El 21 de Diciembre de 2012 no ocurrirá nada.
No habrá ningún cataclismo que haga desaparecer al mundo bajo las aguas, nadie será consumido por la magnitud de la pulsación gamma que emitirá el blazar del Agujero Negro Super-masivo, cuya inconmensurable gravedad mantiene a nuestra Galaxia rotando en ciclos de 225 millones de años. Los satélites y las comunicaciones no sufrirán el embate de ninguna explosión de masa coronal capaz de arrasar con nuestro sistema planetario que circunvala a Alción cada 26.000 años -desde hace 4.500 millones- en el Brazo de Orión de la Vía Láctea.
Ese día en que los niños irán a sus escuelas cuando hombres y mujeres de todas partes van a sus trabajos, tal vez el viento solar deforme el campo magnético terrestre produciendo un colorido espectáculo luminoso, con auroras que alcancen la línea ecuatorial. Como desde hace milenios, el sol se elevará al oriente, pero cuando llegue al cenit cualquier persona desde cualquier parte de la Tierra podrá mirar el Centro de la Galaxia, a un palmo del astro que pasa frente a la constelación de Sagitario.
Serán catorce meses desde la convulsión mundial que tomó las calles en 950 ciudades, dando nacimiento al ciudadano del mundo que busca un cambio moral, gestado por el dominio de las comunicaciones que unen todo y a todos en el éter. Veinte y dos meses antes en Puerta del Sol se inauguraba el “kilómetro cero de la nueva edad”, mientras en Japón fracasaba una forma de hacer Ciencia, impotente ante sus errores. Dos años atrás la información había desnudado a los estados y pasaron cuatro desde que en la frontera franco-suiza, los hombres quisieron reproducir el Big Bang. Se cumplirán cinco años desde el fracaso mundial del capitalismo, con su quiebra económica, y poco más de una década de la muerte moral del “liderazgo político mundial”.
Habrán transcurrido trece años desde el eclipse total de Sol del 11 de Agosto de 1999, que recorrió Inglaterra, Europa central y oriental, pasando sobre los países que encendieron la Primera gran guerra y que entonces, nuevamente estaban en guerra; se extinguió en el Océano Índico, mientras en el cielo los planetas formaban una cruz sobre los signos fijos -simbólicos- Aguador, Toro, León y Escorpión, reproduciendo la imagen de la Esfinge construida junto al Nilo con la ciencia de Hermes-Toth-Trismegisto: Cabeza de hombre, cuerpo de Toro, garras de León y cola de Escorpión. Tiempo del fin…pensaron los Mayas cuando abrieron el último Baktún: trece años después y con otro eclipse, concluiría la Quinta Edad del mundo.
Quinientos años desde el “descubrimiento” de un Nuevo Mundo y mil desde que el Islam civilizara a Europa, introduciendo el pensamiento griego cuatrocientos años luego del nacimiento del Profeta. Dos mil años desde el primer advenimiento de Jesús y más de cinco mil cuando en sus calendarios los mesoamericanos instruidos por un primer Quetzalcoatl y los hebreos por Henoch, empezaron a contar el tiempo… en la India se iniciaba el Kali Yuga con la llegada de Krishna, Octavo Avatar de Vishnú y en China reinaban los Tres Augustos apoyados en el Libro de los Cambios que leyó Fo-Hi en el Dragón-Yegua de Huang-Hó. Diez mil años desde la instrucción de los Druidas y trece mil cuando la desaparición de un continente “tan grande como Libia y Asia juntas…” descrita por Platón en el Timeo, originó la revolución del Neolítico -y nuestra civilización- en el norte del planeta. Veinte y seis mil años desde que otros, Sapiens como nosotros, vieron el mismo Centro de la Galaxia…
Ese día en el que el Ajenjo citado en los Proverbios, en Jeremías, en las Lamentaciones, en Amós, el mismo que “al final de los tiempos” vuelve en la Revelación (8,11) no sacará de su órbita al planeta, nadie será arrebatado en ninguna parte ni rescatado por alienígenas…
Ese día, en que no pasará nada, habrá cambiado todo.
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Al ver la imagen del monolito erguido a unos 100 metros de la puerta de la tienda de campaña en la Isla Robinson Crusoe, sintió algo de decepción pues la forma no correspondía a lo esperado.
Esculpidos al borde de un cráter, el grupo de rocas debía mostrar un jaguar en acecho detrás de la cabeza de Chan Balum, teofanía del Dios Sol que retorna para ser testigo del último día del mundo o por lo menos del calendario maya…. Sin embargo, tal vez los siglos y la erosión, tal vez la distancia o las expectativas, en todo caso y a pesar de los retoques de la imagen, no lograba distinguir figura alguna, que correspondiera con la de un rey, entre los grandes, del esplendor maya en Centroamérica.
El documental que History Channel difundió aquella madrugada de Abril de 2010 dramatizaba la búsqueda iniciada por el arqueólogo Jim Turner 14 años atrás, un Viernes 13 de Enero de 1995, cuando la embarcación en la que navegaba hacia Pascua casualmente recaló en Robinson Crusoe, la más grande de las tres islas del Archipiélago Juan Fernández, en el Pacífico Sur, 640 km al Oeste de las costas de Chile. Recorriendo una zona agreste, sufrió un pequeño accidente que lo obligó a reposar en su tienda cuando al levantar súbitamente la puerta del vivac, vio la imagen de “un objeto maya, de unos 45 metros de altura, tallado en la ladera del volcán”.
Siguió un largo período de búsqueda en el pasado de los pueblos mesoamericanos y un par de años investigando el Templo de las Inscripciones en Palenque (Chiapas, México) donde Pacal el Grande, Invencible Escudo, después de 68 años de reinado, fue sepultado 13 siglos atrás por su hijo Chan Balum, Rey Iniciado a los sistemas de transmisión tradicional.
Cuando el narrador recordó las fechas del gobierno de Pacal (Escudo) y Chan Balum (Serpiente-Jaguar), su curiosidad aumentó.
Se trataba del siglo VII de la Era Cristiana, época durante la cual también nació el Islam (622, primer año de la Hégira). En China florecía el Ch’an, con el Sutra de la Plataforma de Hui Neng (638-713), a partir del Budismo que introdujo Bodhidharma un siglo atrás, definido como una intuición del Dharma “al margen de las escrituras”, independiente de las palabras: una visión directa en nuestra naturaleza original. En América del Sur, el mundo convulsionaba (Pachacuti) con la guerra de los señores de Huari que impuso la esclavitud y la muerte (c. 650) en los Andes Centrales. Para Wiracocha-Saturno (Sullivan, 1996) llegaba el tiempo del Retorno. Buscó a Manco Cápac “El que mide en palmos…” y entregando el Eje de la Tierra, volvió a su Origen peregrinando al noroeste de los cielos por la misma ruta que en illud temporo lo había llevado desde el Centro del Mundo a Tiahuanaco. Llegó al Paralelo 0°, donde las costas de Manabí se unen con el Gran Océano, proyección terrestre del lugar donde el Ecuador Celeste encuentra a la Vía Láctea. Miró la Gran Esmeralda y prometió que volvería, como Quetzalcoatl que anunció su retorno en el año 1 Acatl, cuando llegó Cortés.
Según el reportaje, el mismo Chan Balum habría dispuesto la construcción del megalito, hacia el final del siglo VII, cifrando allí una instrucción “para el final de los tiempos".
- Diez años después, Turner y el antropólogo Jeff Solz llegaron a Valparaíso y crearon el documental donde ahora buscan un barco que los lleve mar adentro, hacia las islas… Entre tanto, recordaba que Linda Schele y David Freidel , dedicados en los años 70’ y 80’ a descifrar las inscripciones jeroglíficas de los templos en Palenque, afirmaron en sus cuidadosas traducciones publicadas en su extraordinario libro A Forest of Kings, The Untold Story of the Ancient Maya (1990) que “las instituciones de poder mayas, registradas y observadas desde la llegada de los europeos, estaban imbuidas de sacralidad y arropadas en lo cósmico…” dejando “para la contemplación moderna una visión de la realeza justificada de manera religiosa y mitológica”. También habrían puesto énfasis en mostrar “la relación entre la herencia legítima del estado divino, a través de la descendencia familiar y el carisma personal del rey” (Una Selva de Reyes, p.274), en los relieves que cubren templos y edificaciones de cientos de ciudades construidas y abandonadas a lo largo de dos mil quinientos años, en los actuales México, Guatemala y Honduras.
¿En qué consistía ese estado divino que se hacía patente como carisma de un rey? Para los Mayas, como para todas las civilizaciones “tradicionales”, la realeza era sagrada: sus reyes encarnaban principios trascendentes. La idea es muy antigua y al parecer universal. El sacerdocio hebreo “ungía” (Heb. meshiah) al rey por medio de un bálsamo sagrado, “aceite de santa unción”, elaborado “según el arte del perfumero” (Ex.30,25). Convertido en Mesías, el “Ungido” llevaba adelante un proyecto divino entre los hombres, que se asumían como “Pueblo de Dios” en una vocación ratificada a partir de su entrada en el Desierto, donde son enérgicamente invitados a “amar a Dios” (A. Néher). Lo mismo ocurría entre los iranios, griegos, latinos, celtas, sajones y otros pueblos indoeuropeos. En la India los reyes provenían con frecuencia de entre los Kshatriyas (guerreros), recibiendo su mandato de los Brahmanes (sacerdotes). Manipulada muchas veces, esta prestigiosa institución se mantuvo en Europa, de los Merovingios a los Carolingios, de la dinastía de los Capetos a la de los Borbones; incluso Bonaparte se haría coronar emperador por la iglesia, inmortalizando el instante en el cuadro que pintó Louis David… y el que haya arrebatado la corona de manos del papa es sólo un detalle que no consta en la pintura. En todas partes fue este respaldo sacerdotal el que “divinizaba” el status de los gobernantes, determinando su visión política y de la historia.
