lunes, 11 de julio de 2011

La Academia contra El Conocimiento (No. 1)

1943, la Corte Suprema de Estados Unidos emite un fallo ejerciendo una justicia de dos filos. Guglielmo Marconi ya no es el padre de la radio, fundamental en la Gran Guerra y escuchada en todo el mundo. Su verdadero creador había muerto unos meses atrás: el asombroso ingeniero Nikola Tesla (1856-1943) nacido en el antiguo imperio austro-húngaro, que patentó docenas de inventos, ganó el aval científico del influyente Kelvin, resolvió muchos problemas técnicos e imperfecciones de los inventos de Tomás Alva Edison (para quien trabajó en vano, pues al final le escamoteó los pagos) y convenció a Westinghouse de construir la primera represa en el mundo –en Niagara Falls- para la generación y uso masivo de corriente alterna. Fue el creador de los motores responsables de la “nueva revolución industrial” del Siglo XX.

Buscando desprestigiarlo, Edison, el “mago de Menlo Park”, con alguno de sus colaboradores, creó la silla eléctrica y “demostró” la peligrosidad de la corriente alterna, que sobre todo amenazaba a Edison Machine Works, empresa que explotaba la corriente continua. Electrocutaron gatos, perros y hasta un elefante…antes de probar su eficacia de maneras más tenebrosas, dejando claro anticipadamente, que las afirmaciones de Einstein tenían fundamento: de los dos probables infinitos, el universo y el de la estupidez humana, sólo había que dudar del primero…

Tesla no hacía planos de sus inventos, los concebía en su imaginación, en todas sus partes, y simplemente estaba seguro de su eficacia. No se equivocaba. El dominio de la mecánica y la electricidad, su comprensión de la naturaleza íntima del electromagnetismo, no sólo en el sentido físico y matemático sino en cuanto a su eventual significado en la vida humana, eran la parte reconocidamente brillante de su pensamiento.

Pero había otra, que los académicos rechazaban, inclinada a asegurar que en poco tiempo estaríamos en contacto con habitantes de otros mundos y que serían posibles el radar, la robótica y la tele-transportación…lograda, sin embargo, en 1997 por el profesor Nicolás Gisin de la Universidad de Ginebra al llevar “la identidad” cuántica, es decir, la información sobre las propiedades de un fotón, a una distancia de 55 metros, sin mover al fotón y utilizando el estado de “entrelazamiento” que “une” partículas subatómicas sin importar la distancia a la que se encuentren físicamente. Sir Roger Penrose, de la Universidad de Oxford (quien probó con Hawking la formación de singularidades en el universo y autor de El Camino a la Realidad), partiendo del teorema de incompletitud de Gödel, intenta, con el médico anestesiólogo Hameroff, comprender estas mismas propiedades y aplicarlas en una nueva concepción de la mente humana, que reconozca en ella una realidad no cuantificable…

La Academia Sueca premió con el Nobel a Marconi en 1909 por “su” invento, que se basaba en logros y unas 14 patentes del ingeniero serbio, el primero en darse cuenta de que las ondas de radio podían reflejarse en la ionósfera, según lo demostró en 1894. El fenómeno fue utilizado en 1901 por Marconi para enviar una señal que cruzó el Canal de la Mancha, sacando de su sueño milenario a Mercurio, el dios de sandalias aladas que comunicaba los cielos y la tierra a través del arcoiris: en el Universo se gestaba una nueva Galaxia, la de Gutenberg, y nacía la era de la información que iba a convertir al mundo en la Aldea Global intuida por McLuhan, cuyas implicaciones políticas y económicas analizaron Dieterich y Chomsky.

A la vez, nacía un poder -que para el pensador norteamericano, siempre atento a la responsabilidad de los intelectuales para investigar, denunciar y resistir al abuso de los gobiernos- tomaría forma en Z Comunications (Z Magazine, Z Net, Z Media) que desde 1987 busca a través de la información “un cambio social contra todas las opresiones”. “Z” alude a la película de Costa Gavras (1969), una historia de resistencia ante la farsa política que esconde sus crímenes bajo razones de estado y, como la “V” de Vendetta, de Moore y Lloyd, marca los esfuerzos que redefinen la convivencia humana superando el temible monopolio de la información previsto por Orwell en su 1984.

