en el cosmos.
Para el neurólogo F. Rubia, de la Universidad Complutense de Madrid,
el hecho de que tengamos unos cien mil millones de sinapsis conectadas a los
órganos de los sentidos, mientras hay unos dos mil billones destinadas a
registrar nuestra experiencia “interna” -de la sensación a la conciencia- demuestra
que estamos poco interesados en una “salida” de nosotros mismos o que
inexorablemente, sabemos del mundo apenas lo que queremos y no lo que debemos,
pero también demuestra que es una experiencia “interior” la que nuestro cuerpo
está dispuesto a realizar.
Cita a Heisenberg, descubridor del Principio de Incertidumbre que
rige en la mecánica cuántica, afirmando que no conocemos la realidad, sino nuestra
visión de ella. Y desde la neurociencia nos confirma que aunque nos creemos
objetivos, lo que consideramos materia es solamente un conjunto de impresiones que
nos entregan los sentidos y que el cerebro procesa, con el agravante de que
ambos nos engañan, como lo supieron los hindúes con su concepción de Maya, confirmada por la doctrina de los
Cinco Skandas del budismo, junto a
los físicos jónicos y sus filósofos, así como Berkeley o Descartes.
Los colores o los sonidos son interpretaciones que el cerebro nos
ofrece, de la inmensa gama de vibraciones que hacen la materia y la energía, y
no existen fuera de nosotros, como muestra el conocido ejemplo que el Doctor
Rubia toma de Bertrand Rusell: si un árbol cae donde no hay seres humanos
escuchando, no hay estruendo…
Una de las interesantes consecuencias de sus investigaciones se
encuentra ampliamente formulada en la conferencia que presentó en el 43°
Congreso de la European Brain and
Behaviour Society, en Sevilla (www.tendencias21.net),
continuando sus estudios en la línea expuesta en La conexión divina (Ed. Drakontos, 2002)
Refiriéndose a las consecuencias de las cuatro revoluciones vividas
por nuestra especie en los últimos 12.000 años: la revolución del neolítico que
trajo el conocimiento de una época anterior del hombre a través de la última
glaciación y creó la agricultura, alrededor de los lugares donde ese saber fue
guardado y cultivado (Gobleki Tepec). La revolución industrial que marcó la emergencia
de la mecanización y el intercambio comercial mundial, y la revolución de la
información que en el siglo XX incrementó de una manera nunca antes tan
completa y accesible en la historia humana, la posibilidad de saber y
transmitir conocimientos.
Según Rubia, la cuarta revolución está ocurriendo en las neurociencias
y de allí provendrá la “cuarta humillación para la especie humana”, que nos
descubre la inexistencia del yo, después de Copérnico que en el siglo XVI quitó
a la Tierra del centro del universo, de Darwin que nos describió proviniendo de
un proceso en el cual dios no tiene ninguna intervención y de Freud, quien
demostró que la libertad que tanto perseguimos, está más que determinada por
procesos inconscientes.
Para la neurociencia no hay un yo independiente de la actividad
cerebral y menos como entidad que vaya a sobrevivir más allá de lo que nos
duren las neuronas, pues ha sido producido por el cerebro como “cualidad emergente”,
al percatarse de que nada (incluido él) está construido para persistir… Nuestro
frágil y apreciado “yo” es sólo una estrategia para mantener la ilusión de una
identidad, un poco más allá de lo que el material biológico permite.
- Ved, dijo el Tataghata, todo
lo que nace, debe morir. Lo que ha sido compuesto llega a su final…”
Despierto desde los 35 años, rodeado de centenares de discípulos y habiendo
recorrido la India enseñando las cuatro nobles verdades, tenía alrededor 80
años cuando enfermo, recostándose apaciblemente sobre su lado derecho en el
bosque de Kushi Nagara entró en Nirvikalpa Samadhi ofreciendo así una última
enseñanza sobre la impermanencia, causa de la “sed de existir” que nos arrastra
a través de encarnaciones sin término…razón por la cual, desde la instrucción
tradicional de oriente hasta los descubrimientos de la neurología occidental, no
vale la pena intentar conservar al “yo” en modo alguno.
Para nuestra ciencia y aún para la filosofía tampoco hay realidad
exterior y el “mundo” es nuestra creación, nuestra Voluntad y Representación como afirmó Schopenhauer, un budista
perdido en Occidente. Vistas así las cosas, no hay base para afirmar que la
cosmovisión occidental sea más adecuada, en cuanto a un verdadero y completo
contacto con la realidad, que la cosmovisión de otros pueblos y culturas por la
sencilla razón de que no hay una realidad ahí, “fuera” de nosotros, afirmaba E.
