miércoles, 30 de mayo de 2012

2012 - Parte IV - El Espacio del símbolo, donde el Dios desciende


Duda y escepticismo reflejaban los rostros de los científicos del Laboratorio Europeo de física de las Partículas (CERN) cuando en Suiza en Septiembre de 2011 su director, solicitando prudencia hasta que concluyan los análisis matemáticos, anunció que los resultados obtenidos por el detector subterráneo Opera en Italia, al parecer demostraban la existencia de neutrinos que “habrían recorrido el espacio de 732 km entre Ginebra y el Gran Sasso, unos 60 nanosegundos más rápidamente que la luz”, contradiciendo las afirmaciones de la Relatividad Especial varias veces comprobada en Fermilab y también con la llegada de 18 neutrinos después del estallido de la Supernova 1987A en la Gran Nube de Magallanes, a 150 millones de años luz de la Tierra.

Tres meses después, experimentos realizados independientemente en Japón y EEUU ratificaron lo que ya se conocía: en nuestro universo nada viaja a una velocidad superior a los 300.000 km por segundo. En Marzo de 2012, el director del proyecto Opera renunció a su cargo cuando se comprobó que un defecto de conexión entre el sistema GPS y los cronómetros de los servidores que recogían los datos de los neutrinos enviados a través del acelerador, era el responsable de esos erróneos resultados.

No es la primera vez que se trata, sin éxito, de cuestionar alguna de las predicciones de la Teoría de la Relatividad, que explica la cosmología contemporánea y el comportamiento de la materia a escala macro-cósmica pero es insuficiente para describir la naturaleza y el funcionamiento de los mundos subatómicos, gobernados por la incertidumbre (Heisenberg) que horrorizaba a Einstein (“Dios no juega a los dados con el mundo…”) y el cálculo de probabilidades (Bohr) de la Teoría Cuántica, capaz de hacer previsiones con una precisión de varios decimales para determinar en qué nivel de energía se encontrará un electrón que orbite al núcleo atómico, aunque tampoco logra comprender qué es el electrón en sí mismo y porqué se comporta como lo hace, insuficiencia de la que no nos salva el decir que la ciencia sólo debe describir sin pretender explicar, renunciando a conocer y convirtiéndonos apenas en espectadores.

Conviene recordar que ni el espacio ni el tiempo son anteriores a las cosas. En la descripción del cosmos que hace la Relatividad, a partir del Big Bang los fenómenos despliegan un continuum espacio-temporal de cuatro dimensiones, inexistente antes de la aparición del universo. Cada aspecto de la realidad, desde el Prana hindú y los quarks a las galaxias, pero también nuestra vida psicológica o las experiencias místicas, crean y habitan su propio espacio-tiempo que de acuerdo con la Teoría de las Supercuerdas, está constituido por 11 dimensiones.

¿Cómo imaginar ese universo?

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“Punto es lo que no tiene extensión…”, enseñaba Euclides 23 siglos atrás. Si no tuviera dimensiones (del Latín di-metiri, medir; en Griego matra) el universo sería un punto inmóvil que no cambiaría, ya que no hay tiempo “transcurriendo” para hacerlo ni otro lugar a donde ir aparte de este punto, que es todo cuanto existe. Nadie podría dar cuenta de él, pues un eventual observador debería situarse en otro punto, que no existe, y desde allí mirar el universo. La Tradición Hebrea afirmaba que Uno no es un número (centro que está en todas partes…) y dos, apenas una línea que para ser consciente de sí requiere de tres, el primer número “verdadero” que corresponde a un triángulo, primera forma cerrada y completa.

“Ninguna meditación es posible sobre el número Uno, el movimiento empieza con el dos, cuando a nivel del Sí, aparece la conciencia de Sí…” (SRF, Principios sobre la Verdad y el Misterio de los números, 1956). De allí que todas las tradiciones reconozcan un Ternario en sus orígenes: Padre, Hijo, Espíritu Santo del cristianismo; o Brahma, Vishnú, Shiva en la India; que son Kether, Hochmah y Binah de la Qabbalah hebrea, como El Aquil, El Aqlu y El Maqul en el pensamiento islámico. Tei Yang Ying en China o G1, G2 y G3 en Palenque…

El tiempo es el cambio de este punto, el hacerse ese movimiento -lo que convierte al I-Ching en maestro del pasado, el presente y el futuro- que a su vez “crea” un espacio más allá del que ocupa nuestro universo adimensional. Si ocurre en la misma dirección, se formará una recta, la primera dimensión, por ahora apenas de dos puntos, lo cual ya es algo. Aunque fuesen infinitos puntos solo hay el tiempo en el que surgen y esa misma primera dimensión…Claro que podemos preguntarnos qué movió a nuestro punto original y entonces o introducimos un daimon en el modelo, o pensamos en materia y energía obscuras… “flogistos” de la cosmología actual, hasta concebir lo No-Manifestado asimétricamente equilibrando al universo manifiesto, ambos nacidos de una Causa Suprema.

Habiendo más de un punto o más de una partícula (quarks, fotones, electrones) no hay ninguna razón para que no aparezca entre ellos la interacción gravitatoria que ya a escala macro-cósmica es extremadamente débil y será también la más inconmensurablemente débil curvatura del espacio que nuestra línea con su misma presencia ha creado, unificando el indeterminismo cuántico con el determinismo relativista, lo que requiere de varias proezas matemáticas (teorías de gauge, renormalización de Feynman). Tampoco hay razón alguna para que dicha línea, ahora curva por la gravitación que surge por su mismo nacimiento, se mueva preferentemente en alguno de los seis trayectos que pueden generar tres ejes (x,y,z) cruzados ortogonalmente, creando planos aun sin espesor pero con longitud y anchura, extendidos por seis direcciones espaciales como seis líneas de los hexagramas del Libro de los Cambios, seis chakras o seis quarks. A su vez, esta superficie curva sólo puede moverse en su bidimensionalidad que al vibrar se rebasa como plano y crea una tercera dimensión, donde aparece un volumen, que a su vez puede moverse, vibrar, dando nacimiento al mundo como espacio-tiempo, y a nosotros, sus testigos. Este espacio tridimensional en movimiento (tiempo) hace un continuum de cuatro dimensiones.


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Justine, Balthazar, Mountolive, y Clea, es el modo en que Lawrence Durrell vio este continuum. Con un lenguaje de gran plasticidad y colorido, en la Alejandría de preguerra y en el desierto egipcio se presentan los múltiples sucesos que reúnen a tres personajes en relación con un eje de acontecimientos. Desde perspectivas diferentes, se vive en El cuarteto de Alejandría (1957-1960) el más humano de los dramas: la belleza trágica, el saber del iniciado y la política, apuntan al amor y a la hija de Justine que desaparecida al inicio de la trama es un símbolo del mundo que nace de una ausencia, de una pérdida, que en otros contextos es del Paraíso, de la Palabra Sagrada o de la Tradición...

En los tres primeros libros la historia no progresa y desde cada vida-dimensión (espacio) se producen a lo largo de la obra distintos desarrollos que en conjunto muestran la verdadera naturaleza de los personajes que entrelazan sus motivos, sus expectativas y los estremecedores matices que inevitablemente quedan ocultos o ignorados, siempre relativos a la mirada desde cada posición. “¿Porqué la gente no muestra más que un solo perfil a la vez?” se pregunta Justine, quien da nombre al primer libro, reconociendo que nada puede ser cabalmente conocido sino cuando una multiplicidad de planos revela lo invisible a otras direcciones, como en una pintura de Gris o de Picasso. En la cuarta obra el tema central evoluciona. Aparece el movimiento (tiempo), bajo la mirada de Clea…artista que renuncia al amor humano por su amor al arte, donde confluye la solución de los misterios.

- Lo que sigue a un mundo de cuatro dimensiones es el bellísimo Christus Hypercubus (1954) que, contemplado por Gala en Port Lligat, inunda el “hiperespacio” de Dalí con una fantasía octaédrica inspirada en la visión de Juan de Herrera (1530-1597, constructor del Escorial) que contribuye al nacimiento del “cubismo metafísico trascendente…” del pintor. Esta experiencia del hiperespacio es estética y está en el significado de la obra ya que el movimiento de un continuum que en sí mismo es movimiento, se puede imaginar y aún formalizar, pero no graficar en las dos dimensiones de una tela.

¿Cómo representarnos un espacio-tiempo en movimiento? ¿Qué es el tiempo desplazándose en el tiempo?

Habrá que introducir al hombre en el modelo y abandonar nuestra “objetividad” mal entendida, venida a menos cuando en el experimento de Young (1801) las partículas subatómicas no obedecían la lógica prescrita en el Organum del Gran Peripatético. Opuesto al Principio de Identidad, el electrón se comporta como onda y partícula a la vez y nuestra medición define el resultado al aportar información al sistema de superposición de estados cuánticos, que coagula el fenómeno en una forma de la cual somos los únicos autores. El electrón no adivina nuestras intenciones, es el experimento diseñado para detectarlo el que condiciona el resultado…

El reconocimiento de que la física relativista no puede explicar los fenómenos subatómicos, condujo en 1995 a crear un modelo de universo con más de 4 dimensiones, que, muy compactas, se acomodan en un espacio de Calabi-Yau, por los dos matemáticos de las universidades de Pensilvania y Harvard que, respectivamente, lo conjeturaron y probaron.

Aunque desde la ecuación de Einstein conocemos la clara relación entre materia y energía, las “partículas” en sí mismas se manifiestan como energía (fotones), como materia y energía (quarks) o como materia (electrones), cada una en su propio espacio-tiempo. Pero nuestra idea corpuscular de las “partículas” como puntos u objetos esféricos no es adecuada para explicar sus propiedades y la física cuántica las imagina más bien como “vibración” del espacio-tiempo, o del “campo” en el que existen.

Una cuerda en movimiento es lo más parecido que tenemos a esta imagen…y es el sencillo instrumento con el cual hace ya 2.500 años Pitágoras comprobó que en el conjunto de frecuencias vibratorias que siguen a pulsar la cuerda, los armónicos son siempre múltiplos enteros del número de vibraciones asociado a la nota fundamental. Así, establecieron las bases de una ciencia de los números que hasta la fecha se ha demostrado muy precisa en la investigación de lo real, aunque hemos perdido la mitad de su comprensión, pues sus cifras eran seres, más que simples cantidades.

Esta misma idea inspiraba a Planck cuando en 1900 descubrió que la emisión de calor de un cuerpo negro (en equilibrio térmico con su entorno) no es continua sino que se hace en paquetes o quantums…siempre múltiplos enteros de una cantidad fundamental que se describe con números discretos (1,2,3…).

Esto hace pensar que los números no surgen al azar, ni reflejan primitivas cuentas que se llevaban con las manos; se encuentran en la estructura misma de la naturaleza y son confiables en la información que nos aportan sobre el sentido de su origen, más allá de señalarnos una cantidad de vibraciones. Planck expresó su ideación como el “mínimo cuanto de acción” en la ecuación E=hv, donde h es la constante que lleva su nombre y v (la nu griega) la frecuencia vibratoria de E, energía. Poco después Bohr descubrió un modelo atómico (1913) donde los electrones sólo ocupan niveles de energía que, obedeciendo a la misma ley, se designan con los mismos números enteros que también marcan los intervalos musicales.