No era la primera vez que los académicos se equivocaban y la historia lo demuestra. Por otro lado, cuando a Marconi la justicia norteamericana tardíamente le quitó la gloria, no fue por equidad. La razón era política: el padrino de su boda fue Mussolini, algo tan imperdonable como el apoyo radial a los países del Eje que el enorme poeta Ezra Pound ofreció durante la guerra, justificación de su viaje en cadenas y enjaulado, por el general Clark comandante del V ejército, desde la Italia ya en manos aliadas, directamente al manicomio St. Elizabeth, cerca de Washington. Hacia allá peregrinaron Ginsberg, Burroughs y otros grandes de la generación Beat, escuchando sus Cantares. Amigo de Yeats, Eliot y Hemingway, creyó en Joyce. A pocos escritores debe tanto la poesía inglesa… pero sí, era cierto, Pound estaba triplemente loco: además de traducir a Confucio había escrito un extraordinario poema contra la usura, a la que veía como causa de la miseria del mundo y creía que los poetas debían ser “los hombres más conscientes de su tiempo”… Murió en 1972. Una góndola lo llevó al cementerio de Venecia.

Ahora bien, la Academia no es una institución sino una manera de pensar e inevitablemente se transforma en el curso de los siglos y ha llegado a convertirse en la postura “oficial” frente al conocimiento. Academias de Ciencias, de las Artes, de la Lengua, de Medicina, de Historia y otras ¿Velan por la veracidad y precisión de los saberes? Como toda institución humana poco a poco exhiben los efectos de una suerte de “entropía” que las lleva a recelar de ideas “demasiado” creativas, demasiado originales, las que van en contravía de opiniones científicas corrientes.

Aunque hasta su nombre ha perdido exclusividad (hoy existen en muchos lugares, academias de guerra, militares…) su vocación científica es antigua y sus orígenes, venerables: la estableció Platón enseñando filosofía, matemáticas, retórica, en el olivar sagrado que escondía la tumba de Academo, héroe homérico. A unos kilómetros del centro de la actual Atenas, Kolonos aún conserva vestigios de sus gastados escalones y alguna columna, que antes vio cinco períodos de evolución entre filósofos que se consideraban discípulos de Sócrates, aunque, según Cicerón, mantenían posiciones enfrentadas (Jenócrates, Espeusipo, Polemón, Crautor). Con el tiempo derivó irremediablemente hacia la simple erudición que no “producía pensamiento” y se alejaba del saber perfecto, el Mathema original.

Arcesilao, Carnéades, Clitómaco, Filón y Antíoco son los jefes de esta caída sucesiva…Al final, hundidos en el escepticismo propusieron fórmulas eclécticas entre Aristóteles, Platón y los Estoicos. Su éxito fue mínimo. El saber será recuperado solamente por la síntesis neoplatónica de la gran Alejandría, creadora del verdadero “Faro” que alumbró la cultura del Mediterráneo Oriental y con eso, la del mundo conocido en esos tiempos.

En la Florencia de los Médici (1440) la famosa “Academia Platónica”, fundada por Marcilio Ficino y Pico de la Mirándola (que estudió, en sus lenguas, el Corán, la Qabbalah y los Oráculos Chaldaica) reencontró junto a los utopistas el saber griego… gracias al Islam, civilizador de Europa, al haber conservado en su lengua el tesoro del pensamiento antiguo, que a través de Averroes nos mostró a Aristóteles y con Ibn Arabi nos puso en contacto con Platón. El Renacimiento no “recuperó” a los antiguos. Los Antiguos lo forjaron.

En el siglo XVII, las Academias fueron el resultado de la acción de misteriosos personajes como Johann Valentin Andreae, teólogo de Würtemberg, autor de Las Bodas Químicas de Christian Rosenkreuz, Fama Fraternitates y Confessio, libros que además de ofrecer instrucciones alquímicas organizaron un “Ludibrium” (broma, bluff) bajo la forma de una invitación a la reunión de todos los pensadores libres (Descartes los buscó, sin éxito), científicos y filósofos, junto a Kabalistas y Hermetistas, repartidos en Europa por la diáspora judía que después de su expulsión de la Península ibérica alcanzó los Países Bajos y la corte de Rodolfo II. Buscaban reunirlos en el antiguo Palatinado, con el pensamiento del geógrafo, matemático y sobre todo, Mago, John Dee, algo así como el poder espiritual detrás del trono inglés de Jacobo I. Pensaron que “el milenio”, es decir, la Segunda Venida de Cristo, sería posible sólo si progresaba el siglo de la ciencia.