Schrödinger, conclusión a la que también arriban Hawking y Mlodinow (El Gran Diseño, 2010).
Han sido necesarios dos mil años de evolución científica para
redescubrir lo que Rishis y gurúes (“Disipadores de tinieblas”, del
Sánscrito: gu-guyati: secreto; ru-rohati, luz e iluminar) transmitieron
a sus Chellah (discípulos) varios
miles de años atrás: el mundo, como lo conocemos, es ilusión, maya o magia producida por Vishnú,
Segunda Persona de la divinidad y también nuestra capacidad de generar formas a
las cuales por desgracia nos ligamos, hasta que la muerte nos detiene…
Pero no tenemos porqué detener nuestra búsqueda frente a estas
escasas posibilidades de conocer la realidad, se puede resolver el problema de
la inconsistencia del yo y realizar el Sí-mismo presente en todas partes.
Es aquí donde la Yoga, Ciencia de la Unión, tiene su punto de
partida, como conocimiento verdadero que se logra en la identificación del
“sujeto” y el “objeto” (que por este hecho dejan de serlo) en el acto de
conocer, restableciendo su unidad perpetua.
También es un hecho que pesando, midiendo y con cantidades, aunque
modificamos lo que vemos, alcanzamos los datos “objetivos” desde donde se puede
penetrar en un universo de significados.
“El conocimiento intelectual
es indispensable para tener del mecanismo universal una idea justa con la cual
podremos elevar nuestro espíritu mediante la pura inspiración. Esa raíz
objetiva y positiva de la ciencia, o al menos del saber, es el cimiento de la
fundación del edificio más subjetivo que deseamos construir para llegar a
Dios.” Escribía Serge Raynaud de la Ferrière en su obra Yug, Yoga, Yoghismo, 1952, donde
despliega un sistema de autorrealización ontológica que constituye a su vez una
“biografía mental”, describiendo las fases por las que pasa el investigador
hasta la completas realización de la Verdad.
***
En algunos escritos sobre los Mayas se desliza la idea de que además
de su dominio de la astronomía, las matemáticas, la botánica, eran capaces de
ciertos desarrollos en el campo de la conciencia, que vistos con ligereza desde
la new age, se atribuyen a obscuros
mecanismos que nunca se precisan ni describen, suponiéndolos referidos a algo
que todos debemos conocer: los mayas aparte de científicos habrían sido
“psíquicos…”.
¿Qué se quiere decir con esto? ¿Quién entre los miembros de la
ingenua new age, está dispuesto a ofrecer la menor explicación sobre esa
afirmación?
Sin embargo era cierto que los mayas habían desarrollado una cultura
que cubría campos de la vida psicológica poco estudiados, incluso hoy,
referidos al significado irrenunciable vinculado a hechos de carácter estelar,
desde donde es necesaria una relectura completa de los materiales que aportan
los códices y las construcciones, como vía para acercarnos a las imágenes que
transmiten el sentido de su avanzada astronomía. Pero esto nada tiene que hacer
con las “investigaciones” que recurren a borrosas “entidades” para explicar lo
que pertenece a una ciencia muy alejada de fantasías parapsicológicas.
El significado de su tradición pasa por la comprensión de los
símbolos presentes en su concepción del espacio como totalidad y el tiempo como
permanencia, necesariamente no localizados, pero actualizables a partir de
operaciones que realizaban reyes y miembros de sus múltiples linajes.
Por otra parte, al estudiar la naturaleza del tiempo y el espacio en
el pensamiento maya a la luz de teorías contemporáneas, se percibe la base
concreta de la continuidad que existe entre las experiencias físicas,
emocionales y mentales, aunque fuimos acostumbrados por la autoridad de
Descartes a separar estas funciones que en otras cosmovisiones constituyen una
sola realidad. Sin embargo al fondo de la física de las partículas también
re-encontramos el sustrato matemático que sostiene la vida psicológica y
mental.