Por su lado, Pacal y Chan Balum se consideraban “descensos” (Sánscrito: Avatares) de las divinidades en Palenque, y habrían plasmado en el monolito, 1.300 años atrás, “una imagen poco conocida del Dios del Sol” en el esplendor de su gloria… como una señal, un símbolo y un secreto que se revelaría cuando estuviera cercano el tiempo de la realización de antiguas profecías. Para edificarlo, buscaron un lugar que estuviera alineado con varios fenómenos celestes, entre ellos el eclipse solar total del 13 de Noviembre de 2012, 40 días antes del final de su calendario.
El mensaje de estos reyes, que también habrían mostrado su capacidad de “acceso a lo sobrenatural” al integrar la astronomía con la que alineaban sus construcciones con “viajes internos” similares a los que realizan los chamanes (El regreso de Quetzalcoatl, Pinchbech), estaba dirigido a una época cuyo cielo correspondiera con el que ellos encontraron durante sus reinados, utilizando la ciencia de los ciclos que los había convertido en “Señores del Tiempo” al descubrir sus mecanismos, transmitidos por civilizaciones aún más arcaicas como la Olmeca.
El monolito marcaría el punto hasta donde es llevada una Tradición, esperando el encuentro de quienes en algún tiempo futuro la investigasen y volvieran sus miradas al Origen, cuando llegue el final del período para el cual fue creada la cuenta de los días que termina en estas estas fechas.
Pacal cultivó a la vez la Arquitectura y el Arte, se convirtió en rey a los 12 años de edad, el 29 de Julio de 615 con el nombre de K’inich Janaab’ Pacal. Literalmente “Sol Grande Escudo”. Por su nombre, no es difícil reconocerlo avatar de Hun Hunab Ku, supremo poder divino.
Hunab, Solo, único; K’u, Dios, que el filólogo Domingo Martínez traduce como Hu, sólo o único; Naab, medida y Ku, dador: “El único dador del movimiento y la medida”.
Equivale, entre los griegos, a quien entrega a los hombres la Matra (Medida) del Arxé (Principio), base de correspondencias entre los planetas, los números, las letras, las formas, las notas musicales, los órganos del cuerpo y las funciones del espíritu, bajo la imagen de las cuerdas de la lira de Apolo. Expresión de lo “No Manifestado”, en el Popol Vuh (El Libro del Consejo, c.s.X) es el Corazón del Cielo y el Creador del cosmos… cuando vuelve a la existencia después de perder la vida junto a su gemelo pues, como los Dióscuros, los jimaguas Hunabku I y Hunabku VII, guardaban un secreto: podían renacer a través de una operación que no era exclusivamente maya.
Engañados en el juego de pelota por los Señores de Xibalba, aceptaron morir. En triunfo, la cabeza de Hunab ku I fue colgada entre los frutos del Árbol de los Mundos, hasta la llegada de Ixquic, hija de Cuchumaquic , fecundada por la saliva especial que recibe entre sus manos, emanada del fruto del Árbol misterioso con la instrucción oral de Hunrakán. Como Isis, su gemela egipcia que obtiene la simiente de Osiris Psicopompo (conductor de almas), inicia una Segunda Creación a partir del Principio vencedor de la muerte que “vuelve” en dos nuevos gemelos. Hunab ku e Ixbalamque derrotan a los gigantes reiniciando el mundo como el Sol y la Luna.
K’ínich Hunab ku Pacal es Energía obscura y materia “visible” en el Agujero negro, centro y padre de toda la Galaxia.
Frente a él, su sí-mismo, el no-opuesto K’inich. Sol Manifestado y plenitud de la Luz. Energía y Materia luminosa que el hijo de Pacal lleva en su nombre K’inich Chan Bahlum, “Sol Serpiente Jaguar”.
Los dos reyes continúan un linaje iniciado el 11 de Marzo de 431 cuando Bahlum-Kuk (Jaguar-Quetzal) a los 34 años de edad se convirtió en rey. Después del 799 desaparecen en las inscripciones las referencias a esta dinastía.
En lo fundamental, la tesis de Turner planteaba que el Archipiélago Juan Fernández fue “elegido por los mayas” como un lugar de importancia en 2012… debido la repetición cíclica de varios fenómenos celestes accesibles desde allí, todos en un sagrado día Ahau.
En primer lugar, el raro tránsito de Venus sobre el Sol, que ocurrirá el 6 Junio. Tuvo su “paso inferior” en 2004 y no se repite antes de 100 años.
En segundo lugar, el eclipse total de sol al atardecer del 13 de noviembre de 2012, a 1° de altura sobre el horizonte, dentro de un sistema de Saros -eclipses utilizados en predicciones- en la misma región que conoció otro, al final del reinado de Chan Balum, el 15 de Noviembre del año 700. Apenas se verá desde unas pocas islas, pues casi la totalidad de su trayectoria se cumple sobre el Océano Pacífico, dibujando un trazo que cubre la posición que antiguas y extendidas leyendas atribuyen al continente Mu, desaparecido en época inmemorial, también bajo las aguas…
Finalmente, la alineación Tierra-Sol con el Agujero Negro del Centro de la Galaxia a observarse desde cada punto del planeta, mirando una pequeña área junto al Sol en la constelación de Sagitario, 4° debajo del Ecuador Celeste, el 21 de Diciembre de 2.012.
Estos fenómenos astronómicos descritos largamente en los reinos mesoamericanos se registraron en el Códice Dresde (c. siglo X) que escapó del fuego en la “lucha contra la herejía” promovida por la Inquisición en Yucatán (Auto de Fe en la ciudad de Maní, 13 de Julio de 1562 por el Obispo Landa & cía) después de la conquista de México. Conservado en Flandes, fue redescubierto en 1930.
En unas 74 “páginas” con tablas de las posiciones de Venus, muestra las fechas de sus tránsitos solares. Concebido como un almanaque con predicciones para los 365 días, más allá de una finalidad simplemente agrícola incluye material astronómico y, como se diría hoy, astrológico, relativo a los eclipses del Sol, profecías sobre los katunes, invocaciones, previsiones sobre el tiempo, instrucciones médicas y en su página final: dioses, jeroglíficos y “una serpiente escupiendo agua”, mientras una anciana vierte un cuenco de leche junto al Árbol del Mundo. Según el reportaje, esta imagen expresa lo que sucederá en 2012, cuando “una gran inundación termine el ciclo maya iniciado 5.125 años atrás” un 13 de Agosto de 3114 a.C con el arribo de un primer Quetzalcoatl a México, identificado con la “Primera salida de Venus” sobre el horizonte del mundo, año que se convierte en 3113 a.C. si entre el 1 después de Cristo y el -1, se considera un “Año 0”
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LA MEDIDA DEL TIEMPO
Un diluvio “al final de los tiempos” no le sonó plausible. En el año 1.000, la propagación del Islam por Asia meridional y central, cercano Oriente, África del Norte y media Europa, anunciaba “con seguridad” el fin del mundo, preocupación que también se presentó hacia el 2.000. Todos los milenarismos, incluido éste y su amplia cobertura mediática, podían estudiarse de un modo muy distinto, considerando los datos desde la perspectiva del símbolo. Al igual que otros textos sagrados, (Mahabharatha, Torah, Qoran, Evangelios, Zend Avesta, Voluspa, I-Ching) ni los códices, ni las inscripciones en los templos y edificios ofrecerían su significado completo en una lectura literal.
Por otra parte, recordaba cómo los egipcios, los sumerios o los hindúes, consideraron que la vida humana y el desarrollo de los eventos naturales incluían un elemento fundamental de predestinación (ananké griego y fatum latino) vinculado a la evolución cíclica de los planetas. Por la misma razón, los Mayas registraron los movimientos de Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno (Observación del Cielo en el México Antiguo, Aveni) y encontraron unas 18 formas de medir el tiempo, distinguiendo ciclos con frecuencias y ritmos que muestran cierta dinámica armonía universal entre varios aspectos de la realidad.
Sus investigaciones continuaban una extensa tradición de estudio de los cielos, llevando un registro minucioso de la marcha del tiempo a través de 5 unidades de distinta duración:
Kin 1 día
Uinal 20 días
Tun 360 días
Katun 7.200 días
Baktun 144.000 días, que al repetirse 13 veces, completa un ciclo de 1. 872.000 días, unos 5.128 años.
Notó estas cinco divisiones que se incrementan en múltiplos de 20, a excepción de los 18 Uinal que hacen un Tun.
Y cediendo a las analogías, recordó a los cinco elementos del Medioevo occidental: Tierra, Agua, Fuego, Aire y Éter, que, como los Wu Xing (Cinco Elementos) agua, fuego, madera, metal y tierra, generaban el cosmos. En realidad, cinco fuerzas interactivas que el vizconde de Qi atribuye en la Gran Norma del Libro de la Historia, al Emperador Yu del siglo –XXII. Su imagen era visible en el sello de Fo-Hi que Lao Yi conservaba entre sus manos al meditar el mundo. De igual manera, la cosmología maya había descubierto que la multiplicidad provenía del Uno, Hunab Ku, siempre central, a través de la tierra (materia), el agua (tiempo), el fuego (energía) y el aire (espacio).
Este mismo número divide el ciclo total de la Precesión Equinoccial de 25.920 años, “descubierto” por los griegos – pero muy usado en el mundo antiguo- en los Cinco Soles mayas, de más o menos 5.125 años cada uno, o en los Cinco Pachacutic andinos. El “más o menos” se aplica también a los calendarios occidentales que al situar el inicio del año en el 1 de Enero, no están basados en dato astronómico alguno.
Con estos “elementos del tiempo” los mayas compusieron el calendario sagrado TZOLKIN (año) de 13 números (meses) combinados con 20 nombres (días) para producir 260 kin o días, cada uno con un valor simbólico como puede estudiarse en las imágenes de la edición facsímil del Códice Vaticano A (Ed.Siglo XXI, 1996). Tenía noticias de que este calendario se usaba todavía con fines mágicos en algunos pueblos de México o Guatemala y estos nombres constan en La Relación de las cosas de Yucatán, compuesta por el Obispo Diego de Landa hacia 1566, sin el apoyo de informantes indígenas, a diferencia de la Historia General de las cosas de la Nueva España de Bernardino Sahagún.