Así, en esta quinta dimensión y como fondo de la realidad que percibimos, la Cosmología actual encuentra frecuencias armónicas de oscilación, que en la astrofísica forman “espectros” de frecuencias vibratorias, con “resonancias” y funciones trigonométricas que llevan a “análisis armónicos” de señales variables en el tiempo…una verdadera trama musical del estado energético del Todo, con la cual, mucho tiempo atrás, la Escuela pitagórica (s. VI a.C.) encontró correspondencias exactas entre realidad, filosofía, astronomía y matemáticas, estudiando la “música de las esferas” que cautivó a Platón (La República), Aristóteles (Sobre El Cielo), Cicerón y luego al jesuita Kircher (1601-1680). Robert Fludd en 1617 escribió De Música mundana relacionándola con la física, las matemáticas y sus expresiones en el cuerpo humano. También Kepler, que formuló las leyes que rigen el movimiento elíptico de los planetas alrededor del sol, puso en correspondencia sus órbitas con las notas musicales, los elementos de la física y los sólidos platónicos, en la Corte de Rodolfo II, que albergaba al matemático, geógrafo y mago isabelino John Dee (Filosofía Oculta en la época isabelina, F. Yates). Por su parte Isaac Newton escribió extensos estudios al respecto, en sus obras sobre Qabbalah y Alquimia, aplicando una profética basada en el estudio del Antiguo y Nuevo Testamentos, a los que se integran las profecías del Capítulo XII del Libro de Daniel y varios del Apocalipsis, relacionados musicalmente para establecer períodos en la historia humana, buscando una fecha para la Segunda Venida de Cristo y el fin del mundo…(The Expanding Force in the Universe y The Newton Project, Canada)

A través de la música y con un pensamiento analógico, los griegos encontraron las distancias de los planetas hasta el sol. Sus discípulos, cuando recorrían la Magna Grecia, se dedicaban a curar, “armonizando” con su conocimiento de base musical.

Por otra parte, el concepto musical que está presente en la física actual es “simetría”, versión matemática contemporánea de la armonía universal, utilizada para formular modelos cosmológicos y estudiar partículas elementales y sus interacciones. En 1998, el satélite TRACE (Transition Region and Coronal Explorer) de la Nasa, que orbita la Tierra, descubrió, analizando variaciones de su fotósfera, que la atmósfera del sol “interpreta una partitura formada por ondas que son aproximadamente 300 veces más graves que los tonos que pueda captar el oído humano” (www.tendencias21.net).

Los pitagóricos, como otros griegos, fueron maestros del universalismo -uno de los rasgos de la mentalidad occidental- y no creyeron que la cantidad fuera lo único importante. Más que objetos matemáticos, sus números eran seres que expresaban propiedades místicas como la Tetraktys. Entidades como 220 y 284 eran números “amigos” porque cada uno era la suma de los divisores enteros del otro. Pero más allá de la realidad matemática de estas dos cifras, hay que preguntarse qué significaba su “amistad”. Percibieron la inteligibilidad del cosmos 25 siglos antes que Einstein.

Para el pensamiento tradicional en la India o en el Cercano Oriente, este universo de cinco dimensiones es dinamismo puro y Quintaesencia entre los alquimistas árabes, universo en “vibración” y Supercuerda de la teoría M que vista de lejos, ofrece la imagen de una nueva línea, o Superlínea…pues al acercarnos, su aparente uni-dimensionalidad tiene “espesor” y está curvada de un modo muy complejo, siguiendo el modelo de un entrelazamiento de toros.

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Durrell, en su Quinteto de Aviñón (1974-1985) expuso este mundo, como el desplazamiento del espacio-tiempo (que ya es volumen en movimiento) visible en las operaciones psíquicas, analizada a la vez como estados del alma y Skandas del Budismo que el escritor percibió durante su estancia en la India. Siempre cinco, como Monsieur, Livia, Constance, Quinx y Sebastián. Al desplegar sus vidas en la Provenza ocupada por la guerra, Durrell analiza el valor cualitativo del mundo (espacio) y de su historia (tiempo). Como en la pintura, en la literatura hay formas que permiten meditar la quintaesencia, y ver el flujo continuo del espacio-tiempo.

La quinta dimensión es espacio-tiempo en movimiento o vibración que se presenta en la vida psíquica. No existe una vida psicológica al margen de la realidad física y bioquímica de las neuronas, ocurriendo en algún universo desconectado del que empíricamente conocemos, en alguna “alma” distinta del cerebro y de las cosas. Pero tampoco la experiencia psicológica es algún irrelevante epifenómeno, superpuesto como una distorsión de la realidad biológica en sí misma. Hay necesariamente una continuidad entre el universo emocional y las bases moleculares de la conciencia. Neurotransmisores como la dopamina, serotonina, adrenalina, noradrenalina o ácido gama amino butírico no tienen porqué escapar a las leyes físicas y sus movimientos -que son el “lado material” de nuestra experiencia psicológica- están igualmente determinados por las mismas leyes que controlan los mundos macro y microcósmico, correspondiendo con los cambios de la vida mental, en la cual, el flujo del pensamiento también se muestra “discontinuo” como el inmenso final del monólogo que Bloom sostiene íntimamente al terminar su día de peregrinaje por Dublín en el Ulyses de James Joyce: un río de palabras sin comas ni puntos, sin frases, que expresa el continuo movimiento de la mente, o como las doscientas páginas de reflexión con las que concluye el tercer tomo (La muerte en el alma) de Los Caminos de la Libertad de Sartre, donde el personaje enfrentado a la muerte, realiza el sin-sentido de existir.

En términos de la cosmología actual, esa quinta dimensión es una Supercuerda que se mueve, vibra y cambia y este cambio es su Supertiempo, una sexta dimensión.

La Supercuerda de cinco dimensiones, al vibrar (Movimiento o cambio de un espacio-tiempo que ya está en movimiento, haciendo un Supertiempo o sexta dimensión) crea un lugar que es otra dimensión generada en el hacer tal movimiento: séptima dimensión o Superplano, primera “membrana” o Brana uno donde son posibles las diversas partículas, cada una Supercuerda que vibra en su frecuencia propia produciendo la variedad de “formas” de materia y energía que se manifiestan en el cosmos.

Ahora, esta nueva Supervibración es única… pero en el universo encontramos distintas formas de materia y energía que no ocurrirían de haber sólo un Superplano que, necesariamente… vibra creando un Supervolumen o un tejido, una Trama de membranas 1, es decir, una Superbrana uno o Brana dos, con ocho dimensiones que permiten la coexistencia, vibrando siempre, de distintas Supercuerdas que son por lo menos de tres formas diferentes (energía, energía-materia, materia) habitando otras tantas dimensiones. Así el universo muestra nueve, diez y luego once dimensiones.

Menos mal que se trata solamente de un modelo, en realidad en cinco versiones más o menos semejantes entendidas como la misma descripción desde cinco puntos de vista diferentes, y es el único que por ahora “explica” de qué modo los extremos (galaxias y fotones) conviven en un solo Universo, restableciendo en la física teórica la obvia continuidad de lo infinitamente grande con lo infinitamente pequeño, dentro de esta compleja y brillante teoría M (Edward Witten, 1995) que algunos epistemólogos (Bunge) recurriendo a la no falsabilidad poperiana han querido tachar de seudociencia por no ser empíricamente demostrable, lo cual más bien exige una ampliación del concepto de ciencia más allá de lo que pesamos y medimos, hasta alcanzar “el sentido ilimitado del saber”.

- Ahora bien, si el espacio de 0 dimensiones “significa” un punto, el de 1 una línea, el de 2 un plano, el de 3 un volumen y el de 4 un continuum espacio-temporal. ¿Qué significan los siguientes espacios de 5, 6, 7…11 dimensiones?

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Las cuatro dimensiones corresponden al universo-mundo como lo conocemos. Desde la quinta en adelante (matemáticamente son posibles universos de 26 o aun infinitas dimensiones) hemos de introducir no a Dios sino al hombre en la ecuación, pues nos movemos en mundos subatómicos, de lo infinitesimal, como el del Param Anu (Sánscrito: Param=supremo, Anu=pequeño) de la teoría de Aulukya del hinduísmo, presentada hace 2.800 años por Kanada en el sistema Vasheshika, origen del término Prana que es… significado puro o información, aprehensibles por la conciencia humana.

Prana creador de funciones y de órganos que son él mismo bajo forma humana, circulando por canales sutiles. Ida, como cadena de 33 ganglios del sistema nervioso simpático a la izquierda de la columna vertebral; Pingala, a la derecha, con igual número de ganglios, Sushumna, canalización central o médula espinal y 72.000 nadis (o ríos), correspondientes a vías nerviosas por las que se transmite información creando todos los aspectos de la realidad.

Efectivamente, el espacio-tiempo puede moverse en una mente humana, “hacia atrás” en todos los recuerdos o “hacia adelante”, en las expectativas y en todas las operaciones que se hacen: correspondencias, analogías, equivalencias, razonamientos, etc. y también en los estados emocionales asociados a estas transformaciones. Así pues, las dimensiones más allá de 4, están en relación no sólo con la física de las partículas, sino con “espacios” en los que se forja la conciencia. Es ésta la que los produce y es a ella a quien contienen y las matemáticas que las describen, formalizan las operaciones de la vida psíquica.

¿Qué define al espacio si no hay espacio alguno existiendo antes que las cosas que lo crean ocupándolo? Hay un espacio propio de las cuatro dimensiones del continuum espacio-temporal…En los “espacios” que siguen a éste, formalizados por la matemática del siglo XX, se dan los movimientos del alma, término muy desprestigiado, así que mejor usemos Psiquis, a menos que prefiramos Matrix de información que cada uno de los elementos que configuran estos modelos, son capaces de soportar y transmitir, como el Prana, el Param-anú principio de la cosmovisión hindú: la vitalidad inherente a cuanto existe, o lo que crea, lleva, conserva y reproduce la vida. Mundo de creatividad y para la generación de lo real, al que la Tradición Hebrea llamó Beriah en el Zohar (c. s. XIII), la “sustancia que alimenta al buscador”.

Puede resultar difícil de admitir desde el punto de vista del sentido común la idea de una pluralidad de espacios, pero esto es exactamente lo que intuye la geometría y de hecho, punto, línea, plano, volumen, despliegan espacios que aunque tienen en común el nombre, se componen de distintas dimensiones. Con frecuencia, su existencia es un descubrimiento matemático, seguido en algunas ocasiones de su visión física. La cosmología contemporánea requiere del continuum espacio-temporal de Einstein. Y sin el espacio de Hilbert, construido con ondas de probabilidad referidas a puntos de igual valor dentro de un campo, no hay un hábitat adecuado para los electrones. A su vez, el comportamiento de docenas de partículas subatómicas, se da en el espacio de Calabi-Yau y nuestro pensamiento puede ir matemáticamente más allá de los espacios inconmensurables por su pequeñez, hacia el mundo plural de espacios de dimensiones negativas, así como puede dar cuenta de innumerables infinitos (Cantor).