La multiplicidad de dimensiones en las que se despliega lo real nos obliga
a pensar en el sentido de esos universos y el evidente contacto de nuestro
pensamiento con el mundo material, nos asegura que estas dos manifestaciones no
se encuentran separadas. Son, de algún modo, los dos extremos de una totalidad
y fue la pérdida operada, por razones diferentes, tanto entre los griegos como en
el judeo-cristianismo, del “mundo intermedio” que los reunía, conocido por
todas las civilizaciones tradicionales, lo que determinó asumir esa separación
gratuita como un estado verdadero que dividía al mundo en dos ámbitos
irreconciliables sin su mediador, el símbolo, lenguaje (significado) y
“corpúsculo” (significante) a la vez, capaz de reconducir la materia, a través de su significado, hasta su
principio mental. Tal es el sentido del término árabe Tawil, el misterio al que inicia la mística sufí.
En occidente la multiplicidad de dimensiones que reconoce la física
y la naturaleza del conocimiento estudiada por las neurociencias han iniciado
la investigación de este mundo imaginal, mundo intermedio al que Pablo llamaba psiquicon, como realidad que une el neumaticon (pneuma, aire o espíritu) con somaticon
o sustrato material de cuatro dimensiones que requieren macro y microcosmos,
donde se dan las experiencias “materiales”, que ligan las distintas longitudes
de onda en las que vibra la realidad, con los órganos de los sentidos.
Al no existir separación entre las dimensiones de estos universos,
el nacimiento de las Supercuerdas es, a la vez, manifestación de la
intencionalidad de la conciencia como vida psíquica, integrada por
“partículas”, verdaderos quantums
psíquicos, como la mínima cantidad de energía capaz de producir una
experiencia en este campo, algo así como el lado “concreto” del universo de los
significados, pero esta vez perceptible como Branas 1 y 2, irrepresentables en
la geometría euclidiana.
Por una vía distinta a la nuestra, las civilizaciones antiguas
llegaron a la compresión de la información que crea la realidad. La llamaron
éter y le atribuyeron capacidad de generación y omnipresencia en el mundo
material como continuidad espacical y permanencia. Constituía no alguna vaga
entidad semi-inmaterial cuya inexistencia demostraron Milchenson y Morley, sino
el significado o la cualidad de los cuatro elementos que
corresponden con las cuatro interacciones fundamentales.
***
En el
pensamiento hindú Akasha es el Aether
mismo. De cualidad sonora, produce el oído en el hombre; amargo, tiene como
cualidad secundaria al espacio o universo etéreo. (SRF, Yug Yoga Yoghismo, 1952) y al vibrar de cuatro modos diferentes
manifiesta los éteres que darán origen a los cuatro elementos: Prithivi, la
Tierra; Apas, el Agua; Tejas, el Fuego y Vayu, el Aire. Pero los términos no se
refieren a la realidad empírica que nombran. Son símbolos de cualidades,
mecanismos, consistencias, comportamientos, desarrollos en el tiempo.
Estos éteres, a
la vez modalidades de vibración y categorías de clasificación (cuatro elementos,
cuatro direcciones en el espacio, cuatro puntos cardinales, cuatro
temperamentos, cuatro mundos en la Qabbalah hebrea, cuatro chakras inferiores
en el Tantrismo) son el fundamento tanto de los fenómenos, en su realidad
“exterior”, como de la experiencia sensorial que generan, en la realidad
“interior” de la conciencia, que brota en
un cerebro (Shanga), espacio de gran complejidad creado por las mismas leyes
(Dharma) que hacen posible la manifestación del Ser (Buddha), como Universo.
Por eso, para Serge
Raynaud de la Ferrière, VAYU, traducido como aire, es el “éter” como causa y a la vez significado o cualidad,
de un conjunto de fenómenos y experiencias posibles en los diversos
mundos-universos. Así, es cualidad del tacto y del lenguaje, de los sabores
agrios y ácidos; secundariamente es la cualidad de la locomoción (estado
gaseoso).
Es decir, el
significado o el “éter” (que es lo mismo) de estos seres y experiencias, se
simboliza como “aire” y las propiedades físicas (expansión, intangibilidad,
sutileza) de este elemento, son imágenes, casi metáforas de las propiedades de
esos seres, de esas experiencias. A su vez, este “significado” de las cosas y
las experiencias, es su vibración psíquica, en continuidad con la realidad
física, tetra-dimensional, de las mismas cosas. Todo este mundo es el símbolo,
no como constructo o representación,
sino como un estado cuántico de la realidad.
El hombre no es
distinto del macro-cosmos que, siguiendo las mismas leyes que lo rigen, lo crea
microcosmos como lugar de su autoconciencia. Así, Vayu como éter se “localiza” en la columna vertebral a la altura
del corazón y de los plexos nerviosos simpáticos cardíacos, conectados con
fibras nerviosas parasimpáticas que provienen del Xmo par craneal (Nervio Vago
que nace de los ganglios basales del cerebro). Tanto el sistema nervioso
simpático, como el parasimpático, tienen equivalencias simbólicas precisas.