A la vez, los mayas crearon otro calendario, considerado “impreciso” o “civil” por los científicos modernos. Era el HAAB, de 365 días -aproximado al valor astronómico actual de 365,25- formado por 18 uinal (meses) de 20 kin (días) contados desde el 0, “asiento del mes” hasta el 19, más 5 kin sin nombre del “temido” período Uayeb. Tampoco ahora pudo dejar de pensar en los egipcios, con un año (Renpet) de 360 días y un período de 5 días que llamaron Heru-Renpet, “los que están por encima del año” ( gr.Epagómenos) ganados en un juego por Hermes a la Luna, para crear un tiempo que permitiera a Nut, diosa del Cielo, dar a luz a sus hijos (Plutarco, Isis y Osiris). Fue Osiris el primer dios nacido en esos días.
Como resultado, entre los Mayas cada día tiene dos nombres, uno en el calendario Tzolkin y otro en el Haab, puestos a la vez en los documentos de piedra que cubren sus construcciones, casi inconcebibles sin esta presencia… -Volvió a mirar el monolito: se puede “fabricar” un monumento, pero de ninguna manera “inventar” inscripciones, totalmente ausentes, por otro lado, en toda la Isla. ¿Porqué tener dos nombres para el mismo día?
Claramente –pensó- para esta civilización el curso del tiempo tenía un doble sentido: por un lado era una “sucesión de números” basada en la rotación (día) y traslación terrestres (año de 365 días) que el impreciso Haab reglamentaba; por otro lado, y mostrando una cosmovisión radicalmente distinta, el mismo día estaba en relación con un grupo de significados que se manifestaba en los símbolos ofrecidos por la combinación de glifos del número y el nombre de cada uno de los 260 días del Tzolkin. Esto significaba que a diferencia de la civilización occidental, los pueblos originarios mesoamericanos se mostraban sensibles a la dimensión del significado del tiempo, algo que la cosmovisión euro-centrista había perdido inexorablemente a lo largo de los últimos 26 siglos… ¿Habrían habitado los Mayas, como los Incas, en medio de un espacio sacralizado? ¿Era esto lo que explicaba la orientación de sus construcciones hacia puntos que en el horizonte coincidían con la salida y ocultamiento del Sol, la Luna o Venus, en los equinoccios y en los solsticios? ¿Fue esta concepción la razón de sus milenarias observaciones del cielo?
La combinación de nombres de los dos calendarios para un mismo día se repite cada 52 años Haab (52 x 365) o 73 Tzolkin (73 x 260), es decir, cada 18.980 días.
Años atrás estudió este siglo maya, con 4 ciclos temporales de 13 años cada uno (como las cuatro direcciones del espacio), cuidadosamente representado en la ceremonia nahuatl del Fuego Nuevo que en el facsímil del Códice Borbónico (ed. Siglo XXI, pp. 33-34) mostraba la intensa expectativa de quienes en el México antiguo, en casas y caminos, esperaban que los astrónomos anunciaran la continuación del mundo después de la aciaga noche en la cual la obscuridad del futuro sería conjurada por el renacimiento del Fuego en lo alto del Cerro de la Estrella (Uixaxtlan), al sur de Tenochtitlan, generado por la Flecha vertical (Mamalhuaztli) de Huitzilipoztli que se frota (tlemamali) hundiéndola en la “madera divina” (Teokuáuitl) o “culebra del año” (Xiuhkoátl), mientras siete dioses –o planetas- acompañaban la procesión humana cumplida siempre siguiendo el mismo rit…
En el Templo, o “Casa de la Obscuridad”, cuatro sacerdotes que peregrinan desde el cerro recogiendo el Fuego, suben cuatro escalones y uniendo sendos haces de leños sobre el altar de las tres piedras ( Zeta, Epsilon y Delta Orionis, o Al Nitak, Al Nilam y Mintaka, estrellas del falo de Orión y puente que lleva al corazón del mundo), multiplican la luz que entregarán a todos los seres nacidos a la nueva vida en el tiempo que ha sido renovado.
A partir de estos dos sistemas para medir el tiempo y tomando en cuenta las inscripciones más antiguas, se llegó al descubrimiento de La Cuenta Larga, que abarca un quinto del ciclo total de Precesión Equinoccial de 26.000 años.
Estudiada en el Códice de Dresde por el bibliotecario Förstemann (1882), se inicia con el “nacimiento de Venus”, o su primera “salida” sobre el horizonte, un 4 Ahau 8 Cumhú. Goodman (1892) la encontró formada por 13 Baktunes (1.872.000 días) que se cuentan desde el 13 de Agosto de 3.114 a.C. (Fecha del mayista Thompson) hasta el 21 de Diciembre de 2.012, creando un nexo entre las fechas mayas, el calendario gregoriano en uso y un dato astronómico de gran interés, vinculado a la mecánica celeste.
Cinco Cuentas Largas –cinco Soles- completan los 26.000 años de un Gran Ciclo, conocido por numerosos pueblos en varias partes del mundo, al extremo de que “sus números” son visibles en calendarios y mitos, como lo encontró documentado en El Molino de Hamlet, de G. Santillana y H. von Dechend. En realidad, el Gran Ciclo maya está compuesto por 26.000 Tunes, es decir 25.626,8 años (Asteromia.net).
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LA PRECESIÓN DE LOS EQUINOCCIOS Y SU SIGNIFICADO
Tal como ocurría al estudiar el problema de la medida del tiempo en otras culturas, tuvo que desempolvar a Hiparco (190 a 120 a.C.). Astrónomo y matemático griego, mientras dirigía la Biblioteca de Alejandría observó a través de un primitivo teodolito de su invención la estrella Nova Scorpii (Nova en la Constelación de Escorpión) que apareció en el año -134. “Descubrió” la Precesión Equinoccial registrando las coordenadas de unas 1.000 estrellas, con relación a la Eclíptica (Vía Solis de los latinos, Camino del Sol, Intiñán), la banda por la cual se desplazan en el cielo -vistos desde la Tierra- el Sol, la Luna y todos los planetas del Sistema, incluido Plutón, aunque en una órbita excéntrica. Encontró que las estrellas “retrogradaban”, se movían en dirección inversa a la de los planetas, a razón de 46” de arco por año.
http://asteromia.net/planeta-agua-aire-y-tierra/tierra-movimientos-bamboleo.html
Debido a que la Tierra tiene su Eje de Rotación inclinado 23°27’ en relación con el plano orbital, una combinación de rotación y gravedad Tierra-Luna-Sol, hace que el punto a donde señala este Eje describa una circunferencia (como la parte superior de un trompo que va perdiendo impulso) alrededor del Polo Norte de la Esfera Celeste, en casi 26.000 años, de modo que a lo largo de 26 milenios esa posición es ocupada por distintas “estrellas polares”. Si actualmente el Eje de Rotación de la Tierra apunta a Alfa Ursae Minoris, o “A” del extremo de la cola de la Osa Menor, hace unos 5.000 años en China, los astrónomos del Emperador Huang Ti vieron en ese lugar a Alfa Draconis, o Thuban del Dragón, estrella registrada también por los egipcios.
Puesto que el Eje de Rotación terrestre es perpendicular al plano de la Línea Ecuatorial y ésta, proyectada en el espacio, forma el Ecuador de la Esfera Celeste, siguiendo las inexorables leyes geométricas que sistematizó Euclides, el Ecuador Celeste presenta el mismo ángulo de 23°27 en relación con la Eclíptica, que a su vez coincide exactamente con las 13 constelaciones zodiacales observadas desde el Neolítico en la astronomía europea y asiática.
La intersección del plano del Ecuador Celeste con el plano de la Eclíptica forma la “línea” que une los dos puntos opuestos en la órbita terrestre que corresponden en el tiempo -es decir en el año- a los equinoccios de Primavera y Otoño, formando una cruz con el eje de los solsticios de Verano e Invierno.
Mirando el Universo desde la Tierra (punto de vista geocéntrico) se ve al Sol recorrer la Eclíptica a través de las 13 constelaciones zodiacales. La mitad del año “asciende desde el sur” del Ecuador Celeste, es decir, cada amanecer “sale un poco más al norte” en el horizonte oriental. En la Esfera Celeste avanza desde Libra, sigue por Escorpión, Sagitario, Capricornio, Acuario, Piscis… y el 21 de Marzo de nuestros calendarios, en el Equinoccio de Primavera (para el hemisferio norte) toca la Línea Ecuatorial (y el Ecuador Celeste), “sale” exactamente al Este y la duración de la noche será igual a la del día (esto es lo que significa “equinoccio”); se encuentra en el “grado cero” de Aries, denominado Punto Vernal hace unos dos mil años, para indicar que allí empieza la primavera (“primum, primero; ver, verdor. En latín Ver Primum: primero o antes del verano). “Pasa” al norte donde hace la otra mitad de su recorrido, por Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo … hasta el Equinoccio de Otoño, alrededor del 23 de Septiembre.
Ahora bien, así como el Eje de Rotación de la Tierra, por su inclinación, describe en 26.000 años un cono cuya circunferencia tiene como centro al Polo Norte Celeste, el Punto Vernal que forma parte del mismo sistema geométrico celeste, recorre las 13 constelaciones zodiacales en sentido inverso al del avance del Sol sobre ellas, va de Tauro a Aries, Piscis, Acuario, etc. con un movimiento denominado Precesión de los Equinoccios, completando una circunferencia en 25.920 años y éste es, sin lugar a dudas, el conjunto de ideas más importante que transmitieron las culturas tradicionales, tanto en la construcción de sus calendarios como en sus descripciones de la mecánica celeste con el lenguaje simbólico del mito que, como escribió Dumézil “expresa dramáticamente la ideología de que vive la sociedad, mantiene ante su conciencia no solamente los valores que reconoce y los ideales que persigue de generación en generación, sino ante todo su ser y su estructura mismos, los elementos, los vínculos, los equilibrios, las tensiones que la constituyen, justifica, en fin, las reglas, las prácticas tradicionales sin las cuales todo lo suyo se dispersaría” (El Destino del Guerrero, p. 15).