Los egipcios, los hindúes, pero también los persas y los chinos; después Pitágoras, Euclides, Arquímedes, Diofanto y Avicena, junto a Descartes, Leibniz, Pascal o Euler… establecieron la base matemática y geométrica en el estudio del espacio. Los últimos, sabios de occidente, formalizaron sus características con frecuencia en un mundo de abstracciones puras con entes matemáticos muchas veces vacíos de sentido.

Las funciones trigonométricas, eficientes en el manejo del espacio cuando se aplican en la arquitectura y a otras ciencias o artes, son afirmaciones que carecen de otro significado que el de relacionar los lados de un triángulo y aun cuando llevaron la geometría a desarrollos importantes, pocos saben que en Egipto, la hipotenusa del triángulo rectángulo estaba referida a Horus, el Cateto Mayor a Isis y el Menor a Osiris, del mito transmitido por Plutarco. La trigonometría es una leyenda puesta en fórmula y sus relaciones matemáticas son episodios que muestran un significado: el de los eventos de esta tríada de dioses que existen en el mundo imaginal. Pero, para la mentalidad moderna inmersa en el reino de la cantidad, la trigonometría fue concebida en Egipto para repartirse las tierras luego de que el dios Hapi se manifestara en las crecidas del Nilo entre los meses de Junio y Septiembre; de ahí la geo (tierra) matra (medir) griega. Pero evitar conflictos entre terratenientes no parece justificar un esfuerzo intelectual tan grande y el minucioso cuidado que pusieron en su transmisión.

Finalmente, el espacio, como el tiempo, puede estudiarse desde un punto de vista muy distinto.

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Hacia el final de su vida, Gastón Bachelard (1884-1962) tenía el aspecto que desde el Moisés de Miguel Angel atribuimos a los patriarcas bíblicos. Epistemólogo francés, amaba las matemáticas y venía de la filosofía de la naturaleza. Considerando a la ciencia “la estética de la inteligencia”, en su Poética del Espacio iluminó con imágenes y metáforas de origen literario y donadoras de sentido, la diversidad de mundos presentes en un espacio empíricamente semejante para todos. Desarrolló una poética de los elementos, buscando en la obra de varios escritores el significado del espacio bajo las metáforas de la tierra, el agua, el fuego o el aire.

Como el tiempo, el espacio tiene significado y es sagrado. Si no lo tuviera, sería inhabitable. Las acciones humanas sólo pueden cumplirse en los espacios que a ellas corresponden. No estudiamos en los bares ni comemos en las bibliotecas. El espacio con sentido no es homogéneo y se convierte en direcciones, que entre los mayas o en el Tíbet, se asocian a colores. La pareja original del mundo andino sacralizó el espacio al señalar el Chinchansuyo, Antisuyo, Collasuyo y Contisuyo, cuando el Eje de la Tierra se encontraba vertical al mundo en Cuzco, dividido a su vez en dos espacios: Hurin y Hanan, superior e inferior. Son estas direcciones las que ordenan la vida individual y colectiva a lo largo de los zeques proyectados por el Tahuantinsuyu entero.

El espacio puede ser casa, y en ella, jardín o puerta. Así, unos centímetros adquieren el sentido de un pasaje, muy distinto del sentido del espacio que despliega una fuente. Colectivamente, los mismos metros cuadrados tienen un sentido como plaza y otro como templo, en cuyo interior se encuentra un sitio cuya santidad es respetada por todos quienes le atribuyen la función de altar.

De nuevo, son los pueblos ancestrales quienes vieron un universo de significado en el mismo espacio que ahora sólo medimos y pesamos. Percibieron la res extensa cartesiana como entidades que comparten su vida con los hombres.
Las piedras son Bethylos y los árboles deidades. “Egipto es el Nilo”, decía Herodoto, mientras el Ganges, Vida Cósmica en la Tierra, es la Diosa Ganga al iniciarse el Ramayana hindú. En el Trans-himalaya, el Monte Kailash Rimpoché (Tibetano: Precioso) es el espacio que Shiva manifiesta. Como los hombres sabios, grutas y montañas son Boddhisatvas que hacen florecer su naturaleza despierta en el Viaje a Occidente de la Dinastía Tang y, al sur del Titicaca, espacio-espejo primordial de donde emana el mundo, habita el Doctor Sajama, volcán sagrado de los Carangas que se eleva 6.542 m.s.n. entre los páramos de Oruro. Hacia allá caminan cada vez más peregrinos, en las rutas del espíritu en América.
Robert Fludd (1574-1637) recordaba que heredando una tradición varias veces milenaria, el Medioevo llamó Tierra, habitada por los Gnomos, al espacio que creado por las cosas cuando adquieren solidez y consistencia. Mientras la plasticidad que multiplica las formas espaciales se llamaba Agua, animada por Ondinas. Todo actúa por un dinamismo que es el Fuego (energía), cuyo espíritu, la Salamandra, anima al Aire que gobernado por los Silfos ayuda a la evolución.

Estas son las formas “poéticas” del espacio, anodino en apariencia, donde ocurren nuestras vidas y la Magia e incluso la Magikaligua (Sánscrito: Ciencia de la Edad Antigua) era la ciencia que operaba a través de estas formas creadoras (poesis) de Vishnú, el Conservador, Señor del espacio (como Shiva el Destructor, Señor del Cambio, lo es del Tiempo) en cada uno de los ámbitos en los que se despliega la conciencia estableciendo distintas relaciones con el mundo, al iluminar sucesivamente los chakras emanados por estos cuatro primeros elementos, hasta llegar al Éter de Vicchuda, la Mente de Agna y devolvernos al Absoluto que jamás abandonamos, en Sahasrara Padma, el Loto de Mil Pétalos, fuera del cuerpo porque abarca al Todo.

En todos estos casos el espacio es cualidades (que la lengua recoge en adjetivos) de los seres (siempre sustantivos) y en ese sentido, información, que conserva el mundo (Vishnú) manifestando en él las propiedades inherentes a las cosas. Solo debemos tener la precaución de no identificar las propiedades de las cosas con sus nombres, evitando reducir la realidad a las palabras que la nombran y éstas a su común significado.
No existen cosas con propiedades…las “propiedades” son las cosas en un mundo muy sutil, no sólo en Oriente, también en Occidente.

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En 1993 los científicos anunciaron la posibilidad de “tele-transportar” una partícula, incluso de modo instantáneo. ¿Qué querían decir con esto? Ciertamente no que la partícula se pueda desmaterializar en A y recorriendo una distancia X a una velocidad mayor que “c” (¿la velocidad del pensamiento?), materializarse en B (“Señor Zulu, transpórtenos…”). No se tele-transportan materia ni energía, sino el estado cuántico de una partícula, definido como la última estructura de un objeto, sus propiedades, que viajan como información entre dos partículas separadas en lo físico, pero cuánticamente entrelazadas.

En Long-distance teleportation of qubits at telecommunication wavelengths, de la revista Nature (No.421, 30 Enero 2003) el equipo del profesor Gisin, describió cómo en Ginebra, separaron 55 metros los fotones de un qubit original (entrelazamiento de información) y luego aproximaron a uno de ellos la partícula que se va a “transportar”, midiendo la alteración que produce su interacción con el fotón en A. Por el entrelazamiento, esta alteración fue instantáneamente registrada en el fotón B, separado por 2 kilómetros de fibra óptica…que presentó las mismas propiedades registradas en A cuando sus cualidades se cambiaron por la interacción… Son éstas, las cualidades, no las partículas, las que pueden “viajar” a una velocidad mayor que la de la luz a través de espacios distintos al tetradimensional de nuestra realidad empírica.

Digamos por lo pronto, que una cosa es la distancia que hay en 1 km, en el espacio-tiempo y otra los espacios presentes y reales, que cubren más allá de las cuatro dimensiones, en ese mismo km. Las cualidades (el significado) o las propiedades de una partícula existen, como información, en un espacio propio, “semántico” y de más dimensiones que las del continuum espacio-temporal en el cual la velocidad límite es la del fotón. Así, no hay dificultad en transportarlas e incluso en que “lleguen” a su destino “antes” que éste. Es más, lo que la partícula es y lo que llega, nada tiene que ver con la noción de materia vinculada al espacio-tiempo que nos parece tangible y manejable. Ambos y cada uno (lo que es y lo que llega) consisten en el conjunto de propiedades y cualidades específicas presentes simultáneamente en todos los no-puntos de una realidad más allá de la tetradimensional. El espacio de la información no tiene como límite la velocidad de la luz.

El fotón, en tanto que “posee propiedades” o “cualidades”, que se expresan como carecer de masa o ser ésta miles de veces menor que la del electrón, carecer de spin, desplazarse a velocidad c, no tendría que viajar a ningún punto: sus propiedades-cualidades “se extienden” por todo espacio concebible y están siempre presentes, completas e invariables, en todos los tiempos posibles, de ahí la necesidad de un campo probabilístico de funciones de onda que cubra todo ese espacio, para “localizarlo”.

Para el espacio-tiempo, esta información es continuidad y por lo tanto no va de A hasta B, siempre está completa y presente en A y a la vez en B. Como para dar razón a las aporías de Zenón (495-430 a.C.) que negaba el movimiento (Aquiles nunca alcanza a la tortuga, pues le dio medio estadio de ventaja en la carrera, y mientras Aquiles avanza hacia la tortuga descontando la ventaja original, ella también avanza, de modo infinitesimalmente proporcional…así, el héroe “nunca” alcanza al saurio) y no porque éste no se demostrara andando o porque se desconocía el cálculo infinitesimal. Sus paradojas no padecían de ingenuidad empírica, estaban atravesadas por una noción de Ser constante e invariable (El ser, es) que a su maestro Parménides le llegó de Oriente.

Las propiedades son formalizadas en la matemática como funciones de onda, continuidad que colapsa, haciendo aparecer partículas discretas, allí donde nuestra medición, es decir nuestra observación del mundo a través de los sentidos, aporta la energía indispensable para “materializarlas”, por eso tal vez nunca termine la búsqueda del Bosón de Higgs… si no incluimos a Higgs en la ecuación.

Ahora bien, nuestra observación del mundo es interpretada en el proceso nombre y forma, sensación, percepción, voluntad y conciencia. Cinco Skandas o agregados, que se dan en el sujeto, creando qubits o entrelazamientos de información entre al menos dos partículas subatómicas separadas antes de la decisión humana que elige entre estados probables superpuestos. Ocurren en el espacio de los micro-túbulos neuronales, con el aporte del quantum de energía que proviene de una voluntad-consciente en un proceso que no tiene porqué ser solamente un viaje a la ilusión.