En la
cosmovisión hindú, esto significa que las experiencias del corazón, están
integradas con cualidades de sutileza, expansibilidad, ayuda, que las
caracterizan.
La imagen
simbólica de este plano es una flor de loto con 12 pétalos (Chakra Anahata) que soportan 12 letras
del alfabeto Devanagari, nombre que
significa literalmente “La ciudad donde viven los dioses”. Cada una de estas
doce letras, como deidad (Deva),
ofrece un conjunto de significados que se asocian así a cada pétalo….y el todo
forma un universo cualitativo accesible al yoghi que medita la realidad desde
cada uno de estos centros de conciencia. Así, la multiplicidad de sus
experiencias vitales, materiales (senso-percepciones), fisiológicas (respirar,
digerir) acciones como tocar, ver,oír etc.) , emocionales, se transmutan en
energía psíquica, que habita universos de seis, siete y más dimensiones. De
hecho, estas experiencias que vuelven Uno al hombre con el cosmos, en la Yoga
como en la Alquimia, son experiencias mentales…
Siguiendo con el
éter Vayu: “su deidad es Isha, y la
forma femenina Hakini, la tonalidad
del sonido es muy alta y muy leve, la naturaleza, fresca al contacto, la
aspiración de 8 dedos de largo y su dirección es al Norte…” Vemos entonces un
sistema simbólico estructurado, que cualifica la realidad física y todas las
experiencias que produce, reconduciendo
la materia a su realidad espiritual, en cada conciencia que se despierta al
contacto de estos éteres a través de un sistema que integra una anatomía y
fisiología místicas que en los adeptos llenan de sentido al universo. En el
Islam, esta misma es la misión del Tawil,
que Corbin, por su parte, atribuye al mundo imaginal y su lenguaje de símbolos
entre sus Espirituales.
En definitiva
¿cuál es el significado de los mundos que describe la teoría M más allá del
continuum de cuatro dimensiones? Es hora de considerar algo así como una teoría
corpuscular de la vida psíquica, posible en espacios de cinco o más dimensiones:
“Charles Henry ha
establecido que la velocidad de propagación de la energía irradiada por los
resonadores bio-psíquicos (átomos de vida), es aproximadamente 100 millones de
veces la velocidad de la gravitación calculada por Laplace, la cual se eleva ya
a
30 * 10^6 km/s. Esta inconcebible velocidad psíquica de 40 * 10^21 km/s., que excede con 16 ceros la velocidad de
la Luz, es probablemente la del pensamiento…” escribía SRF en Los Misterios Revelados (1949), citando
al matemático francés que falleció en 1926, luego de plantear en su Generalización de la Teoría de la Radiación,
la existencia de “átomos de vida”, que podríamos verlos como el punto de
intersección de campos electromagnético, gravitacional y psíquico. Dejando a un
lado las doctrinas vitalistas y el arcaísmo de los lenguajes, podemos llamarlos
Supercuerdas, y avanzar un poco más en la comprensión de estos universos.
En conclusión,
es importante recordar que la percepción que tiene cada uno de nosotros es de
no separación, en cuanto a la realidad humana, entre los cuerpos físico,
psicológico y espiritual. La nueva física que expresa el nuevo espíritu
científico y que ha realizado más descubrimientos a lo largo del siglo XX que
en la totalidad de la historia del pensamiento occidental, junto a las
neurociencias, nos acercan a un conocimiento completo en el cual las cuatro
dimensiones conocidas, se continúan en la multildimensionaldidad de la psiquis y
el conjunto se experimenta como espíritu. La cosmovisión de oriente y
occidente, luego de un largo proceso, se reúnen finalmente en el hombre, su
objeto y finalidad.
***
Cuando pensó en
Andrómeda, mientras veía a Hiranyagarba
Semilla del Sol gestándose contra el obscuro vacío donde resplandecían las
galaxias en esta habitación imposible y serena del Chelsea en Nueva York, que
por momentos era también un blanco dormitorio de Versalles, todo se había
detenido en un silencio que anunciaba el final de todos los trayectos. Su
transformación en hombre maduro del que enseguida emergía un anciano luminoso,
era lo único que medía el tiempo, contra la inmovilidad de ese lecho cubierto
por un manto verde, mientras tenía clara conciencia de haber llegado al límite
del Sistema Solar.