La constelación del Zodíaco en la que observaban levantarse al Sol, señalando el Punto Vernal en el horizonte oriental al amanecer del Equinoccio de Primavera, se expresó en el pensamiento religioso y en la vida de las sociedades, a través de mitos fundacionales y escatológicos, marcando el lenguaje con las imágenes en las que se transmitía este conocimiento.
El Punto Vernal continuará su recorrido por esa constelación con un lento movimiento de retrogradación a razón de 50” de arco por año, avanzando un promedio de 2.160 años en cada una (en realidad, recorre 24° de la constelación de Piscis en 1.948 años, 33° de Aquarius en algo más de 2.300 años)… y su paso por cada parte de la eclíptica será “relatado” de modo equivalente en varias tradiciones.
Así, hace unos 6.000 años, el viaje del Punto Vernal por la Constelación de Géminis, con sus estrellas Alfa y Beta Geminorum, se muestra en China bajo la “historia” de los Gemelos Fo-Hi y Ni-kua que rigen el imperio mientras otras parejas aparecen en mitos y leyendas: la bíblica Adán-Eva, los hermanos Osiris y Seth egipcios, los Dióscuros griegos, Cástor y Pólux romanos, Asvins hindúes, Jimaguas mayas…
Retrogradando, dos mil años más tarde cruza frente a Tauro y en China surge Che Nong, rey con cabeza de toro, en la India Vishnú desciende a lomos de una Vaca. Zeus en Grecia se convierte en Toro y rapta a Europa, los Toros Alados cubren Mesopotamia, el Buey Apis y la Vaca Athor marcan el pensamiento y la mitología egipcios, y varias tradiciones remiten su instrucción a un glifo en forma de A inclinada con la que abren sus alfabetos (como la A fenicia y el Alfa griego) representando la cabeza de un toro con sus cuernos, en alusión al Principio del cual provienen. En Frigia aparecen las Taurobolias, ritos de efusión de sangre de un toro degollado sobre el adepto, con el que los misterios de Cibeles y Attis aseguran el renacimiento de los iniciados.
Unos 2.000 años después, el Punto vernal alcanza Aries. Reina en China el emperador Huang Ti, maestro del fuego a quien los anales históricos atribuyen la capacidad de construir y desviar el cauce de los ríos.
Son los tiempos del avatar Ram (carnero) en la India. En el Cercano Oriente, Moisés desciende del Sinaí (Ex. 34, 29-35) prohibiendo adorar al Becerro de Oro. La “emanación luminosa de su rostro” que se lee en el original hebreo, fue traducida por Jerónimo como “cuernos de Morueco”. En Frigia el Toro es vencido por la espada de Mitra y su culto llega con las legiones romanas al Imperio. Las Taurobolias, rituales de cacería del toro y a veces Tauro-magia en la que un sacerdote vestido con la luz, en la plaza circular –eclíptica- hunde la punta de su espada en el “cuello” de la extensa constelación de Tauro, fueron reemplazadas por las Criobolias, cacerías rituales de un carnero. Los griegos parten de Falero hacia la Argólida, en busca del Vellocino de Oro, la Piel dorada del Carnero que abre una nueva Era. En el trayecto Jasón, con la ayuda de Ariadna, derrota al Minotauro (Toro de la civilización Minoica) encerrado en el laberinto de Creta.
Dos milenios más y el Punto Vernal llega a la constelación de Piscis cuando Jesús enseña, entre el Mar de Galilea y el Lago Tiberíades, a pescadores que se convierten en discípulos; multiplica peces (y panes, Mateo 14,17) y cuando fracasan arrojando las redes, Él los insta a lanzarla de nuevo, recogiendo 153 peces (Juan 21,11). Sus apóstoles “pescadores de hombres” (Mateo 4,19) dirigirán “la nave” de la Iglesia, cubiertos por la tiara papal que representa la cabeza de un pez, el mismo Lucius con el cual se identificaban los primeros cristianos; “Pez de Luz” como el Ictys griego, cuyo acrónimo oculta la expresión Iesus Christ Theo ius soter, Jesús Cristo Dios nuestro salvador…
Así, considerar este dato precesional es esencial para la correcta interpretación de mitos, textos y monumentos del mundo antiguo.
La Precesión hace que la “cruz de fechas” (constantes en la órbita terrestre) formada por las “líneas” que unen los Equinoccios (21 de Marzo y 23 de Septiembre) y los Solsticios (22 de Diciembre y 22 de Junio) se desplace, en precesión, a través de las constelaciones zodiacales, de modo que el Equinoccio de Primavera, aunque llega el 21 de Marzo en el hemisferio Norte, ya no se presenta en el primer grado de la constelación de Aries, sino a 0° de Acuario, tampoco el Equinoccio de Otoño (23 de Septiembre) se da en la constelación de Libra, sino frente a Leo. De igual modo, el Solisticio de Invierno ya no corresponde a Capricornio (22 de Diciembre) y coincide con el inicio de Sagitario, mientras el de Verano, que ocurría en Cáncer (22 de Junio) ha pasado ya a Géminis.
Si la Geografía debiera ajustarse a la realidad astronómica, el Trópico de Cáncer (Paralelo situado a 23° de latitud norte) se denominaría de Tauro o de Géminis, pues son estas las constelaciones ante las que se encuentra el Sol en el cenit del 22 de Junio al inicio del verano e iluminando el Trópico. A su vez, el Trópico de Capricornio (Paralelo a 23° de latitud sur) debería llamarse de Escorpión-Sagitario, señalando así las constelaciones a las que apunta el sol en el cenit el 22 de Diciembre en esa zona de la Tierra, también al inicio el verano.
La imagen del Eje de Rotación terrestre cuya inclinación con relación al Eje de los Polos, causa la Precesión Equinoccial, recorre los cielos y también los mitos y calendarios de todo el mundo.
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Recordó el Pilar Inclinado que el Faraón Seti I sostiene en el muro lateral del Templo de Abydos, ciudad de peregrinajes en el Alto Egipto, donde se representa uno de los ritos esenciales de la “religión estelar”: la erección del Djed o Columna, identificado con el mismo Osiris.
Imagen del tronco del árbol consagrado al dios de Busiris, la antigua Djedu del Delta del Nilo, está rematado con cuatro líneas horizontales y forma el sacrum de Osiris, pero también remplaza a la cabeza en imágenes de su momia en Memphis…dejando ver que “el Principio” (La cabeza, lo principal) cuando el Faraón viaja por el mundo de los muertos, coincide con la comprensión – mucho más que la simple descripción- del mecanismo de Precesión Equinoccial, en una operación que “rectifica” esta inclinación, casualmente a 23° de la vertical.
En la cercana necrópolis de Umm el-Qaab, la Tumba 0 del Faraón Dyer (Primera Dinastía) se identifica mitológicamente como el sepulcro de Osiris… Excavaciones de 1998 pusieron a la luz una colección de 300 jarras que acompañaron el entierro del proto-dinástico Rey Escorpión (Horus Escorpión), que envuelto en el misterio reinaba hacia el 3.300 a.C. iniciando la sucesión dinástica y un calendario.
Así, el Pilar Inclinado reproduce la posición del Eje de Rotación, inseparable de la idea de duración que expresa el Jeroglífico Djed, y su aparición en la más antigua de las ciudades egipcias forma una sola imagen con el inicio de la cuenta del tiempo, en cuyo curso se producía la resurrección de Osiris entendida como el triunfo sobre sus enemigos y la transmisión de su herencia a Horus, encarnado en cada faraón, hijo que concibe Isis mientras el viaja por el mundo de los muertos. El ritual era repetido en los innumerables obeliscos que se ven en el Valle del Nilo y concluía cuando el Pyramidion que los coronaba remplazando al cuaternario horizontal, alcanzaba el Zenit, convirtiéndose en el único lugar de la Tierra que el Fénix tocaba en su descenso.
Y aunque no hay nada que enderezar físicamente, pues a este ángulo se deben las estaciones y el desarrollo de la vida en el planeta, es indispensable entender que como los faraones, los “Cristos” “rectifican” tal inclinación…y esta idea no tiene connotaciones alegóricas.
Era inevitable pensar en el Renacimiento y el genio universal de Leonardo da Vinci, cuyo Hombre de Vitruvio eleva las manos (Eclíptica) sobre la horizontal (Ecuador) separando los pies (Eje de Rotación) a cada lado de la vertical (Eje de los Polos), en ángulos de 23°… Mostrando el mecanismo terrestre y celeste que conduce a la cuadratura del círculo (otro emblema de Hunabkú, entre los mayas) y pasa la atención del Falo, centro del cuadrado que circunscribe al hombre estático en la cruz, al Ombligo, centro de la circunferencia y sede del dinamismo cuyo doble fuego forma la Gran X (Khi griega) jeroglífico de la radiación luminosa de una Fuente única que origina el movimiento.
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En su obra The Death of Gods in Ancient Egypt (2003) la Arqueóloga Jane Sellers, egiptóloga de la U. de Chicago escribía, “La mayoría de los arqueólogos no comprenden el fenómeno de la precesión, lo que incide en sus conclusiones con relación a mitos, dioses y alineaciones de los templos antiguos…”
Para reconocer el significado de estas afirmaciones, es necesario analizar un conjunto de números:
Tomando como fondo las Constelaciones Zodiacales de la Eclíptica, idénticas a la Esfera de las Estrellas Fijas que desde el Almagesto de Ptolomeo (siglo II d.C.) gobernaron el conocimiento astronómico hasta las Revoluciones de las esferas celestes de Copérnico, publicado en 1543, ¿cuánto tarda el “Sol” -es decir, el Punto Vernal- con su movimiento aparente de retrogradación, en desplazarse 1°, 30°, 60° y 360°?