De su influencia nacieron, la Academia de Ciencias francesa (1666), protegida por el Rey Sol y su ministro Colbert, con Fermat –el del temible teorema- Pascal y Descartes como miembros. Del mismo impulso surgió la Royal Society inglesa (1660). Científicos como Boyle -cuya sabiduría química despertó en el Colegio Invisible o Colegio Filosófico (por los “filósofos químicos”, es decir, alquimistas que lo integraban) del que participaba- y pensadores como Bacon alumbraron su regreso al mundo. Con el tiempo se integraron a ella Leibniz y Newton, aportando el cálculo al estudio del color y de la luz en la Óptica que velaba, en lenguaje matemático, sus investigaciones sobre la tradición oral de los hebreos: la Qabbalah y la profética mesiánica, imposibles de exponerse públicamente sin arriesgar la vida. Las excelentes investigaciones de Francis Yates con sus libros Filosofía Oculta en la Época Isabelina y El Iluminismo Rosacruz, arrojan mucha claridad sobre este siglo, antes de “las luces”.

Estos científicos buscaban un saber sin fisuras. Nadie había separado aún el conocimiento oficial del “otro”, al que algunos académicos tildan de “para-científico” y desprecian como portador de información de alguna utilidad. Por eso Newton en 1665 tituló su opera magna: Principios matemáticos de filosofía natural, sentando las bases de la física moderna y la mecánica clásica, para él, todavía saberes sobre la naturaleza. Más adelante, Darwin y B. Franklin fueron miembros de la Academia y tuvieron aún una visión que unificaba, el último por “razones de logia…”

Con el tiempo, la academia se convirtió en un sitio venerable, guardián del saber, pero a veces anclado en prejuicios y sin poder evitar la visión dualista introducida por Descartes (res cogitans y res extensa, o mente y materia…) fue un obstáculo al progreso de la ciencia, y al de las artes.

Fue la pintura académica la que empujó la revolución luminosa de los Impresionistas al Salón de Rechazados: sus obras son ahora contempladas por miles de personas, cada día, en el Museo de Orsay, al lado izquierdo del Sena. La arqueología académica calificó de “mito” a Troya antes de que un antiacadémico Schliemann, conocedor del griego (y otras 6 lenguas) y de la Obra de Homero, comprara la colina de Hissarlik, en la actual Turquía y descubriera no una sino siete “Troyas” superpuestas (1870). Luego exploró los Tolos de Micenas en el Peloponeso haciendo entrar a la Ilíada en el mundo de la “historia oficial”: Homero no contaba un cuento, hablaba de eventos ocurridos seis o siete siglos antes, pero con un lenguaje que no distinguía la tierra de los cielos, el símbolo del hecho empírico, el “saber” aceptado y el pensar inspirado…

La misma academia ve en la meseta egipcia de Gizeh sólo tumbas donde el arquitecto, médico y astrónomo Imhotep construyó los monumentos al conocimiento matemático y astronómico más brillante del mundo antiguo. Sus “científicos”, de una ciencia definitivamente incompleta, tampoco pueden descifrar el software de ese hardware que son las construcciones astronómicas de Teotihuacán o Palenque.

Suponiéndose dueños de la objetividad y la verdad, rechazan todavía cualquier vanguardia en el campo de la investigación o el pensamiento…acusándolas de subjetividad, de inexactitud y aplican la etiqueta “no es conocimiento académico” a toda iniciativa que rebase sus conceptos limitados y auto-sancionados como los únicos valederos, basados en un prejuicio que quiere ignorar que la ciencia no es patrimonio de un grupo, de una cultura, de una época o de una sola forma de pensar. Es más bien “el sentido ilimitado del saber…”

Muchos científicos simplemente no quieren ver cualquier cosa que ponga en peligro sus hipótesis y teorías, a pesar de que no pueden explicar la complejidad del mundo. Hay que concederles razón cuando piensan que están ciegos a muchos mundos, escondidos para ellos en lo que creen “subjetividad”.

El término exacto es creencia, la cual desvirtúa el método científico con el que pretenden actuar, y desvaloriza a priori universos que ignoran, aunque están ampliamente documentados no sólo por la experiencia espiritual de todas partes y todas las épocas, sino especialmente por la verdadera revolución científica, filosófica y epistemológica (Durand) vividas en los siglos XIX y XX, precisamente en el seno de la civilización occidental.