La concepción de Maya y del Samsara (mundo fenoménico ilusorio), es una de las afirmaciones más repetidas en la India. Pero los sentidos, emanados de la naturaleza como el oído, el extremo más complejo del espectro de vibraciones de materia que producen el sonido, o el ojo, instrumento para la autoconciencia de las vibraciones que producen luz, no son un error en el proceso de Manifestación sino vías que construye el universo-mente en su viaje hacia la autorrealización.

Así, la vía que sobre todo la cosmovisión occidental elige en el siglo VI a.C. “desciende” hasta el conocimiento de la realidad concreta para elevar la materia, a través del hombre, hacia su realidad espiritual y aunque incompleta por ahora, no debe ser pensada como un simple error. Para el hombre, la naturaleza es maya, pero para la Naturaleza el hombre es la posibilidad de verse. Es continuidad consciente entre los fenómenos discretos, como espacio donde ella misma se re-crea al encontrar sentido y es el sentido (el espacio del significado) lo que “une” entre sí los números discretos.

El Universo, un sistema auto-creado, como en la visión de H. Wronski (1776-1853, pitagórico, filósofo y matemático que publicó más de mil trabajos) que cita SRF (Misticismo en el Siglo Veinte, 1950), se vuelve auto-consciente siguiendo una Ley de Creación que es “el modo de toda generación espontánea, cuya ley generatriz y de equilibrio universal, expresa una condicionalidad considerada en sí como función condicionante y como función condicionada de sí misma (auto-condicionamiento), modo que se expresa subjetivamente mediante su auto-tesis o afirmación de sí, y objetivamente mediante su autogénesis o realización de sí”.

Pero el aspecto de la realidad universal que puede formular una autotesis (Los hebreos escribieron en la Torah: Ehhie asher ehie: Soy El que es, Éxodo 3,14) requiere un espacio que lo contiene y despliega, que aparece con la generación humana, como expresión de las mismas leyes que gobiernan el cosmos.

Así, la naturaleza no es distinta del hombre. De hecho, nuestros átomos provienen del estallido de incontables Supernovas (Somos polvo, pero polvo de estrellas) pero el hombre no es solamente una continuación del mundo natural y tampoco una creación ajena a él… y los dos no son distintos de la Supraconciencia que los ha emanado.

Así, creamos el mundo que podemos medir en A o en B. Pero medirlo en A es cancelarlo en B. Ahora bien, qué pasa cuando el tiempo T1 está en correspondencia con A, mientras que otro, T2 lo está con B? A y B separados en el espacio-tiempo, son uno en la cualidad o propiedades de las cuales, cada uno, en su lugar y en su momento, es expresión y manifestación.

Es verdad que hace rato nuestro razonamiento sobre las propiedades bordea lo que Platón entendía por el Eidos o la forma de las cosas que traducido apenas como “Ideas”, dice poco más que nada…habiendo importado de Asia al indoeuropeo Uidos (Origen de Eidos) cuya raíz Vid, presente en videncia, significa conocimiento (Sánscrito: A=sin, Vid= conocimiento. Avidya: ignorancia, demonio sobre el cual danza Shiva Nataraja, Señor de la Identificación) y designa el medio con el que sus siete Rishis (Sánscrito: raíz Drsh= ver) crearon el Veda originario ( Rig, Yájur, Sama y Atharva, 2.000 a.C), síntesis universal de la Sabiduría por antonomasia. Aunque jamás excluyeron al hombre de sus ecuaciones en nombre de la objetividad y la medida, en los relatos conjugaron sus verbos más en modos pasivos. Sin anteponer el yo a las acciones decían por ejemplo “el libro es leído por mi” y llevaron la visión hasta el extremo donde es necesario cerrar los ojos para ver la Realidad, actuando directamente con la conciencia, porque el único conocimiento verdadero es el brota en la única experiencia verdadera que une al conocedor, lo conocido y el conocimiento en el Samadhi: identificación del hombre en el Absoluto.

Pero esta ya no es la visión de solamente unos cuantos aislados. La revolución científica que supuso en occidente el avance de la fenomenología y las investigaciones que en Eranos se realizaron alrededor del saber de los pueblos ancestrales nos permiten ahora abordar el espacio desde la Física, la Biología, la Genética, la Matemática (para los griegos, el Saber por excelencia), con un resultado que termina rehabilitando al símbolo, como vía de manifestación del absoluto bajo las imágenes que ofrece el mundo tetradimensional. “Las dificultades han desaparecido todas juntas” y un nuevo saber, completamente humano y luminoso, se anuncia ya entre las “ciencias duras”.

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“El nuevo espíritu científico”

Es la obra que G. Bachelard escribió en 1934, buscando un centro entre el idealismo y el materialismo en el estudio de la realidad.

A partir de esta fuente, su discípulo, el antropólogo Gilbert Durand, analiza la naturaleza de la revolución científica de la segunda mitad del siglo XX, en El hombre religioso y sus símbolos, publicado en el Tratado de Antropología de lo Sagrado que editó Julien Ries, en Trotta (1995). Su trabajo sigue la línea de investigaciones sostenida en la vanguardia representada por los coloquios de Córdoba, Fez y Túnez, anticipando la intuición de F. Capra (U. de Berkeley) que veía a la ciencia del siglo XX “al borde de una conversión metafísica”.

En el seno de una crítica a la concepción del símbolo como agregado abstracto a la estructura de las cosas, se cuestiona el hecho de haber erigido hacia el final del siglo XIX a la racionalidad cientificista como único paradigma de verdad.

Advertía Durand en 1960 que “los procesos científicos más abstractos, lejos de constituir el modelo de todos los órdenes de verdad, no son más que partes de estructuras imaginarias más englobantes”, a su vez determinadas por los Themata (“temas” imaginarios de Holton en El imaginario científico) que, incorporados en nuestros procesos de pensamiento, condicionan el procedimiento y los descubrimientos científicos, dando forma a un “sentido común” que no puede asumir la imagen relativista o cuántica o del mundo.

A la vez, fue el acceso a themata (imaginarios) psicológicos, filosóficos o poéticos, lo que permitió a varios físicos formular sus descubrimientos en relación con la estructura de la materia, con términos como discontinuo cualitativo, quanta y salto en niveles de energía, nociones obtenidas no de la física misma sino de la psicología y la filosofía, es decir de las propuestas acerca del pensamiento discontinuo o de la categoría de salto filosófico de Jaspers y Kierkegaard. El químico alemán Kekulé (1829-1896) relató en la madurez de su producción científica su sueño en el que una serpiente que se muerde la cola (el Ouroborus griego) lo inspiraba a dotar de forma hexagonal a la molécula de benceno acomodando sus seis carbonos, unidos por enlaces simples y dobles alternados, facilitando la comprensión de las propiedades de los compuestos aromáticos. Asimismo, Einstein imaginó “cómo se vería la luz, si fuera capaz de cabalgar un rayo” para formular su teoría.

- Siguiendo el análisis de Durand, la dificultad para visualizar la naturaleza del universo más allá de las cuatro dimensiones del continuum espacio-temporal, puede ser resuelta a partir de la concepción de un espacio habitado por el símbolo como el descrito por el matemático René Tohm (Modelos matemáticos de la morfogénesis), autor de la Teoría de las Catástrofes y precursor de la Teoría del Caos, para quien el ser del símbolo se construye con dos identidades en conflicto:

Una identidad localizable en el espacio-tiempo concreto que habita un ser, significante del símbolo, que se describe y mide. Y una identidad no localizable, presente en un espacio de por lo menos cinco dimensiones, cualitativa; identidad semántica que aporta el significado, más fácil de comprender que de explicar.

Thom, citado por Durand, señala que “arrastrado por el flujo universal el significado emite o engendra el significante en una ramificación que progresa de manera ininterrumpida” (Ries, 1989). Esta identidad no localizable, antes que un indemostrable éter es información, causa y explicación de las redundancias y recidivas en las que se muestra un símbolo al expresar un mismo significado con varios términos e imágenes, como el Eje inclinado de rotación terrestre que es a la vez árbol del mundo (Waka Chan) en Palenque, viga del tejado inclinado (Wiracocha en Aymará), mano del molino de Hui Neng en la transmisión del Ch’an o eje de las ruedas en el carro del Poema de Parménides…

Las dos entidades que hacen el sumbolom se unen por un fenómeno de “resonancia” que hace vibrar y conserva el significante “más allá de las perturbaciones incesantes del universo que circunda al símbolo”. El matemático y filósofo nacido en Francia, cuestionado por los positivistas y admirado por Dalí (“no es posible encontrar una noción más estética que la reciente Teoría de las Catástrofes de René Tohm, que se aplica tanto a la geometría del ombligo parabólico como a la deriva de los continentes. La teoría de René Tohm ha encantado todos mis átomos desde que la conocí…”) llamó a esta entidad compuesta Logos (homenaje a Heráclito) y también Arché o arquetipo…

Así el significado es visto como un “espacio interno”, no localizable, que informa al significante, para el cual es logos o principio.

- En otro campo del conocimiento, el discípulo de Bachelard recuerda que en la biología y embriología contemporáneas de Waddington y Sheldrake, el logos o arché fue llamado Creodo: “el carácter direccional y estable del tejido en el desarrollo aleatorio y perturbado del embrión” que garantiza la persistencia de una especie.

Es el Mundo Formativo del Sepher Yetzirah (s. XIII) hebreo que afirma “Él ha hecho reinar el Beth y le ha agregado una corona Kether; ha combinado el uno con la otra y ha creado con éste a Saturno en el Cielo, Sabbat en el Año y la Boca en la persona…”. La naturaleza, el tiempo como día de la semana y el ser humano, tienen así un solo y mismo origen, que se expresa como la segunda letra (Beth = B) de su alefato, símbolo a su vez de uno de los 22 Principios que emanan desde el Absoluto.

Este mundo de la filosofía científica que es la Qabbalah, es encontrado ahora por la biología molecular en la intimidad de los cromosomas, como verdaderos espacios de resonancia mórfica que aseguran la replicación de sistemas semejantes anteriores, a través de una información que fluye más allá del tiempo y del espacio, sin transmisión de materia ni energía, “cuyo mecanismo se sitúa en el dominio propio de la trascendencia”.

- Un sistema de transmisión similar fue propuesto por David Bohm (1917-1992) a quien Einstein, su colega en Princeton, consideraba “el único capaz de ir más allá de la teoría cuántica”. Amigo de Krishnamurti, buscaba el sustrato del psiquismo y la experiencia mística en el espacio multidimensional donde se unen la energía, la mente y la materia. Interpretó la mecánica cuántica ontológicamente.

En La imaginación y el orden implicado consideraba que la replicación de la “realidad” -el orden explicado- percibida por el pensamiento depende de la información contenida en una mínima parte de energía -orden implicado- que para otros investigadores consiste en una reminiscencia, término que nos conduce a los “Diálogos Socráticos” concebidos por Roger Gödel que muestran la visión del misterio del Graal como una memoria que nos re-une al Principio. Operación que muestra Proust en las siete novelas que hacen En busca del tiempo perdido (1908-1922) compuestas por el flujo de recuerdos que desencadenan el sabor del té y una magdalena, al inicio de Por el camino de Swan y concluye cuando al pisar una irregularidad entre dos lozas de la plaza San Marcos en Venecia, alcanza una visión estética del Graal, en El tiempo recobrado, catorce años y dos mil páginas después.