Hace apenas
“unos segundos” había abandonado la Luna de Júpiter y cruzando la heliopausa, más
allá de Plutón, ahora navegaba contra el viento interestelar. El tiempo, imagen
de una duración que sólo estaba en su conciencia, se esfumaba rápidamente entre
otras imágenes mentales mientras pensaba en el próximo cambio del campo
magnético que alternaba sus polaridades cada 13 días en el ciclo de 26 de la
rotación solar.
Por un momento
tuvo la certeza de no haber recorrido distancia alguna, en la misma forma en
que Sun Wu Khung, el Mono Peregrino, habiendo viajado a la tenue membrana que
era el límite con otros universos, consiguió pintar en los Cuatro Augustos
Pilares del Origen que manifiestan al Todo en este mundo, el nombre que
recibiera en la Gruta de su maestro Subodhi, sólo para constatar que apenas rozaba los dedos del
mismo Buddha, donde se veían los caracteres impecablemente dibujados casi junto
a la palma del Despierto…nunca abandonada por el Sosia de los Cielos a pesar de su desplazamiento portentoso.
David vio, en un
relámpago de instante, que su pensamiento no llegaba a la lejana galaxia, ya
estaba allí, donde pensar en Andrómeda había llevado a su conciencia. No
había ningún tiempo separando el nombrar a Andrómeda del pensar en Andrómeda
porque estos dos actos en esencia eran solo uno. En realidad el tiempo era lo
que tardaba su conciencia en realizar esta continuidad y permanencia pues fiel
a su intencionalidad era puntual y no
podía abarcar sino algo preciso, focalizada como quedan los rayos de luz al
atravesar un lente biconvexo. La composición de agregados, de esos estados
sucesivos, creaba la ilusión de una continuidad consciente, que hacía
operaciones, sufría y buscaba “no morir”.
Sonriendo, se
recostó y cerró los ojos al recordar vagamente la identidad entre el Ser, el Pensar
y el Decir que tanto apreciaron los griegos. Llegó así a la instantánea
apercepción de que, desde siempre, su pensamiento -como el de todos- en tanto
que Pensamiento estaba siempre allí,
en Andrómeda, y al no estar localizado, también en todas partes. En los granos
de arena de la lejana playa que dejó atrás un año antes, o en las miríadas de
mundos que brotan en cada sloka del Sutra del Diamante. En la infinitud de los
Yugas que, sin tiempo, se vienen sucediendo. A su vez, este allí (hic) era un no-lugar, u-topos,
es decir todos los lugares pasados, actuales y posibles esperando que en el
tiempo empírico, su teofanía se mostrara como este pensar en él…que se daba siempre en el ahora (nunc).
El maestro de la
Gnosis de Princeton seguía teniendo razón mientras jugaba con su lápiz entre
los papeles blancos, en la habitación de un hospital iluminada por la primavera
del ’55, cuando soñaba con coagular en ecuaciones su intuición de un campo
unificado, pocos días antes de entrar en el camino: si algo, como en este caso
su pensamiento, viajaba a una velocidad mayor que la de la luz, matemáticamente
adquiriría una masa infinita.
Pero ¿qué masa
podía tener el infinito de algo que no ocupaba ningún espacio tangible?
Sustancia sutil,
el Pensamiento, capaz de abarcar en un instante al universo entero, sin
agotarse y sin estorbar ningún fenómeno a ningún nivel… No estando en algo, lo
cubría todo; no queriendo cubrirlo adquiría el dominio, no intentando cercarlo
se expandía mansamente fundiéndose en el Todo que jamás buscaba, pues en Él
estaba y era siempre Él. Escuchaba nuevamente al viejo Lao Yi en una de esas
versiones aún no descubiertas que duermen en ciudades sepultadas bajo las
arenas del Gobi y en los recuerdos del Takla Makán, delicadamente trazadas
sobre la seda que envolvía las tablillas de bambú de Guodiang…. Sin oponerse
absolutamente a nada, el pensamiento lo ocupaba todo y todo era pensamiento.
Como un nuevo
Empédocles, avanzó despreocupadamente hasta el borde de esta singularidad. Más
allá del horizonte de sucesos todo era un vacío de luminosa paz. En la Tierra
alguien entraba en Samadhi en ese instante y sincrónicamente, mientras su
corazón se detenía, en algún lugar del multiverso latía un nuevo quásar.
***
(Continúa en 2012 V)