De todos modos y frente a la negación simple de la existencia de una realidad que incluye aspectos que no hemos notado, resulta demasiado extenso mencionar la parte más interesante de la “historia” humana para encontrar argumentos a favor de un universo allende los sentidos y la razón. Ello no nos impide afirmar la inutilidad de creer, con un realismo ingenuo, en la objetividad de la ciencia, insostenible después del siglo XX y en esto, curiosamente, los argumentos no vienen de algún ámbito religioso o místico.

E. Schrödinger, en sus conferencias del Trinity College de Cambridge, en 1956, buscando aclarar las bases físicas de la conciencia, concluyó en la mera conveniencia de considerar la existencia de un mundo “allí afuera”, que sólo se hace patente a sí mismo en ciertos sitios: nuestros cerebros, en tanto que vinculados a los sujetos de la experiencia del conocimiento, sin la cual, la “realidad” toda, quedaría en una “representación en un teatro vacío”. Más cercanos a nosotros, al final del segundo capítulo de su último libro (The Grand Desing), Hawking, antes de referirse a una teoría del Todo, se pregunta si existe una “realidad objetiva”.

Buscando una comprensión sobre estos puntos, es inevitable pasar por el reconocimiento de las demás visiones. Esto tiene su fundamento en la naturaleza de la realidad física:

En un espacio de Hilbert de dimensiones infinitas, cada partícula, para ser, no requiere “ser percibida”, y, contrariando a Berkeley, tiene una existencia que se auto-legitima, representada por una función de onda que muestra las coordenadas de sus múltiples posibilidades de presentación concreta, incluso en diversos estados físicos. El mecanismo es formalizado también por Wronski, sabio matemático muy poco conocido…

Por otra parte, concebido bajo el modelo de un Magnífico Diseño, nuestro universo viene desde su comienzo con todas las historias posibles, dadas entre aquellas “condiciones iniciales” que Descartes y La Place buscaban en cualquier sistema físico. No tiene pues sentido discutir por supuestos como objetividad o subjetividad, apenas dos modos de ser, de todas las cosas y de nosotros mismos. Es más, si desde “cada lado” la visión del conjunto no fuera igualmente coherente y consistente, nadie sostendría su posición con tanto entusiasmo, lo cual sin embargo termina por convencernos de que la nuestra es “la” objetividad, o, peor aún, la única.

Frente a esto, la visión cosmológica reciente afirma más bien un “realismo conforme al modelo elegido”, lo cual nos deja en mejor estado a todos y permite ver que, en última instancia, es cierta la afirmación de Los veinte y cuatro filósofos del Medioevo: cada punto de la realidad es el centro y allí todo está siempre en presente. Un modelo geométrico que integre “espesor” y curvatura espacio-temporal en la forma del universo, da a estas ideas formulación matemática.

Por otro lado y desde hace tiempo, al hablar de “realidad” muchos hombres de ciencia tienen presente que su “explicación científica” es inseparable de lo que el físico Holton llamó “estructuras imaginarias más englobantes”, que condicionan de partida la lectura del fenómeno enfrentado, aparte del hecho comprobado de que la medición objetiva, es decir, la interacción con el observador modifica lo observado.

Esto nos lleva a recordar la historia de la viejecita que asistía a una conferencia donde Bertrand Russell explicaba el origen del Universo y la mecánica celeste relativa a nuestro planeta. La cuenta Hawking, físico de Cambridge y miembro de tres academias: la Inglesa, la Norteamericana y la Romana (más 12 doctorados honoris causa) en su Historia del Tiempo. Nos permitimos relatarla de la siguiente manera:

Mientras el filósofo hacía su máximo esfuerzo por aligerar del peso matemático a un concentrado auditorio que se enteraba de la naturaleza del Cosmos, una anciana que había permanecido todo el tiempo silenciosa, escuchando mientras tejía tranquilamente en una de las filas delanteras, puso a un lado su labor y pausadamente se dirigió al científico, diciendo:

-Pamplinas, lo que usted ha dicho son puras pamplinas. La Tierra tiene forma de media naranja y está asentada sobre una gigantesca tortuga.
-Ah si? Replicó sin inmutarse el matemático-filósofo… ¿Y ésta, en qué se asienta?
-Astuto, muy astuto jovencito: pues en una torre infinita de tortugas…

Con los años, el Tercer Conde de Russell consolidó su prestigio de filósofo y matemático. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1950 por su defensa de la libertad de pensamiento. Agnóstico y ateo, sostuvo a la vez la validez y consistencia del Argumento Ontológico, mejor definido por San Anselmo, aunque interesó tanto al sufí iranio Shorawardí como a Avicena, pasando por Descartes y Gödel; también fue maestro de Wittgenstein…Por todo esto seguramente alcanzó la paz antes de que la Gran X lo reclamara en Febrero del ‘70.