En todo caso, las heterodoxas investigaciones de Bohm nos confirman que cada realidad del universo crea su propio espacio, a partir de una instancia que es mediadora entre los principios y los hechos, el símbolo, que como “orden” tiene una acción antientrópica sustentando la realidad que percibimos e impidiendo que se deshaga en el caos.

La conciencia individual, para este físico, brota con el mismo espacio y dimensiones de una sola y única conciencia cósmica, la totalidad del orden implicado, del que depende el mundo fenoménico.

- Entre estos dos órdenes, la psiquis está presente en cada partícula de materia que, para el físico y filósofo Jean Charon (Theorie de la Relativité Complexe, 1977), además del patrón de interferencia de ondas que produce, revela una “mente” capaz de incrementar la información a transmitir, es decir capaz de memorizar. Como hacían los gnósticos de los primeros siglos del cristianismo con las partículas portadoras de espíritu, llamó “Eón”, a este aspecto de la realidad.

Así, en la cosmovisión occidental es la misma ciencia la que encuentra los primeros datos que “localizan” la realidad del espacio simbólico, creado por la intencionalidad de la conciencia al mostrarse a sí misma ese objeto especial que continúa en las dimensiones del mundo imaginal el dato empírico que le entregan los sentidos. Esta realidad es perceptible por un órgano que se elabora con la misma sustancia de ese mundo, situado tanto “fuera” como “dentro” del Hombre, probando con tal continuidad que la Naturaleza no es distinta de la realidad humana, por mucho que insistamos en percibirnos separados. En este espacio se localiza la vida consciente.

Al no ser una abstracción añadida a los fenómenos empíricos, no puede verse un agregado en este espacio multidimensional donde se manifiestan los fenómenos psicológicos, también estudiados por Henry Corbin entre los Espirituales del Islam Ishraq o Sufí.

Con él se abren las investigaciones del mundo intermedio, alam al mithal o mundus imaginalis. El espacio donde se manifiesta la deidad.

El mundo imaginal, un espacio multidimensional.

- “Llegaré tarde al té!” gritó el Conejo Blanco haciendo volar tazas y manteles. Su ojo rojizo destelló en la clepsidra con la que medía el tiempo desde que perdió su leontina de plata entre los fríos dedos de la Reina de Corazones. Alisando su chaleco con la punta de los guantes, desapareció, corriendo por una banda de Moebius…

Los sucesos de los cuentos infantiles, leyendas, mitos, narraciones milagrosas o hagiografías de todas las culturas, tienen lugar en un espacio propio, que se encuentra en todos los lugares y en un tiempo propio redescubierto por el anglicano que anticipándose a Hamilton, creía en la belleza edénica, como creía también en la lógica y en la geometría. Es el mismo tiempo que nace cuando Alicia Liddell cae a través del espacio del Agujero-de-Oruga-Azul-fumando-narguile-sobre-el-hongo, que atraviesa Sagitario; o el que ocultan las 96 letras de significados invisibles, memcerradas entre cuatro signos, en la arquetípica caída del albañil Finnegans…

(¡bababadalghatakamminarronnbronntonnerronntuonnthunntrovarrhounawnskawntoohoohoordenenthurnuk!)

… antes de su despertar-vuelta-de-la-muerte junto al riverrun Liffey, río vivo que fluye-corre en el Dublín mágico de Joyce. Anna Livia Plurabelle en la esencia del misterio. Su hija Issy creciente, junto a Shem y Schaun encontraron Scienzia Nova en Giambattista. Vicious del espacio y tiempo siempre nuevos.

Un mirlo vuela entre los eucaliptos. Alas negras sobre cielo malva, Venus al fondo, sobre la montaña. Bajo la torre, algarabía de demonios. Se discute una misión… Lo anunciaron los profetas. El Hijo de Dios ha descendido a los infiernos y arrebata las almas al Averno. Mefistofiel asume la tarea, dar nacimiento a un hombre que tenga su poder, con Margarita y Fausto a las puertas de la Obra. Así Merlín entra en el mundo y la Ciencia Mágica brota en el seno de la mística del Cristo, para guiar a Artús. Vuelve el Sacerdocio Perpetuo que otorga su poder al Rey.

***

- Mundo del que se retira el espacio-tiempo de la relatividad para dar lugar a un tiempo de simultaneidad y sincronía en un espacio donde se superponen todos los estados posibles. Es el lugar de toda narración extraordinaria que involucre “superación” de las leyes físicas y disolución de la imagen que hace de la realidad nuestro sentido común.

En los textos sagrados de todas las culturas, las experiencias visionarias y de la vida mística ocurren en esta luminosidad crepuscular donde Jacob lucha con el Ángel, Moisés separa las aguas del Mar Rojo, Jesús convierte el agua en vino o resucita a Lázaro y el Profeta Mohammed realiza su Miraj.

Xibalbá en el Mayab, por donde viaja Paqal entre los siglos. Amenthes egipcio que en el tiempo empieza con la muerte y en el espacio se construyó al occidente del Nilo. Bardo tibetano, atravesado por la individualidad que desata sus ligaduras materiales. Allí se cumplen las visualizaciones de los cuerpos místicos que en el Sambogakaya (Cuerpo de gozo) muestran en su estado Boddhisátvico los principios que habitan el trascendente Dharmakaya (Cuerpo de la Ley) conformado por la existencia permanente de los Dhyani Buddhas del Budismo Mahayana.

En la India, es el universo de los chakras o “ruedas” de poder, cuerpo intermedio entre la realidad de la percepción sensible y su correlato espiritual. Geografía sagrada que acoge el peregrinaje originario de los Cinco Hijos de Pandu por la tierra de los Bharatha, opuestos a los Kauravas, los cien hijos de la acción. “Territorio” de selvas y montañas santas, surcado por Nadis (ríos) que reproducen en la Tierra los que atraviesan el cuerpo humano conduciendo la vibración sutil de Pancha Vayu (Cinco alientos) nutrida desde siempre por el Prana. Alberga a Kurukshetra, campo de los hijos de Kuru para el combate final en cuyo seno nace el Canto Celestial (Bhagavad Gita) cuando Krishna ilustra a Arjuna sobre la naturaleza del alma y su destino espiritual.

Shamballa en Asia Central o Agartha hindú, es también el Asgard nórdico, accesible desde el Walhalla. En su seno se extienden los Helaqot hebreos, la Jerusalem Celeste y las Hadarath Arabes, moradas del principio. Corresponde al Aztlan azteca y al Cuzco Celeste, sede de los Arquetipos. Su puerta es Cuntur Huanchana, donde nacen cóndores, al occidente del País de la Mitad.

Residencia de los Kouei chinos y Tierra Pura de Amitabha. “Espacio” que despliegan los hexagramas del I Ching y los meridianos de la acupuntura. Allí se cumple el peregrinaje del Rey Mono en el Si Wu Chi (Viaje a Occidente), el vuelo mágico de todos los chamanes o las operaciones teúrgicas que entre encinas y menhires realizaban los Druidas. Es siempre un “más allá” del mundo cotidiano, Para: suprema, desha: región, irania e hindú, que da origen a la palabra Paraíso.

Hurkalya, Tierra Celeste de los persas; en Grecia fue escenario de deidades, héroes, reyes y hombres que allí se comunicaban con los dioses. Igualmente, fue para los pueblos nórdicos el espacio donde en las Edda y la Völuspá (s.X) relataron a través de la vidente, el origen del mundo y su inminente final en Ragnarök; escenario del combate escatológico y la búsqueda de conocimiento a través del fresno de Iggdrasil, cerca de la Fuente Verde, donde Odín encontró la ciencia de las Runas.

Mundo perdido para el conocimiento de Occidente, cuando rechazó al símbolo como fuente de saber (Fedro o De la Belleza, primera parte).

En Eranos, Henry Corbin lo presentó en la Casa Gabriela, junto al Lago Mayor suizo, durante los veranos del 55’ y 56’ en sendas conferencias que luego serían su obra La imaginación creadora en el Sufismo de Ibn Arabi. Lo llamó mundus imaginalis, mediador entre un universo de principios, accesible al pensamiento y el mundo de los hechos, accesible a los sentidos.

Visible en la angelología irania que el Zoroastrismo concibió a la vez como conocimiento y realidad, Daena Fravarti persa que guía al peregrino. Espacio donde el espíritu toma cuerpo y la materia se espiritualiza.

Alam al-mithal, en el Islam, mundo intermedio de un universo desplegado en tres niveles: sensible, imaginal e intelectual, que en el hombre se manifiestan como cuerpo físico, alma y espíritu.

- En su Historia de la Filosofía Islámica (1964) Corbin recordaba que ante la plenitud de percepción suprasensible de las visiones proféticas que atraviesa el pensamiento de Al-Hallah, místico persa del Siglo X (“…mi turbante sólo envuelve a Dios”). Shams de Tabriz (s.XI) maestro de Mowlana-Rumi, autor del Mathnawi, “Biblia” persa (s. XIII). Sohrawardi(s.XII), que en sus 36 años de vida resucitó el Ishraq, la Sabiduría Divina o Teosofía de la luz, recogiendo la enseñanza del antiguo Zoroastrismo. IbnArabi (s.XII), el inmenso maestro de Murcia, autor sufí de Las Revelaciones de la Meca. Molla Sadra de Zhiraz(s.XVII) y otros espirituales como Ruzbehan…es necesario “aceptar una tercera facultad de conocimiento entre la percepción sensible y la intelección pura de lo inteligible” de la que fenomenológicamente, nace la conciencia imaginativa, “órgano de percepción de un mundo que le es propio, el mundus imaginalis (alam al-mithal)”

Sin la percepción de este mundo, no tiene sentido la espera escatológica de ninguna religión que tenga en la meta de su hierohistoria el regreso de un instructor, se trate de Hinduismo, Budismo, Cristianismo, el Islam o la expectativa del retorno de los Reyes del Mayab, especialmente en la idea de Paqal y Chan Bahlum, pues tal Retorno se cumple en un tiempo fuera del tiempo y en un espacio que es el significado de todos los espacios. El lugar de símbolo.

Con Mohammed (571-632) se cierra el ciclo de la Profecía iniciado por Adam. El descenso del Qoran entre los hombres, revelado en Medina y la Meca por Jibrail (Ángel del Conocimiento, Ángel de la Revelación y ‘Aql fa’’al, Inteligencia Agente) es la última expresión que sustenta a la vez la religión exotérica y el esoterismo del Imam, Conductor de la Plegaría para los suníes y el Guía oculto sufí.