Las observaciones de Hiparco establecieron que en un año la posición que el Sol ocupa en la Eclíptica al amanecer del Equinoccio de Primavera se desplazaba unos 45” de arco, siempre en sentido inverso al del recorrido de los planetas.
La astronomía actual sitúa la cifra en 50,2” y se requiere entonces 72 años en promedio para recorrer un grado de la Eclíptica, cifra que se obtiene al dividir 26.000 años de circunvalación del Eje alrededor del Polo, para los 360 grados.
Un cálculo mecánico y siempre con valores promedio, arrojará 30° (es decir, “un signo zodiacal”) en 2.160 años, 60° en 4.320 años y 360° -toda la eclíptica- en 25.920 años, cifra a la que alude el número 26.000.
Es necesario puntualizar que se trata de valores promedio y varían en más o en menos, de acuerdo con los movimientos celestes concretos. También hay que considerar que la longitud de cada uno de los 12 signos zodiacales simbólicos (Carnero, Toro, Gemelos, Cangrejo, León, Virgen, Balanza, Escorpión, Centauro, Macho Cabrío, Aguador y Los Peces) es de 30°, mientras que la de las constelaciones (Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio-Ophiucchus, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis) que son su “base física”, es variable. Esto genera dos tipos de análisis, uno con datos de carácter simbólico, asociado al lenguaje astrológico y con referencia al significado de los datos astronómicos, que a su vez son “reales” en el sentido de que pueden ser medidos. Hay lecturas de gran interés que surgen del reconocimiento de estos dos campos de investigación, y sus relaciones.
En todo caso, en este “juego de los números”, como lo plantearon Di Santillana, von Dechend o Hancock, la cifra más importante es 72, a la que se añade 36 = 108; multiplicado por 100, 10.800; dividido por 2 lleva a 54, 54.000, 540.000, etc. También 2.160 (30° por 72 años) lleva (x 2) a 4.320, 43.200, 432.000. Mientras que 72 por 2 conduce a 144, 144.000, y así sucesivamente.
Se puede citar algunos “mitos” que contienen estas cifras, G. Hancock (La Huella de los dioses) los encontró en Hamlet´s mill.
En Escandinavia, cuando llega el Ragnarök, o fin del mundo, 432.000 guerreros salen del Valhalla para luchar contra el lobo Fenris, como relatan las Edda.
En Babilonia, Beroso (siglo III a.C.) escribía que los reyes míticos gobiernan Sumer durante 432.000 años, y la duración del mundo es de 2.160.000 años.
En Camboya, la planta del templo de Angkor se forma con 4 avenidas, flanqueadas por 54 figuras a cada lado: con 108 imágenes que el Budismo asocia a 108 marcas, que se repiten en el número de cuentas del mala (rosario).
En Java, el templo Borobudur tiene 72 stupas, monumentos que en su construcción representan los cinco elementos y las cinco sílabas Bija (como los cinco componentes y los cinco colores del Hum largo en el mantram tibetano). A veces resguardan escrituras o reliquias.
En Líbano, se cuentan 72 megalitos en Balbek.
El Rig Veda se compuso con 10.800 slokas (estrofas) y el Agnicayana, altar consagrado al fuego, debe construirse con 10.800 ladrillos.
El número que regía las construcciones sagradas en Asia está presente también, con un fuerte contenido escatológico, en los textos hebreos en referencia al Sello de Dios Viviente (Revelación 7,2) o en los 144.000 del mismo Libro (Rev. 7,4 y 14, 3). La idea no necesariamente alude a un futuro o a un final en el tiempo, y sí a un mecanismo celeste, que no ha variado desde la aparición del Sistema Solar.
De manera idéntica, en las cifras del Tzolkín se puede reconocer el origen precesional de este calendario: 360 días (Tun), 7200 días (Katun), 144.000 días (Baktún), 1 Tun 360 días, 1 Katun 7.200 días y 1 Baktun 144.000 días; a partir de ellos, 2 Tun son 720 días, 6 Tun 2.160 días; 1 Katún 7.200 días y 5 Katún 36.000 días; 5 Baktun 720.000 días, 15 Baktun son 2.160.000 días…En el seno del calendario mágico y ritual, vinculado a su vez con el sistema de “profecías mayas”, se encuentra la cifra de la Precesión Equinoccial: 72.
Los investigadores occidentales encontraron que un Gran Ciclo maya abarcaba 5 Cuentas Largas (o Cinco Soles) que se completan en 13 Baktún de 144.000 días, uno por cada constelación zodiacal. Así, “su” universo tiene una duración de 1.872.000 días.
Ahora, la razón entre el número 1.872.000 (de los días de La Cuenta Larga de los Mayas) y el número 26.000 (de los años de cada ciclo de Precesión Equinoccial, conocida entre los mayas y otros pueblos) es, nuevamente, 72.
Se trate de calendarios, construcciones o mitos, nada fue dejado al azar en la cuenta de los tiempos por los pueblos antiguos.
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“Los dioses son planetas”…resonaba en su mente la frase que el historiador Sullivan había encontrado en El Molino de Hamlet (1969), como un instrumento para analizar el significado de los mitos en los Andes Centrales. Era una conclusión a la que llevaba The Hamlet’s Mill, obra de dos profesores de historia y filosofía de la ciencia, Giorgio di Santillana, del M.I.T. y Hertha von Dechend, científica de la Johann Wolfgang Goethe- Universität, subtitulado “Ensayo que investiga los orígenes del conocimiento humano y su transmisión a través del mito”, compuesto a partir de datos científicos, fuentes históricas y literarias, que incluyen unos 200 mitos provenientes de una treintena de culturas de todo el mundo.
Con la seguridad de quienes han contrastado el valor de sus hipótesis con la autenticidad de los hechos, su tesis afirma que pueblos de varias partes del mundo habían expresado en mitos su conocimiento de la Precesión Equinoccial. Por otra parte, este mecanismo y su significado, fue presentado ya en los escritos del sabio francés Serge Raynaud de la Ferriére (La venida del Gran Instructor del Mundo, 1947) que investigó a su vez los trabajos de Paul Le Cour y de P.T. Ananké, compuestos entre finales del Siglo XIX e inicios del XX; conocimientos de larga tradición, si se atiende a las numerosas referencias que luego se pudieron estudiar en Hamlet’s Mill. Sin embargo, R. de la Ferriére lo presentó como base, fundamentada en la mecánica celeste que conocieron pueblos de todos los continentes, para plantear su hipótesis sobre la proximidad de la “Edad del Aguador” dentro de los ciclos de la evolución humana, y aunque en su tiempo sólo obtuvo sonrisas escépticas… esta era la idea que fundaría la hermenéutica de lo sagrado aplicada al estudio de la Arqueoastronomía, de los mitos del mundo antiguo, de la orientación de sus templos, edificios y ciudades, del simbolismo de sus sistemas de autorrealización ontológica…
La extraordinaria y coherente conjunción de saberes astronómicos y arquitectónicos con relatos míticos, textos sagrados y sistemas de vida registrados en el desarrollo de estas tradiciones, no se explicaba desde el reduccionismo economicista del siglo XIX, que suponía fines comerciales en cada actividad humana. ¿Cuál pudo ser el uso al que estaban consagrados estos lugares que persistían en el tiempo aunque sus nuevos ocupantes participaran de otros sistemas religiosos, exaltando creencias incluso opuestas a las que generaron su construcción?
Los datos permiten ver un solo tipo de fenómeno celeste presente en todos los casos estudiados, o más bien una serie compleja de eventos astronómicos, que al ponerse en relación con los relatos tradicionales de Asia Central, Mesopotamia, la cuenca del Mediterráneo, el Norte de África, América o las Islas del Pacífico, revelaban un Principio de Unidad, objetivado en leyes capaces de regir diferentes expresiones humanas. Así, una construcción no podía surgir sin considerar el cielo del cual era expresión. ¿Era el u-topos, el único “lugar” donde las realidades celeste y terrestre, o “divina” y “humana” se comunicaban?
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“ART-QUITECTURA” Y ASTRONOMÍA, EL NACIMIENTO DE UNA CIENCIA
Con estas “coincidencias” nació la Arqueoastronomía, ciencia que investiga en los cielos el motivo de las construcciones de épocas anteriores a la aparición de la escritura, encontradas por los arqueólogos. Según el astrónomo V. Yurévich, se inició con la lectura de placas babilónicas que entre 1893 y 1895 realizaron Strassmayer y José Epping, profesor en la Escuela Politécnica Nacional del Ecuador entre 1870 y 1875. No estaban muy lejos los tiempos en los cuales un estudiante de arqueología respondía con asombro ofendido a la pregunta de su profesor sobre los métodos de la Arqueoastronomía (Ziolkovski, Sadowski, 1980-90)
En Mesoamérica incorpora el estudio de los códices y las relaciones de los cronistas, ampliadas con la etnografía de comunidades que conservan sus costumbres (como la Danza Solar de varias tribus norteamericanas, o la que se realiza en el Inti Raymi andino, reproduciendo el analema que el sol dibuja en el Zenit, a lo largo del año), además de los análisis de la orientación astronómica de los monumentos arqueológicos, explicaba Valentín Yurevich, también profesor de la Escuela Politécnica Nacional que en 1998 (Boletín de la Academia Nacional de Historia) publicó sus estudios sobre la rueda de Big Horn y otra, a 700 km, en la Montaña Mosse (Saskatchevan, Canadá) descubriendo eventos astronómicos señalados en los detalles de construcción de la primera, uno de los casi 2 millones de monumentos arqueológicos del mismo tipo que fueron encontrados entre los estados de Alberta y Saskatchevan en el noroccidente de Canadá y Texas, en el sudeste de EEUU.