En su momento, la viejecita fue llamada por la Gran Tortuga y hoy sin que nos importe mucho esa “tenaz ilusión a la que llamamos tiempo” -como escribiera Einstein a la familia de su amigo Michel Besso, de la “sociedad filosófica”, muerto un mes antes que él- los dos son recordados por nosotros mientras algo nos dice que su discusión no ha terminado y que, desde cierto punto de vista, simultáneamente ambos estaban en lo cierto. Por esa certeza, cuando concluyó su paso por el mundo probablemente entraron juntos en la Gran Felicidad (Ananda) después de haber vivido a su manera Sat y Chit (en lengua sánscrita: Ser y Pensamiento, sobre el ser…)

Todo esto nos hace pensar, primeramente, que desde la perspectiva de la paz de sus almas es inútil para cualquier extraño tratar de averiguar quién fue “más objetivo” y, segundo: si alguna viejecita aparece en el horizonte, conviene afinar nuestra imaginación, pues ya no hay duda de que son enviadas por el Gran Koan. Entre nuestros amigos fue Eliade, cuando trataba de comprender el significado de la Epopteia, quien se cruzó con una de ellas en el autobús que volvía de Eleusis, era la teofanía de Démeter.

Si abandonamos la física y buscamos en el pensamiento Tradicional, en la comprensión que del Tawil tiene el Islam de los sufíes, está implícito el reconocimiento a la multiplicidad de las visiones y desde allí, para muchos investigadores, lo que se llama, sin rigor, según nuestro modo de ver, “conocimiento académico”, carece no sólo de “alguna otra” dimensión, sino de la multiplicidad inherente a toda manifestación simbólica.

Confucio pensaba que lo más importante para gobernar un Estado era “rectificar los nombres”. Quería decir que las cosas concretas que existían debían coincidir con el significado de sus nombres pues, a la manera del eidos de Platón y en relación con el vid indoeuropeo, estos expresan su esencia: Sólo cuando “el gobernante es gobernante, el ministro es ministro, el padre es padre y el hijo, hijo” -como fue recogido por sus discípulos en el Lun Yu XIII,3 y III,11 (Lun Yu o Analectas es, precisamente, la Discusión sobre las palabras)- es posible llevar una sociedad a su equilibrio. Este es el imperativo moral que permite la realización de la armonía.

¿Podremos modificar la academia y, sin perder su profundidad científica, elevarla a otro estado del Saber?

viernes, 1 de julio de 2011

Documento 2 Nuevo Bachillerato Ecuatoriano

A los 33 años y unos días después de beber una infusión con eléboro que le ofreció su copero, murió Alejandro Magno en Babilonia, el 13 de Junio del 323 a.C. Trece años antes, con sus ejércitos, que incluían arquitectos, ingenieros, historiadores y científicos, unificó las ciudades-estado griegas y llevó el helenismo por Cercano Oriente. Consagrado faraón en Egipto, peregrinó al Oráculo libio de Siwa. Y en Anatolia, al cortar con su espada el “nudo gordiano”, el Oráculo de Gordion le confirmó en su misión de tomar Asia. Conquistó a los Persas, entró en la India y Asia Central. Algunos historiadores piensan que fue impulsado por un ideal de universalismo transmitido por Aristóteles, su maestro, quien fue a su vez y por 20 años discípulo de Platón en la Academia, fundó el Liceo y formuló dentro una inmensa obra filosófica y científica, el Organon: “instrumento” que fijaba las leyes del “pensamiento correcto” (Lógica), vigentes hasta hoy.

Nunca la educación fue una tarea menor. De hecho, es la única vía para crear, conservar y transformar una sociedad y siempre fue vista como una actividad espiritual. Hindúes y egipcios, griegos y romanos le dedicaron enorme atención. Grecia conoció cuatro períodos de evolución en su pedagogía e intervinieron en ellos legisladores como Solón y sabios como Sócrates.