Pero una vez que el Sello de los Profetas (Mohammed) cierra esta etapa que da origen a las formas religiosas y a la verdad exotérica de la ley (Shariat), se abre el ciclo de los Amigos de Dios, los Wali reunidos en la Walayat, la santidad que descifra la verdad interior, el esoterismo de las escrituras no sólo del Islam sino de todas las edades, reservado a “los íntimos” desde antes del nacimiento del tiempo. Su Sello es el Imam Oculto que revelará la Verdad esotérica (Haqiqa) e interior de todas las Revelaciones, pues:

“No hay versículo coránico que no tenga cuatro sentidos: el exotérico (zahir), el esotérico (batin), el límite (hadd) y el proyecto divino (mottala)” para la recitación oral, la comprensión interior, la dilucidación de lo lícito y lo ilícito y la revelación del proyecto que Dios quiere realizar en el hombre con cada aleya del Libro, escribía ‘Ali ibn Ali Talib ( m. en 661), el Primer Imam, nos lo recuerda Corbin.

Nacido de Fátima (la hija del Profeta) y Alí (yerno del Profeta y Primer Imam), en el Imamato que conoce el secreto de todas las revelaciones, es central la idea del Imam Oculto, Sello de la Santidad que al retornar como XII Imam, el Mahdi (Guiado), El que se Levanta (Al-Qaim) al final de los tiempos, revelará la Verdad esotérica (Haqiqa).

Todos los libros sagrados tienen una imagen exterior, exotérica, que las religiones observan literalmente y una realidad interior, secreta, oculta, accesible después de una Iniciación al esoterismo de las escrituras. Corbin cita al VI Imam Ja’far Sadiq (m.765):

“El libro de Dios comprende cuatro cosas: la expresión enunciada, la dimensión alusiva, los sentidos ocultos, relativos al mundo suprasensible y las elevadas doctrinas espirituales”: lo literal para los fieles, lo alusivo para la élite, lo oculto para los “amigos de Dios” y las doctrinas elevadas para los profetas.

Pero estos cuatro niveles del universo del significado de un mismo texto son los Cuatro Mundos de la Tradición Hebrea Atziluth, Beriah, Yetzirah y Assiah. La instrucción de los cuatro Profetas Mayores del hebraísmo y de los Cuatro Evangelios. Juan, autor del Cuarto, como Daniel, el cuarto de los Profetas, incluyen en su transmisión el Apocalipsis y el Capítulo XII, respectivamente, textos en los que “avanza el tiempo” y aluden a un futuro que no es una fecha sino más bien una estación del Conocimiento. En este cuaternario se encuentra el significado de un continuum espacio-temporal, como en las Cuatro Nobles Verdades enseñadas por Buddha (s. –V) y la cuádruple declaración de Boddhidarma al introducir el Budismo en China (ss. V y VI) o el poema de Hui Neng (s.VI), Sexto Patriarca del Budismo Ch’an, que son expresiones de lo mismo en el Lejano Oriente y se descifran por una hermenéutica sagrada que requiere Iniciación (Diksha) y símbolo.
El método viene de muy lejos e implica el acceso al secreto de los linajes de transmisión presentes en todas las culturas, para descifrar las adaptaciones realizadas en las escuelas y colegios de iniciación y encontrar, leyendo “en espíritu” el sermo mythico que literalmente compone las obras, el misterio guardado desde los orígenes. Su revelación es misión del Dios que Vuelve.

Hasta el advenimiento de esta manifestación gloriosa del instructor o Segunda Venida, Parusía, con el sentido de Presencia (significado que le viene del verbo griego Pareimi) que se cumple en sunteleia ton aiones, el resplandor del Aion o la “consumación de las épocas”, esta Presencia es invisible para la historia en el Islam desde el 873, cuando muere en prisión el Imam XI a los 28 años de edad a la vez que su hijo de 5 y futuro Imam XII, desaparece…quedando oculto los 70 años siguientes (Ocultación Menor, Ghaybat Sughra) mientras una sucesión apostólica de cuatro Nuwab (Profetas) a lo largo de los siglos IX y X mantiene el contacto del Islam con el Shyismo, el esoterismo islámico.
Al cuarto Na’ib, ‘Ali bin Muhammad Samuri, el XII Oculto le ordena en una última carta no elegir sucesor:

“En adelante, todo esto no incumbe más que a Dios” -cita H. Corbin de esta epístola- pues había llegado el tiempo de la Gran Ocultación (Ghaybat Kubra) en el año 942 o 330 de la Hégira. “…Es claro que para esta Era, todo está ya planteado”... “Mi ‘proclamación’ en este sentido fue ya hecha, no hay uno sucesor…”, se escribirá mil años después.
De modo que el retorno del XII Imam no es un evento a inscribir en la historia, pues se encuentra en un espacio “perpendicular” o vertical (circunferencia o función onda…) al curso “latitudinal” u horizontal de los hechos que se datan, puntuales y localizados en el espacio-tiempo. Multidimensional y trascendente con respecto al continuum de cuatro dimensiones, este mundo se manifiesta en los acontecimientos visionarios, siempre personales e “incomunicables, aún al alma más fraternal” de los “amigos de Dios”. Sólo por vía de Iniciación, que incluye un elemento de predestinación, el Imam Oculto se vuelve accesible (en todo lugar y en toda época) a sus íntimos, que aún “habiendo visto a Dios, en la más bella de todas las formas” mantienen idéntica a lo largo de los siglos su expectativa del Retorno, nunca cancelada por la “revelación” de que algún personaje de la historia fuese el Esperado…trayendo un nuevo dogma o una nueva religión que coagule en formas tetra-dimensionales la Causa de la multi-dimensionalidad.

El Imam Oculto y Sello de la Santidad permanece incógnito, como incógnita es la Jerarquía que origina, conocida sólo por Dios, ya que esta Halqa (liga) celeste es siempre ignorada por el mundo. Potencia X, accesible sólo a la percepción teofánica de sus adeptos, corresponde, como en el caso del Profeta Maní, a la imagen del Paráclito, el Consolador que se anuncia en una llamada que es siempre una promesa, la que Jesús hace a sus amigos espirituales “es preciso que yo parta, para que Él vuelva…” (Juan 16,7) expresado en el Haddith del Profeta, citado por Corbin:

Cuando al mundo no le quede más que un solo día de existencia, Dios alargará ese día hasta que se manifieste un hombre de mi posteridad; su nombre será mi nombre, y su denominación la mía; llenará la tierra de armonía y de justicia, como hasta entonces había estado llena de violencia y de opresión

Y, como todos los instructores que portan el mitologema del Dios que Vuelve, en su retorno cumple una tarea señalada también en el Evangelio de Juan (16,12) “aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar…”

Ahora bien, lo que revela el Imam Oculto no es un nuevo Libro Sagrado, o una nueva Ley (Shariat) como los que aportan los representantes de la religión profética: Torah de Moisés, Evangelios del Cristianismo o Qoran, sino la revelación del Esoterismo de todos los libros, la Revelación de todas las Revelaciones gracias a una hermenéutica sagrada que lleva a la comprensión espiritual de la escritura santa, despertando un cuerpo sensible al significado. Así se revela a los iniciados el esoterismo de todas las religiones que descifra lo oculto en las tradiciones y aquello que Corbin (1903-1978), discípulo del maestro andaluz Ibn Arabi (1165-1240) llama “secreto de la Unitud Divina” que por lo pronto se expresará en la percepción de la identidad de los mensajes de todos los instructores y profetas de todas las épocas. En el Islam Shiita, este es el advenimiento del Imam de la Resurrección, el Sello de la Santidad.

Así, en un sentido muy preciso, el retorno de Paqal entre los mayas, como el advenimiento del Imam Mahdi, la Segunda Venida del Cristo, el retorno de Maitreya, o la Parusía de Kalki, Décimo Avatar de Vishnú, no es un evento personal, ni una referencia a un personaje específico que deba manifestarse al final de los tiempos. Si su misión es la Revelación del sentido oculto de todas las escrituras santas, este acontecimiento hermenéutico y del mundo del Conocimiento verdadero es, en sí mismo, su Advenimiento, produciéndose no a través de un individuo, de un grupo específico, de un pueblo concreto, de una religión o de un dogma sino como un estado que alcanza la Humanidad entera, a través de una iluminación colectiva que proviene del descubrimiento de una Síntesis Universal, que es el carácter especial de la Segunda Venida de los instructores.

El correlato de este “evento espiritual universal” es el descenso de un Libro Sagrado, revelado, que ocurre en la historia concreta y da origen a lo que Corbin denomina Pueblo del Libro, Al al Qitab, como realidad espiritual presente entre los hebreos (Torah), los cristianos (Biblia) y el Islam (Qoran), que en su exégesis literal o exotérica genera la Shariat, la Ley y se constituye en fundamento religioso del judaísmo, del cristianismo y el islamismo, sustentando también el canon del derecho que gobierna sus sociedades.

Pero El Libro, conforme a la enseñanza de los mismos instructores, debe ser investigado más allá de la letra y en su hermenéutica esotérica sostiene un ethos que revela a los Íntimos de Dios la existencia del Mundo Imaginal, mundo intermedio, que requiere una exégesis simbólica y mística de la enseñanza. Así, cuando el ciclo de la religión profética que conoció a Adán, Noé, Moisés o Jesús, se cierra con el advenimiento de Mohammed, el último Profeta, se abre a la vez el ciclo de la hermenéutica sagrada, ministerio iniciático que compete al Primer Imam y a la sucesión de Sheyks del Imamato que conduce a la Revelación de la Verdad desde la Tradición Iniciática, restaurando a la vez la instrucción y el espacio que la civilización occidental perdió hace 26 siglos.

Esta exégesis espiritual no se limita a un texto, una religión, una instrucción o un avatar. Es un estado, una estación, una morada mística en la investigación de la realidad, accesible a todos en el siglo actual a través del conocimiento que está incluso más allá de los libros, más allá de toda limitación y pasa por “la comprensión de la Ciencia” experimentada como “el sentido ilimitado del Saber” (SRF, YYY, 1952)

Este conocimiento sintético, revelado en los sucesos místicos, crea la multidimensionalidad del Hiperespacio donde mora el Insan Kamil, el Hombre Total, Trascendental, él mismo Revelación de las Revelaciones, en un estado de “unión con la colectividad” más allá del despertamiento personal de alguien, que permanece, incondicionado, en la luz, como lo ha sabido siempre la Iniciación Crística, esencia y finalidad total del Hebraísmo, el Cristianismo y el Islam, monoteísmos emanados del Rey de Paz o Rey del Mundo (Melek Tzadek, Gén 14, 18-22), designado “sacerdote a perpetuidad” sin padre, sin madre, sin genealogía (Heb. 7,13), es decir, una referencia esencial a un sistema de conocimiento e iniciación que viene desde los orígnes y cuyos eventos son posibles en el espacio de la vida psíquica, mundo imaginal o universo de cinco dimensiones, cuya base física ahora es pre-sentida en la Teoría M.