“Los aros medicinales pueden tener hasta 100 metros de diámetro, en algunos casos la piedra central alcanza 10 o más metros de diámetro y varios metros de altura, con líneas de piedras más pequeñas que se prolongan en líneas direccionales de posiciones astronómicas definidas” y, en cuanto a su datación: “la más segura estimación arqueológica la tiene el aro de Majorville, en Alberta; parece que tuvo un uso más o menos continuo a partir del año 2.500 a.C. lo cual significa que sería contemporáneo de las pirámides egipcias y de la primera etapa de Stonehenge” (p.9)
En general, las ruedas fueron usadas “para determinar los lugares por donde sale o se pone el sol en especial durante el solsticio de verano, alrededor del 22 de junio que señalaría el inicio del año para estos pueblos” continúa el Profesor Yurévich. Y más importante aún, “ las ruedas indican en forma exacta la salida ‘helíaca’ (primera aparición en el año, al amanecer, de una estrella luego de su período de invisibilidad) de las estrellas Aldebarán, el ‘ojo’ de la Constelación de Tauro; Rigel, estrella del ‘pie’ de la constelación de Orión” ambas en un meridiano celeste cercano a Sirio, la estrella más brillante del firmamento, situada en la “boca” del Can Mayor, entre las constelaciones de Tauro y Géminis.
En su investigación describió ruinas de templos, pirámides e incluso ciudades enteras que se relacionan con la astronomía, en Norte, Centro y Sudamérica.
En Chaco Canyon (Nuevo México) las construcciones circulares de la cultura Anasazi (600 - 1.250) cuentan con un sistema arquitectónico que aprovecha el paso de la luz solar a través de varios orificios que alumbran petroglifos espirales trazados en las paredes opuestas a las de entrada. El mecanismo señala los solsticios de verano e invierno y divide en cuatro secciones el espacio que se ilumina, desde el paso del sol por el punto equinoccial.
“En América Central, las civilizaciones olmeca, tolteca, maya y azteca utilizaron el gnomón, un poste vertical cuya sombra establece el día de los solsticios. Localizaron las direcciones boreal y austral, perpendiculares a la dirección este-oeste dependiente de la salida y puesta del sol. Determinaron un año trópico –el tiempo entre dos tránsitos del sol del hemisferio austral al boreal en el equinoccio de marzo- de 365,2422 días, más precisa que la encontrada por los astrónomos griegos”.
También determinaron eclipses solares y lunares (Códice de Dresde) y compusieron tablas de las salidas helíacas de algunos planetas como Venus, fijando su período sinódico en 584 días, con observaciones hechas en el edificio conocido como Caracol en Chichen Itza (850 – 1000) cuyo castillo marcaba el “siglo maya” de 52 años. Lo mismo se encontró en Uxmal (Yucatán, 800 d.C.)
La base astronómica determinó la orientación de ciudades mesoamericanas con azimuths (ángulos medidos en el horizonte, desde el Norte o Sur, hasta la proyección en Tierra del meridiano de un cuerpo celeste) entre 0° y 30° grados, como el “eje mayor” (la Calzada de los Muertos) de Teotihuacán que a 15,5° orientado a las salidas helíacas de Sirio y el cúmulo estelar de Las Pléyades en su posición de hace 2.000 años. Perpendiculares a éste y con 106° de acimut, otros ejes marcan en el horizonte los solsticios de diciembre y junio.
“En Chichen Itza los ejes principales se orientan entre 13° y 20° de acimut para sus centros, y en Copán alrededor de 354° grados, para señalar el polo”.
Para el arqueoastrónomo, el instrumento formado por dos palos cruzados, con un ojo entre ellos, que se encuentra en los Códices Badley y Selden en dibujos del interior de algunos templos, podía establecer la posición del polo y fijar direcciones angulares que luego de siglos se repetirían ritualmente en otras ciudades, ya sin señalar a los grupos estelares originales.
Se puede añadir que en América del Sur, las relaciones astronómicas en las antiguas ciudades son también numerosas.
Tiahuanaco, muy cerca del Lago Titicaca, fue concebida como una expresión del cielo en la tierra, en consonancia con un cuerpo de mitos muy anterior al ciclo Inca. Su héroe fundador vino del Centro (línea equinoccial) y se manifestó como Wiracocha, nombre que en Aymará significa “plano inclinado (wira) del mar celeste (cocha)” aludiendo en la arquitectura al ángulo de inclinación del techo de la casa y en la astronomía a la oblicuidad del plano eclíptico respecto del ecuatorial, que “separa a los padres del mundo” (Sullivan, 1996).
La Crónica de Garcilaso de la Vega muestra que el gnomón, fue usado por los Incas para determinar los solsticios, los equinoccios y el tránsito del sol por el Zenit.
La ciudad sagrada de Cuzco se construyó centrada en Curicancha (el Círculo dorado), con radios o Zeques, estudiados por Urton y Zuidema, como líneas cuya finalidad era situar puntos astronómicos a los que se orientaron ejes que organizaban la geografía y la vida del imperio.
En las alturas de Macchu Picchu, el gnomon de piedra ata (huatana) al sol (inti), mientras toda la arquitectura muestra la Constelación de Orión y el Urubamba, río sagrado (Wilcamayu) que la rodea cientos de metros más abajo, bajando desde los 4.000 metros del nudo Vilcanota y recorriendo el Valle Sagrado de los Incas, hasta unirse al Ucayali, evoca la constelación de Eridanus que brota del pie del Cazador (Orión) y se extiende desde el Ecuador hasta 60° en los cielos del sur. Para los egipcios era el Nilo celeste.
Por otro lado, en su avance hacia el Centro del Mundo, los Incas actualizaron un mito que era correlato de otro ciclo de expansión del Centro hacia el Trópico de Capricornio. “Los Reyes Incas y sus amautas…así como iban ganando las provincias, así iban experimentando que, cuanto más se acercaban a la línea equinoccial, tanto menos sombra hacía la columna que estaba más cerca de la ciudad de Quito…” y en el equinoccio, “…no había señal alguna de sombra al mediodía…”, por lo cual la ocasión era “…el asiento más agradable para el Sol, porque en ellas (las columnas) se asentaba derechamente y en las otras de lado…” Fundamentado en este hecho, el Décimotercer Emperador estableció el Cuzco Celeste en Quito, trono del sol.
En los Andes equinocciales, construcciones y columnas permitían determinar “el año común Quillahuata, relacionado con la Luna, y el año solar Intihuata” esto requiere, según Yurevich, la erección de 14 columnas en el horizonte, como las construidas por culturas pre-incas sobre los templos del Panecillo, una de las cinco chimeneas del volcán Pichincha, en el corazón de la ciudad del Centro del Mundo. Aquí se unen el dato astronómico al “mítico” recogido por el jesuita Juan de Velasco, en su poco comprendida Historia del Reino de Quito.
También existieron construcciones cilíndricas (como las que se encuentran en Macchu Picchu), que servían para fijar el calendario. Una de ellas, cerca de Cayambe, sobre la Línea Equinoccial, es descrita por Antonio de Ulloa, en su Relación Histórica del Viaje a América Meridional, en 1748.
Por otra parte, varias pirámides del complejo de Cochasquí están orientadas hacia la estrella Benetnash de la Osa Mayor, en su posición entre los años 700 a 1.200. Otras, hacia el cúmulo de las Pléyades.
En la Mitad del Mundo, Rumicucho, La Marca y la quebrada Colorada se encuentran “plataformas o ruedas de piedra ubicadas a nivel del suelo, con algunos diámetros marcados, construidos de piedras más grandes y rojizas con evidencias de construcción prehispánica” y muchas de las poblaciones y restos arqueológicos que rodean Catequilla, a unos de 200 metros de distancia de donde fuera localizada la “mitad del mundo” por los Académicos Franceses, se ordenan también siguiendo ejes determinados por los solsticios, equinoccios y por la proyección de la Eclíptica sobre la Tierra, que habría servido incluso para orientar la construcción de la ciudad de Quito.
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A las 18 horas del 22 de Junio de 2005, nació de la montaña Catequilla, el enorme ojo blanco de la noche, elevándose al Oriente mientras el Sol rojo de Amitabha encendía el ocaso y se proyectaba sobre una de las plataformas líticas que los antiguos habitantes habían construido sobre el paralelo 0°, en el Valle de San Antonio de Pichincha, cerca de Rumicucho, a unos treinta minutos de la Ciudad de Quito.
El encuentro de los dos luminares frente a frente en los extremos del cielo se produce cada 19 años, siguiendo con exactitud los diámetros que la andesita más obscura marca sobre esta piedra roja. Unas doscientas personas asistieron al evento previsto por el astrónomo Valentín Yurevich, al estudiar el sitio en 1994.
Algo más tarde y sobre un cielo violeta los cerros gemelos de la Marca dibujaban la eterna “M” que en el Escudo de la Ciudad es el fundamento de la Torre plateada de cuatro almenas. Era casi perceptible que este paisaje había visto a lo largo de milenios generaciones incontables acudiendo a cumplir el rito. Más allá de las diferencias culturales, un mismo espíritu convertido en piedra se manifestaba en correspondencia matemática con los movimientos celestes. Cambian las formas en el curso de los siglos, pero estas construcciones humanas siguen cumpliendo el propósito para el cual fueron concebidas: reunir la vida individual con la vida universal.
El sabio profesor siempre pensó que toda esta “art-quitectura” sagrada, en todas partes de América, fue usada con fines científicos y ceremoniales, y era esta última parte de la hipótesis la que convenía penetrar. Las dificultades técnicas para “ver” el cielo del pasado y del futuro eran cada vez más fáciles de resolver. Ahora era especialmente necesario comprender el verdadero sentido de estas referencias.
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LA REALIDAD DEL TRABAJO MÁGICO
Para comprender lo que estas construcciones significaban en la vida de estos pueblos, es indispensable recurrir a otras informaciones, distintas de las que ofrecen la posición o las características físicas de las piedras, buscando el ámbito de realidad que invocan, con un sentido de uso perfectamente consciente para operar a través de estos elementos físicos en un nivel cuyo conocimiento pertenecía sin duda a muy pocos, como lo percibió rápidamente la Arqueo-astronomía.