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Más allá de la realidad empíricamente “constatable” -al menos, eso es lo que parecía antes de la física del siglo XX y del progreso de las neurociencias- el espacio está constituido por dimensiones intangibles, que no pueden ser descritas o medidas por cantidades y deben ser realizadas como cualidades, “visibles” a medida que crece nuestra capacidad de contemplar las experiencias humanas como eventos que no están desconectados de la totalidad de cuanto existe, como si ocurrieran en un mundo esencialmente separado de lo que llamamos naturaleza o “realidad objetiva”. Si mente y materia fueran dos mundos opuestos y distintos, no habría forma de que entren en contacto ni habría interacción de información entre ellos. No podríamos pensar la realidad ni ésta modificarnos; nada “externo” debería cambiar nuestros estados de ánimo o incluso permitir una comprensión espiritual.

Es hacia esta idea que conviene orientar el pensamiento para tener una claridad mayor sobre nuestra posición en el cosmos.

Para el neurólogo F. Rubia, de la Universidad Complutense de Madrid, el hecho de que tengamos unos cien mil millones de sinapsis conectadas a los órganos de los sentidos, mientras hay unos dos mil billones destinadas a registrar nuestra experiencia “interna” -de la sensación a la conciencia- demuestra que estamos poco interesados en una “salida” de nosotros mismos o que inexorablemente, sabemos del mundo apenas lo que queremos y no lo que debemos, pero también demuestra que es una experiencia “interior” la que nuestro cuerpo está dispuesto a realizar.

Cita a Heisenberg, descubridor del Principio de Incertidumbre que rige en la mecánica cuántica, afirmando que no conocemos la realidad, sino nuestra visión de ella. Y desde la neurociencia nos confirma que aunque nos creemos objetivos, lo que consideramos materia es solamente un conjunto de impresiones que nos entregan los sentidos y que el cerebro procesa, con el agravante de que ambos nos engañan, como lo supieron los hindúes con su concepción de Maya, confirmada por la doctrina de los Cinco Skandas del budismo, junto a los físicos jónicos y sus filósofos, así como Berkeley o Descartes.

Los colores o los sonidos son interpretaciones que el cerebro nos ofrece, de la inmensa gama de vibraciones que hacen la materia y la energía, y no existen fuera de nosotros, como muestra el conocido ejemplo que el Doctor Rubia toma de Bertrand Rusell: si un árbol cae donde no hay seres humanos escuchando, no hay estruendo…

Una de las interesantes consecuencias de sus investigaciones se encuentra ampliamente formulada en la conferencia que presentó en el 43° Congreso de la European Brain and Behaviour Society, en Sevilla (www.tendencias21.net), continuando sus estudios en la línea expuesta en La conexión divina (Ed. Drakontos, 2002)

Refiriéndose a las consecuencias de las cuatro revoluciones vividas por nuestra especie en los últimos 12.000 años: la revolución del neolítico que trajo el conocimiento de una época anterior del hombre a través de la última glaciación y creó la agricultura, alrededor de los lugares donde ese saber fue guardado y cultivado (Gobleki Tepec). La revolución industrial que marcó la emergencia de la mecanización y el intercambio comercial mundial, y la revolución de la información que en el siglo XX incrementó de una manera nunca antes tan completa y accesible en la historia humana, la posibilidad de saber y transmitir conocimientos.

Según Rubia, la cuarta revolución está ocurriendo en las neurociencias y de allí provendrá la “cuarta humillación para la especie humana”, que nos descubre la inexistencia del yo, después de Copérnico que en el siglo XVI quitó a la Tierra del centro del universo, de Darwin que nos describió proviniendo de un proceso en el cual dios no tiene ninguna intervención y de Freud, quien demostró que la libertad que tanto perseguimos, está más que determinada por procesos inconscientes.

Para la neurociencia no hay un yo independiente de la actividad cerebral y menos como entidad que vaya a sobrevivir más allá de lo que nos duren las neuronas, pues ha sido producido por el cerebro como “cualidad emergente”, al percatarse de que nada (incluido él) está construido para persistir… Nuestro frágil y apreciado “yo” es sólo una estrategia para mantener la ilusión de una identidad, un poco más allá de lo que el material biológico permite.

- Ved, dijo el Tataghata, todo lo que nace, debe morir. Lo que ha sido compuesto llega a su final…” Despierto desde los 35 años, rodeado de centenares de discípulos y habiendo recorrido la India enseñando las cuatro nobles verdades, tenía alrededor 80 años cuando enfermo, recostándose apaciblemente sobre su lado derecho en el bosque de Kushi Nagara entró en Nirvikalpa Samadhi ofreciendo así una última enseñanza sobre la impermanencia, causa de la “sed de existir” que nos arrastra a través de encarnaciones sin término…razón por la cual, desde la instrucción tradicional de oriente hasta los descubrimientos de la neurología occidental, no vale la pena intentar conservar al “yo” en modo alguno.

Para nuestra ciencia y aún para la filosofía tampoco hay realidad exterior y el “mundo” es nuestra creación, nuestra Voluntad y Representación como afirmó Schopenhauer, un budista perdido en Occidente. Vistas así las cosas, no hay base para afirmar que la cosmovisión occidental sea más adecuada, en cuanto a un verdadero y completo contacto con la realidad, que la cosmovisión de otros pueblos y culturas por la sencilla razón de que no hay una realidad ahí, “fuera” de nosotros, afirmaba E. Schrödinger, conclusión a la que también arriban Hawking y Mlodinow (El Gran Diseño, 2010).

Han sido necesarios dos mil años de evolución científica para redescubrir lo que Rishis y gurúes (“Disipadores de tinieblas”, del Sánscrito: gu-guyati: secreto; ru-rohati, luz e iluminar) transmitieron a sus Chellah (discípulos) varios miles de años atrás: el mundo, como lo conocemos, es ilusión, maya o magia producida por Vishnú, Segunda Persona de la divinidad y también nuestra capacidad de generar formas a las cuales por desgracia nos ligamos, hasta que la muerte nos detiene…

Pero no tenemos porqué detener nuestra búsqueda frente a estas escasas posibilidades de conocer la realidad, se puede resolver el problema de la inconsistencia del yo y realizar el Sí-mismo presente en todas partes.

Es aquí donde la Yoga, Ciencia de la Unión, tiene su punto de partida, como conocimiento verdadero que se logra en la identificación del “sujeto” y el “objeto” (que por este hecho dejan de serlo) en el acto de conocer, restableciendo su unidad perpetua.

También es un hecho que pesando, midiendo y con cantidades, aunque modificamos lo que vemos, alcanzamos los datos “objetivos” desde donde se puede penetrar en un universo de significados.

El conocimiento intelectual es indispensable para tener del mecanismo universal una idea justa con la cual podremos elevar nuestro espíritu mediante la pura inspiración. Esa raíz objetiva y positiva de la ciencia, o al menos del saber, es el cimiento de la fundación del edificio más subjetivo que deseamos construir para llegar a Dios.” Escribía Serge Raynaud de la Ferrière en su obra Yug, Yoga, Yoghismo, 1952, donde despliega un sistema de autorrealización ontológica que constituye a su vez una “biografía mental”, describiendo las fases por las que pasa el investigador hasta la completas realización de la Verdad.

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En algunos escritos sobre los Mayas se desliza la idea de que además de su dominio de la astronomía, las matemáticas, la botánica, eran capaces de ciertos desarrollos en el campo de la conciencia, que vistos con ligereza desde la new age, se atribuyen a obscuros mecanismos que nunca se precisan ni describen, suponiéndolos referidos a algo que todos debemos conocer: los mayas aparte de científicos habrían sido “psíquicos…”.

¿Qué se quiere decir con esto? ¿Quién entre los miembros de la ingenua new age, está dispuesto a ofrecer la menor explicación sobre esa afirmación?

Sin embargo era cierto que los mayas habían desarrollado una cultura que cubría campos de la vida psicológica poco estudiados, incluso hoy, referidos al significado irrenunciable vinculado a hechos de carácter estelar, desde donde es necesaria una relectura completa de los materiales que aportan los códices y las construcciones, como vía para acercarnos a las imágenes que transmiten el sentido de su avanzada astronomía. Pero esto nada tiene que hacer con las “investigaciones” que recurren a borrosas “entidades” para explicar lo que pertenece a una ciencia muy alejada de fantasías parapsicológicas.

El significado de su tradición pasa por la comprensión de los símbolos presentes en su concepción del espacio como totalidad y el tiempo como permanencia, necesariamente no localizados, pero actualizables a partir de operaciones que realizaban reyes y miembros de sus múltiples linajes.

Por otra parte, al estudiar la naturaleza del tiempo y el espacio en el pensamiento maya a la luz de teorías contemporáneas, se percibe la base concreta de la continuidad que existe entre las experiencias físicas, emocionales y mentales, aunque fuimos acostumbrados por la autoridad de Descartes a separar estas funciones que en otras cosmovisiones constituyen una sola realidad. Sin embargo al fondo de la física de las partículas también re-encontramos el sustrato matemático que sostiene la vida psicológica y mental.

La multiplicidad de dimensiones en las que se despliega lo real nos obliga a pensar en el sentido de esos universos y el evidente contacto de nuestro pensamiento con el mundo material, nos asegura que estas dos manifestaciones no se encuentran separadas. Son, de algún modo, los dos extremos de una totalidad y fue la pérdida operada, por razones diferentes, tanto entre los griegos como en el judeo-cristianismo, del “mundo intermedio” que los reunía, conocido por todas las civilizaciones tradicionales, lo que determinó asumir esa separación gratuita como un estado verdadero que dividía al mundo en dos ámbitos irreconciliables sin su mediador, el símbolo, lenguaje (significado) y “corpúsculo” (significante) a la vez, capaz de reconducir la materia, a través de su significado, hasta su principio mental. Tal es el sentido del término árabe Tawil, el misterio al que inicia la mística sufí.

En occidente la multiplicidad de dimensiones que reconoce la física y la naturaleza del conocimiento estudiada por las neurociencias han iniciado la investigación de este mundo imaginal, mundo intermedio al que Pablo llamaba psiquicon, como realidad que une el neumaticon (pneuma, aire o espíritu) con somaticon o sustrato material de cuatro dimensiones que requieren macro y microcosmos, donde se dan las experiencias “materiales”, que ligan las distintas longitudes de onda en las que vibra la realidad, con los órganos de los sentidos.

Al no existir separación entre las dimensiones de estos universos, el nacimiento de las Supercuerdas es, a la vez, manifestación de la intencionalidad de la conciencia como vida psíquica, integrada por “partículas”, verdaderos quantums psíquicos, como la mínima cantidad de energía capaz de producir una experiencia en este campo, algo así como el lado “concreto” del universo de los significados, pero esta vez perceptible como Branas 1 y 2, irrepresentables en la geometría euclidiana.

Por una vía distinta a la nuestra, las civilizaciones antiguas llegaron a la compresión de la información que crea la realidad. La llamaron éter y le atribuyeron capacidad de generación y omnipresencia en el mundo material como continuidad espacical y permanencia. Constituía no alguna vaga entidad semi-inmaterial cuya inexistencia demostraron Milchenson y Morley, sino el significado o la cualidad de los cuatro elementos que corresponden con las cuatro interacciones fundamentales.

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En el pensamiento hindú Akasha es el Aether mismo. De cualidad sonora, produce el oído en el hombre; amargo, tiene como cualidad secundaria al espacio o universo etéreo. (SRF, Yug Yoga Yoghismo, 1952) y al vibrar de cuatro modos diferentes manifiesta los éteres que darán origen a los cuatro elementos: Prithivi, la Tierra; Apas, el Agua; Tejas, el Fuego y Vayu, el Aire. Pero los términos no se refieren a la realidad empírica que nombran. Son símbolos de cualidades, mecanismos, consistencias, comportamientos, desarrollos en el tiempo.

Estos éteres, a la vez modalidades de vibración y categorías de clasificación (cuatro elementos, cuatro direcciones en el espacio, cuatro puntos cardinales, cuatro temperamentos, cuatro mundos en la Qabbalah hebrea, cuatro chakras inferiores en el Tantrismo) son el fundamento tanto de los fenómenos, en su realidad “exterior”, como de la experiencia sensorial que generan, en la realidad “interior” de la conciencia, que brota en un cerebro (Shanga), espacio de gran complejidad creado por las mismas leyes (Dharma) que hacen posible la manifestación del Ser (Buddha), como Universo.

Por eso, para Serge Raynaud de la Ferrière, VAYU, traducido como aire, es el “éter” como causa y a la vez significado o cualidad, de un conjunto de fenómenos y experiencias posibles en los diversos mundos-universos. Así, es cualidad del tacto y del lenguaje, de los sabores agrios y ácidos; secundariamente es la cualidad de la locomoción (estado gaseoso).

Es decir, el significado o el “éter” (que es lo mismo) de estos seres y experiencias, se simboliza como “aire” y las propiedades físicas (expansión, intangibilidad, sutileza) de este elemento, son imágenes, casi metáforas de las propiedades de esos seres, de esas experiencias. A su vez, este “significado” de las cosas y las experiencias, es su vibración psíquica, en continuidad con la realidad física, tetra-dimensional, de las mismas cosas. Todo este mundo es el símbolo, no como constructo o representación, sino como un estado cuántico de la realidad.

El hombre no es distinto del macro-cosmos que, siguiendo las mismas leyes que lo rigen, lo crea microcosmos como lugar de su autoconciencia. Así, Vayu como éter se “localiza” en la columna vertebral a la altura del corazón y de los plexos nerviosos simpáticos cardíacos, conectados con fibras nerviosas parasimpáticas que provienen del Xmo par craneal (Nervio Vago que nace de los ganglios basales del cerebro). Tanto el sistema nervioso simpático, como el parasimpático, tienen equivalencias simbólicas precisas.

En la cosmovisión hindú, esto significa que las experiencias del corazón, están integradas con cualidades de sutileza, expansibilidad, ayuda, que las caracterizan.

La imagen simbólica de este plano es una flor de loto con 12 pétalos (Chakra Anahata) que soportan 12 letras del alfabeto Devanagari, nombre que significa literalmente “La ciudad donde viven los dioses”. Cada una de estas doce letras, como deidad (Deva), ofrece un conjunto de significados que se asocian así a cada pétalo….y el todo forma un universo cualitativo accesible al yoghi que medita la realidad desde cada uno de estos centros de conciencia. Así, la multiplicidad de sus experiencias vitales, materiales (senso-percepciones), fisiológicas (respirar, digerir) acciones como tocar, ver,oír etc.) , emocionales, se transmutan en energía psíquica, que habita universos de seis, siete y más dimensiones. De hecho, estas experiencias que vuelven Uno al hombre con el cosmos, en la Yoga como en la Alquimia, son experiencias mentales…

Siguiendo con el éter Vayu: “su deidad es Isha, y la forma femenina Hakini, la tonalidad del sonido es muy alta y muy leve, la naturaleza, fresca al contacto, la aspiración de 8 dedos de largo y su dirección es al Norte…” Vemos entonces un sistema simbólico estructurado, que cualifica la realidad física y todas las experiencias que produce, reconduciendo la materia a su realidad espiritual, en cada conciencia que se despierta al contacto de estos éteres a través de un sistema que integra una anatomía y fisiología místicas que en los adeptos llenan de sentido al universo. En el Islam, esta misma es la misión del Tawil, que Corbin, por su parte, atribuye al mundo imaginal y su lenguaje de símbolos entre sus Espirituales.

En definitiva ¿cuál es el significado de los mundos que describe la teoría M más allá del continuum de cuatro dimensiones? Es hora de considerar algo así como una teoría corpuscular de la vida psíquica, posible en espacios de cinco o más dimensiones:

“Charles Henry ha establecido que la velocidad de propagación de la energía irradiada por los resonadores bio-psíquicos (átomos de vida), es aproximadamente 100 millones de veces la velocidad de la gravitación calculada por Laplace, la cual se eleva ya a  30 * 10^6 km/s. Esta inconcebible velocidad psíquica de 40 * 10^21 km/s., que excede con 16 ceros la velocidad de la Luz, es probablemente la del pensamiento…” escribía SRF en Los Misterios Revelados (1949), citando al matemático francés que falleció en 1926, luego de plantear en su Generalización de la Teoría de la Radiación, la existencia de “átomos de vida”, que podríamos verlos como el punto de intersección de campos electromagnético, gravitacional y psíquico. Dejando a un lado las doctrinas vitalistas y el arcaísmo de los lenguajes, podemos llamarlos Supercuerdas, y avanzar un poco más en la comprensión de estos universos.

En conclusión, es importante recordar que la percepción que tiene cada uno de nosotros es de no separación, en cuanto a la realidad humana, entre los cuerpos físico, psicológico y espiritual. La nueva física que expresa el nuevo espíritu científico y que ha realizado más descubrimientos a lo largo del siglo XX que en la totalidad de la historia del pensamiento occidental, junto a las neurociencias, nos acercan a un conocimiento completo en el cual las cuatro dimensiones conocidas, se continúan en la multildimensionaldidad de la psiquis y el conjunto se experimenta como espíritu. La cosmovisión de oriente y occidente, luego de un largo proceso, se reúnen finalmente en el hombre, su objeto y finalidad.

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Cuando pensó en Andrómeda, mientras veía a Hiranyagarba Semilla del Sol gestándose contra el obscuro vacío donde resplandecían las galaxias en esta habitación imposible y serena del Chelsea en Nueva York, que por momentos era también un blanco dormitorio de Versalles, todo se había detenido en un silencio que anunciaba el final de todos los trayectos. Su transformación en hombre maduro del que enseguida emergía un anciano luminoso, era lo único que medía el tiempo, contra la inmovilidad de ese lecho cubierto por un manto verde, mientras tenía clara conciencia de haber llegado al límite del Sistema Solar.

Hace apenas “unos segundos” había abandonado la Luna de Júpiter y cruzando la heliopausa, más allá de Plutón, ahora navegaba contra el viento interestelar. El tiempo, imagen de una duración que sólo estaba en su conciencia, se esfumaba rápidamente entre otras imágenes mentales mientras pensaba en el próximo cambio del campo magnético que alternaba sus polaridades cada 13 días en el ciclo de 26 de la rotación solar.

Por un momento tuvo la certeza de no haber recorrido distancia alguna, en la misma forma en que Sun Wu Khung, el Mono Peregrino, habiendo viajado a la tenue membrana que era el límite con otros universos, consiguió pintar en los Cuatro Augustos Pilares del Origen que manifiestan al Todo en este mundo, el nombre que recibiera en la Gruta de su maestro Subodhi, sólo para constatar que apenas rozaba los dedos del mismo Buddha, donde se veían los caracteres impecablemente dibujados casi junto a la palma del Despierto…nunca abandonada por el Sosia de los Cielos a pesar de su desplazamiento portentoso.

David vio, en un relámpago de instante, que su pensamiento no llegaba a la lejana galaxia, ya estaba allí, donde pensar en Andrómeda había llevado a su conciencia. No había ningún tiempo separando el nombrar a Andrómeda del pensar en Andrómeda porque estos dos actos en esencia eran solo uno. En realidad el tiempo era lo que tardaba su conciencia en realizar esta continuidad y permanencia pues fiel a su intencionalidad era puntual y no podía abarcar sino algo preciso, focalizada como quedan los rayos de luz al atravesar un lente biconvexo. La composición de agregados, de esos estados sucesivos, creaba la ilusión de una continuidad consciente, que hacía operaciones, sufría y buscaba “no morir”.

Sonriendo, se recostó y cerró los ojos al recordar vagamente la identidad entre el Ser, el Pensar y el Decir que tanto apreciaron los griegos. Llegó así a la instantánea apercepción de que, desde siempre, su pensamiento -como el de todos- en tanto que Pensamiento estaba siempre allí, en Andrómeda, y al no estar localizado, también en todas partes. En los granos de arena de la lejana playa que dejó atrás un año antes, o en las miríadas de mundos que brotan en cada sloka del Sutra del Diamante. En la infinitud de los Yugas que, sin tiempo, se vienen sucediendo. A su vez, este allí (hic) era un no-lugar, u-topos, es decir todos los lugares pasados, actuales y posibles esperando que en el tiempo empírico, su teofanía se mostrara como este pensar en él…que se daba siempre en el ahora (nunc).

El maestro de la Gnosis de Princeton seguía teniendo razón mientras jugaba con su lápiz entre los papeles blancos, en la habitación de un hospital iluminada por la primavera del ’55, cuando soñaba con coagular en ecuaciones su intuición de un campo unificado, pocos días antes de entrar en el camino: si algo, como en este caso su pensamiento, viajaba a una velocidad mayor que la de la luz, matemáticamente adquiriría una masa infinita.

Pero ¿qué masa podía tener el infinito de algo que no ocupaba ningún espacio tangible?
Sustancia sutil, el Pensamiento, capaz de abarcar en un instante al universo entero, sin agotarse y sin estorbar ningún fenómeno a ningún nivel… No estando en algo, lo cubría todo; no queriendo cubrirlo adquiría el dominio, no intentando cercarlo se expandía mansamente fundiéndose en el Todo que jamás buscaba, pues en Él estaba y era siempre Él. Escuchaba nuevamente al viejo Lao Yi en una de esas versiones aún no descubiertas que duermen en ciudades sepultadas bajo las arenas del Gobi y en los recuerdos del Takla Makán, delicadamente trazadas sobre la seda que envolvía las tablillas de bambú de Guodiang…. Sin oponerse absolutamente a nada, el pensamiento lo ocupaba todo y todo era pensamiento.

Como un nuevo Empédocles, avanzó despreocupadamente hasta el borde de esta singularidad. Más allá del horizonte de sucesos todo era un vacío de luminosa paz. En la Tierra alguien entraba en Samadhi en ese instante y sincrónicamente, mientras su corazón se detenía, en algún lugar del multiverso latía un nuevo quásar.

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(Continúa en 2012 V)

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