En efecto, en estos anillos o “ruedas medicinales” como la situada en Medicin Mountain, antiguas culturas realizaron operaciones mágicas y médicas, en ritos de curación que fueron vías para la unificación.
Pero ¿qué sentido tenían los términos magia y medicina para los herederos de una Tradición que se transmitía de modo vivo a través de un sistema bien coordinado, usando un lenguaje preciso de carácter simbólico?
El mecanismo iniciático de transmisión implicaba una adecuada preparación en estas ciencias y para los miembros de esas comunidades el significado de las construcciones, sus aplicaciones y finalidades últimas hacían parte de un conocimiento “técnico”, reservado a quienes superasen los diversos estadios de formación en su vía hacia la unión…Aún en la eventualidad de contar hoy con la transmisión, por parte de sobrevivientes contemporáneos de esas culturas (como ocurre en relación con el uso más o menos actual de algunas ruedas medicinales), con leyendas y mitos relativamente intactos, algunos incluso fijados y transmitidos en textos que se han conservado canónicamente a veces atravesando milenios, siempre fue necesario, al crearlos y también ahora cuando se intenta comprenderlos, un sistema de claves y un dominio del lenguaje en el que se elaboraron, atendiendo más al valor simbólico de las imágenes implicadas en los relatos, que a los términos literales, a riesgo de perdernos en un dédalo de interpretaciones cuando menos reductoras, si no erróneas.
Parte fundamental de la hermenéutica sagrada de estos documentos de piedra, es la investigación en el sermo mythico donde las civilizaciones expresaron el significado de la realidad y los mecanismos de su funcionamiento.
Nos referimos a las vastas enciclopedias de las Ciencias Sagradas del Mundo Antiguo, como el Epos hindú expresado en el Mahabharatha, compilado por Vyasa en cerca de doscientos mil versos, o al Ramayana de Valmiki, que se traduce del Devanagari a nuestras lenguas en 13 grandes tomos, o los casi insondables Himnos Védicos y los Upanishads que estudiados desde hace varios siglos están lejos de haber agotado sus significados, pasando por la Voluspa de Islandia o el Zend Avesta que fue aclarado por varias generaciones de Zoroastros en el antiguo Irán.
También deben ser invsstigados el Sepher de Moisés, la Torah y el Talmud, junto al Qorán y los Códices mesoamericanos, incluyendo la amplia información que en forma de ritos, eventos históricos, cuentos, danzas y todo tipo de expresiones humanas, han llegado hasta nosotros, de la arquitectura a la música, de la ciencia a los juegos infantiles, pues todo constituyó una vía idónea para la transmisión de un saber velado desde los Orígenes, pero descifrable, bajo condiciones que responden al desarrollo en el investigador, de un cierto “poder hermenéutico” a través de experiencias psicológicas bien definidas, tras las cuales la conciencia que contempla descubre diversos niveles de profundidad, pasando por sistemas que revelan el sentido de un mismo símbolo en los planos religioso, filosófico, demonológico, astronómico, astrológico, físico, lógico, matemático, metodológico, alquímico, político y mesiánico… desplegando sus sentidos, y asciende casi sin limitaciones hasta el estado de unificación total con el conocimiento.
Consideremos en primer lugar la naturaleza de la operación mágica tal como la presenta S. Raynaud de la Ferriere en su libro Disertaciones filosóficas (Niza, 1956) citando los trabajos de Erich Neumann, psicólogo e investigador del Círculo Eranos (Ascona, Suiza), que trabajó, con un método fenomenológico, en torno a las estructuras de la cultura que expresaban el simbolismo, la mitología, la psicología arquetipal, la antropología y la hermenéutica en los pueblos indoeuropeos, semitas, chinos. Su enorme labor fue recogida en 57 anuarios que exponen las investigaciones de C. Jung, W. Otto, K. Kerenyi, G. Scholem, M. Eliade, J. Campbell, A. Portmann, H. Corbin, G. Durand, H.Zimmer , J. Hillman y una larga lista de mitólogos…
“Tomemos el ejemplo del lazo mágico, entre el ritual que representa el acto de matar un animal en el arte paleolítico, y matar el animal en la realidad; no existe ‘realidad’, ello no funciona en el sentido en que el hombre primitivo pensaba entonces que funcionaba. El hombre moderno con su modo lógico de pensar, entiende primeramente ese trabajo mágico en términos de causalidad y declara entonces que tal conexión causal no existe. Sin embargo, hay que saber que los Antiguos experimentaban ese efecto mágico en forma diferente y más correctamente.
La realidad del trabajo mágico radica en la Ley de Causa a Efecto; pero al descansar en el conocimiento hondo de Fuerzas Superiores, el Mago tiene una acción real y esta realidad constituye el objeto de su ciencia, y el esfuerzo de trabajar en ese sentido se encuentra en su culto y su ritual.
Su éxito en el control y en la manipulación de los poderes ocultos de la Inconsciencia, equivale al esfuerzo de los hombres de ciencia en el control y en la manipulación de las fuerzas del mundo físico. La razón honda del ritual no hay que relacionarla con algún procedimiento natural, sino con la búsqueda del control de la naturaleza a través del elemento creador propio del hombre. Cuando del Iniciado realiza el mundo y sabe, anima y concibe el Verdadero Nacimiento mediante la unión de su Ego consciente con la parte creadora del alma”.
El trabajo mágico no se cumple “fuera” de las leyes físicas; es más bien una “maestría” (Latín magister) de esas “tesis” que son todas las ciencias, como se han desarrollado en occidente. Se trata de acceder a un universo de causalidad, donde el Teurgo realiza sus operaciones, que no deben pensarse como simples prácticas rituales llevadas adelante más o menos “en abstracto”, pues se opera dentro una Acción muy específica que forma parte de un mecanismo de Iniciación.
Cuando el “primitivo” dibuja la escena de caza en la cueva, y cuando al día siguiente en la pradera realiza una cacería efectiva, no supone una relación causal entre los dos eventos, sino que experimenta cada uno en el mismo presente en el cual, bajo la imagen de “la caza”, descifra un camino iniciático en su búsqueda del Principio de todas las cosas, que se le revela a través de las circunstancias concretas que vive en los dos hechos. No caza sólo para sobrevivir, sino para comprender el mundo.
Bajo el emblema de un bisonte, en la cacería “representada” (dibujada) y en la “real”, experimenta la identificación con el mismo Principio. Búfalos o yaks, vacas, toros e incluso camélidos (llamas, vicuñas, alpacas y guanacos) son imágenes que sostienen la idea de una instrucción que viene de una época en la cual el Punto Vernal “transitaba” frente a la constelación de Tauro. Eso es lo que representa el Carabao Azul sobre el cual Lao Tzé viaja a Occidente, donde “escribe” su Tao Te King para el guardián del paso… Eso explica también que Chuang Tzu (s.-IV) describa su penetración de la naturaleza del Tao como la maestría por la cual el carnicero que lleva treinta años destazando reses, no desgasta el filo de su cuchillo ni toca tendón alguno, mientras la hoja vuela sola, separando los músculos del hueso y abanicando el aire con un sonido como el del viento que barre los prados… Cuando el buey intenta moverse, se deshace…
Tendrán que pasar casi mil años antes de que otro Maestro, Bodhidharma, a la hora de elegir sucesor en China, pregunte a sus discípulos -¿Cuál es la última realidad? y, escuchando las respuestas diga a uno “Obtuviste mi piel”, a otro “Alcanzaste mi carne”, a la tercera “Tienes mis huesos” y al cuarto, que rehusó explicar la naturaleza del Ch’an, inclinándose en silencio ante el Maestro: “Tú has llegado a mi médula”, y le entregó la escudilla y el manto, reconociéndolo como Primer Patriarca de un linaje que en ramificaciones numerosas, se mantiene hasta hoy. A la misma idea hace referencia la entrañable leyenda tantas veces expresada en el arte Sumi-e sobre “La caza del buey” (Kakuan, s. XII) que los monjes encuentran en el Budismo Zen.
Pero el trabajo mágico implica algo todavía menos conocido, y es su relación con el tránsito por un mundo intermedio descrito por las Tradiciones como mundo de los muertos “antes” de salir a la luz del día, Duat entre los egipcios, o ruta por el Bardo tibetano donde el Adepto debe identificar la luz que guiará su renacimiento. Los griegos y latinos lo contemplaron como una visita al Hades-Averno - AEidos, donde aún no aparecen las formas- que realizan héroes como Hércules o Eneas, poetas como Virgilio o filósofos como Empédocles; en Asia son sabios como Sun Wu Kung, el sosia (Compañero, Alter Ego, Paredro o “Gemelo” ) de los cielos chino, Gesar de Ling en las tradiciones del Takla Makan, o grandes yoghis como Padmasambhava quienes transitan esos mundos. Hacen lo mismo los chamanes siberianos, o los videntes del yagué sudamericano. En un sentido amplio, todos realizan el mismo viaje que Orfeo cumple entre los tracios, en pos de Euridice; o Jesús, cuando luego de la crucifixión, “visita” el mundo de los muertos, camino a su Resurrección, en los textos evangélicos, experiencia sintetizada en la frase con la que Corregio tituló su lienzo sobre el encuentro del Rabí que había abandonado ya la tumba, y Magdalena: Noli me tangere (Juan, 20,17)
Los egipcios lo vieron como entrada, por la puerta de Capricornio, en el Amenthes, que en la geografía sagrada corresponde con la orilla izquierda del Nilo, donde construyeron las Pirámides y las tumbas del Valle de los Reyes para albergar los mecanismos necesarios que permiten al alma realizar el Cosmos, de donde todo proviene. Pero el alma que debía “volver” no era solo la que animó la persona del Faraón que entraba en la tumba, sino la del Iniciado que contemplaba la construcción y su historia…y eso no se logra simplemente pasando la noche dentro de la pirámide, como si ésta tuviera per se el poder de iluminar a quien nunca estudió las Ciencias Sagradas. Decía el Rey Antef (XII Dinastía egipcia, 2000 a.C.) “Los dioses que se han ido, como los nobles y los sabios, reposan en sus pirámides y han desaparecido las moradas que construyeron. Mira lo que les ha sucedido, es como si no hubiesen existido jamás. Nadie viene a decirnos dónde están, cómo van. Aquel cuyo corazón ha dejado de latir no escucha nuestra queja, y aquel que yace en la tumba no comparte nuestro duelo. Ay! nadie lleva consigo sus bienes; nadie regresa de allá, donde ha ido…”
Para los mayas, es el paso por Xibalba, a donde desciende Pacal, como lo muestra la inmensa lápida y sello de su tumba, en lo profundo del Templo de las Inscripciones en Palenque.
Las operaciones mágicas y médicas, como vía de unificación implican fases de “Muertes que no se ven y renacimientos en lo invisible” (SRF) durante las cuales el Iniciado “realiza el mundo”, a través del pensamiento, lo único que le permite “saber””, es decir, alcanzar cierto estado en la comprensión de la Realidad y todo esto no es el encuentro con una teoría más o menos exótica, en realidad implica Iniciación como “una experiencia que hay que vivir, un Saber que hay que adquirir, una Verdad que hay que realizar…” (SRF, Yug Yoga Yoghismo, 1952) ¿No era ésta la “especialidad” del medicine man, que operaba en las “ruedas de salud”, del chamán que no llega a ser tal sino luego de haber experimentado en sí la muerte-resurrección y por lo tanto el estado de unificación?
Superada por la informática la dificultad para establecer las posiciones de todas las estrellas observables en la esfera celeste a través de programas que nos permiten obtener una imagen del cielo, tal como se vería en cualquier momento desde el pasado más remoto hasta el futuro y desde cualquier punto de nuestro planeta, se determina la dirección de las líneas marcadas en las ruedas y luego se investiga, utilizando los datos etnográficos y los de la tradición oral, el lazo que une los monumentos arqueológicos en la Tierra, con eventos astronómicos, gracias a un Saber que se transmite entre los Hombres.
Por lo pronto, el “no académico” Hancock, en Las Huellas de los dioses (1995), propuso la existencia de una civilización perdida antes de la última glaciación, con la que estarían en deuda los saberes del mundo antiguo, visibles en huellas documentales o monumentales.
Viajero por varios sitios arqueológicos señalaba: “Lo que sí resulta sorprendente, sin embargo, es que los mitos no sólo describan unas experiencias compartidas, sino que lo hagan en lo que parecer ser un lenguaje simbólico compartido. Los mismos motivos literarios, los mismos recursos estilísticos, los mismos personajes reconocibles y las mismas tramas argumentales aparecen en forma reiterada.”(p 286)
Y luego, citando a Santillana y von Dechend “La universalidad constituye en sí misma una prueba cuando va acompañada de un propósito firme. Cuando algo que hemos hallado en China, por ejemplo, aparece también en los textos babilónicos, cabe suponer que se trata de algo importante si revela un complejo de imágenes insólitas que nadie puede afirmar que hayan aparecido de modo independiente o por generación espontánea. Tomemos los orígenes de la música. Orfeo y su estremecedora muerte pueden ser una creación poética nacida en más de un caso en lugares diversos. Sin embargo, cuando unos personajes que no tocan la lira sino unas gaitas, son desollados vivos por diversas y absurdas razones, y su idéntico fin es representado en varios continentes, debemos pensar que nos hallamos ante un descubrimiento importante, pues estas leyendas no pueden estar unidas por una secuencia interna. Del mismo modo, cuando el flautista aparece en el mito alemán de Hamelín y en México mucho antes que Colón, y en ambos lugares está ligado a ciertos atributos como el color rojo, no es posible decir que se trate de una coincidencia…Por otra parte, cuando uno halla números como 108, o 9x13, que reaparecen bajo varios múltiplos en los Vedas, en los templos de Angkor , en Babilonia, en las enigmáticas palabras de Heráclito y en Valhalla escandinavo, tampoco se trata de un hecho fortuito…” para concluir “Estos dos académicos aseguran haber distinguido algo así como un ‘código’ relacionado con un pensamiento científico y una compleja información de carácter matemático que debido a su gran antigüedad, se ha disipado en el tiempo…” pues, como escribió Santillana (Hamlet’s Mill,p 348) “Cuando aparecieron los griegos, el polvo de los siglos ya se había posado sobre los restos de esta gran construcción arcaica que abarcaba el mundo entero. No obstante, ha sobrevivido una parte de ella en los ritos tradicionales, en unos mitos y leyendas que no comprendemos…Unos enigmáticos fragmentos de un todo que se ha perdido. Éstos nos recuerdan esos ‘paisajes brumosos’ en los que los pintores chinos son unos auténticos maestros, los cuales muestran aquí una roca, allí un tejado, más allá un árbol, para dejar el resto a la imaginación. Incluso cuando hayamos descifrado el código, cuando conozcamos las técnicas, será imposible profundizar en el pensamiento de esos remotos ancestros nuestros, envuelto en sus símbolos, puesto que las mentes creadoras que concibieron los símbolos han desaparecido para siempre”
La pregunta entonces es ¿cómo se debe llevar adelante una Hermenéutica sagrada que descifre todos estos documentos que, sin duda, se refieren a un solo sistema de Iniciación?
Es en la polisemia de los símbolos donde debe buscarse una interpretación más extensa de los datos etnográficos, los mitos y las leyendas de los pueblos que construyeron tales monumentos, expresando una cosmovisión que incluye entre sus componentes esenciales la búsqueda de sentido, que ordena el pensamiento y las acciones.
Este “sentido” es la definición misma de lo sagrado y no cabe en una religión, un dogma, una ciencia, una filosofía, una época, un pueblo o un individuo. Como lo descubrió M. Eliade, la dimensión de sacralidad es un elemento de la estructura de la conciencia y no una etapa de su historia. Corresponde al estado en el que se realiza lo específicamente humano, que en varias culturas solo se cumple por imitación de lo divino (Durand) e implica un estado de existencia en continuidad con el Gran Todo, superando el mundo desacralizado, invento reciente de una racionalidad que describe el espacio como una cantidad, homogénea, amorfa y anodina; caos inhabitable, sin estructura y sin espíritu; e igualmente el tiempo, reducido a la cantidad que cuentan los relojes, homogéneo, irreversible, lineal y destructor; curso de la historia que parece apuntar a ningún lado, generando la incertidumbre –derelicción: el percibirnos “arrojados ahí”, al mar de la existencia…- que en los habitantes de la modernidad y más amargamente en los de la postmodernidad, caracteriza el haber cortado con lo primordial, con lo fundador, con el Principio Inteligente que todas las civilizaciones postulan en su origen, por lo cual, y hacia el futuro, nuestra actual “civilización” sólo parecerá un atroz punto negro en la historia de los esfuerzos humanos por realizar su misión sobre la Tierra.
Se sabe que fue entre los griegos cuando se inició esta pérdida, como lo relató Platón en el Fedro, mientras con Aristóteles se consagraba el pensamiento directo con los principios de su lógica que sostuvo el edificio de la geometría euclidiana.
El judeo-cristianismo contribuiría al alejamiento de la percepción de lo sagrado, más interesado en crear una iglesia en medio de su lucha contra las “herejías” gnósticas que en comprender sus propios textos tradicionales desde el lenguaje de símbolos en el que fueron compuestos. La escolástica consagró esa racionalidad, reduciéndolo todo a signo, preparando desde el siglo XIV el uso de los sentidos y los conceptos como únicas “fuentes de conocimiento”.
Con Galileo, Descartes y Newton, la percepción y la intuición matemática, se convirtieron en las únicas fuentes del saber, en un proceso que incluye a Kant, separando de la búsqueda de occidente todo lo que tenga rasgos metafísicos.
Abandonado el contacto con lo Trascendente, la mentalidad moderna occidental encalla en un dualismo epistemológico que hace más profunda la separación entre la acción ritual, estética y poética pero “irreal”, por “representada”, enfrentada a las “acciones concretas” y por tanto “reales”. Quedaron así, muy bien separados, de un lado el mundo “concreto y objetivo” que explora la razón y del otro, las verdades de la imaginación.
Pero, las revoluciones científica, filosófica y epistemológica del siglo XX (G. Durand, 1960) llevó a reconocer la necesidad de restituir en su nivel y a su función la lengua que permitió a los pueblos ancestrales conocer el cosmos a través de la comprensión de sus Principios pues, como el Capítulo XLVII del Tao Te King enseñaba más de dos mil años atrás:
…Aunque no traspase su puerta, puede comprender el hombre el Universo; aunque no mire a través de la ventana, puede reconocer el sendero de los cielos. Cuando en lontananza se ha alejado de la Fuente, pálida llega la luz y por eso el Sabio no la busca, pues aunque no mire, todo se ilumina, aunque no luche más, todo está cumplido…
A partir de estos cambios en el campo del conocimiento, es posible encontrar una nueva manera de investigar el pasado de las civilizaciones. Luego de relacionar la arqueología con la astronomía, se puede “leer” la historia más objetivamente, en lugar de convertirla en el simple catálogo de “hechos tal como los recordamos”…que permite todo tipo de interpretaciones. ¿Cuál es el elemento que unía estos estratos de la realidad, en pueblos separados por el tiempo y el espacio? ¿Hay alguna forma de entender lo que Mayas e Incas, junto a Hindúes, Budistas, Zoroastrianos, Hebreos, Cristianos y Musulmanes expresaban como el regreso de sus instructores e iniciados?
Las construcciones y los mitos apuntan a algo más complejo y más extenso, que por fin empezamos a entender.
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