El Medioevo europeo, reinterpretando el Timeo de Platón, la organizó en Trivium: Gramática, o ciencia de los significados en la transmisión del saber. Dialéctica, como ciencia del pensamiento para encontrar la verdad y Retórica, ciencia de las figuras de la comunicación… y Quadrivium: Aritmética, ciencia de los números, vistos como entidades. Geometría, ciencia de las formas del cosmos. Astronomía, ciencia de los mundos y sus relaciones con las cosas y Música: ciencia de las vibraciones y armonías. Fueron el centro del saber transmitido por sus universidades como “Artes Liberales”. El nombre no era gratuito ni una operación de marketing: debían liberar, a quienes lograran educarse…

Si cambiamos de escenario, los Incas consagraron sus Yachayhuasi (Casas del Saber) a la educación que impartían los Amautas, conservadores de la memoria, expertos en la lengua de los nudos al igual que los discípulos del Fo-Hi chino; maestros en astronomía y matemáticas, conocieron la ciencia de los ciclos como el Pakko que en los relatos de Huarochirí, bajo la forma de una llama triste y sabia, presente en la tierra y en los cielos (Alfa y Beta Centauri) surge al final de un Pachakutekk para salvar a los hombres, llevándolos a las alturas donde en contacto con un saber que siempre se renueva, vuelven a nacer el mundo, el tiempo y los hombres.


En el siglo XV, seguros de cumplir un destino espiritual si caminaban hacia el norte, llegaron al medium-mundi, verdadero trono del sol pues aquí “se asentaba derecho” (Cieza de León) y construyeron entre las cinco montañas (Salvador Lara) de la Huaca más sagrada que señalaba al Polo (Pi-chincha), los Aclla huasi donde el maíz se transmutaba en bebida de inmortalidad que alimentaba el movimiento vivificador del Inti a través de la eclíptica, estudiándolo siempre desde el Intihuatana que dominaba la meseta en Kitsato. Allí, entre dos pequeños ríos unidos al Oriente en un tercero, el pájaro que renace del fuego (Atauwuallpa) proyectó su Cuzco celeste, contrapolo del terrestre en el ombligo del mundo. Sobre los Aclla Huasi la iglesia construyó sus monasterios: San Juan, La Concepción, Santa Catalina, Santa Clara…

Como la Jora, nunca las bebidas sagradas presentes en todas las leyendas fueron simples embriagantes y la “inmortalidad” que procuraban era en realidad un estado de suprema lucidez, un emblema de la sabiduría…Desde el ámbar funerario del neolítico al Amrita indoeuropeo (a=no, mrta=muerte), pasando por el Soma que en el noveno chakra del Rig Veda, bebe Indra antes de vencer a Vrtra, hasta la Ambrosía de los inmortales griegos con la que Ganímedes llenaba la copa de Zeus, o la hidromiel que bebían junto a Odín los dioses nórdicos.

El “vino” que “embriagó” al Noé hebreo, como a Padmasambhava cuando introdujo el Budismo en Tíbet, o el vino (conocimiento) que Jesús, al iniciar su misión, obtiene del agua (datos literales) en Caná, y el que ofrece en su Cena, hoy sólo para cumplir un rito, siempre velaba un saber concreto. Saber y saborear comparten la raíz sapere. El vino de los epicúreos, como la leche, la miel o el aceite, bebidas y alimentos, eran el símbolo de las ciencias espirituales que, por ejemplo, los Sufíes extraían del Corán. Pero, perdida la comprensión del símbolo…qué nos queda?

Por otro lado, no hay Pueblo, así, con mayúscula, sin leyendas o sin “libro sagrado”. Con la Torah hebrea, la Biblia de los cristianos o el Corán musulmán, cada Ahl al-Kitab (Pueblo del Libro) traza y explica un destino, crea una “identidad” que cuenta… y fundamenta una educación precisa.

Tampoco hay proyecto político viable sin “libro fundador” o sin conocimiento que “identifica”, por eso Napoleón, “el único hombre que lleva en su cerebro una imagen clara de hacia dónde debe ir Europa” según Goethe, admiraba a su vez a éste, el poeta más sabio de su tiempo. También el ilustrado Espejo buscó despertar a los suyos con la utopía que inspirada en Tomás Moro, gestaba en su Nuevo Luciano, y su biblioteca (Keeding) amada por J. Mejía Lequerica rebosaba la Ciencia Blancardina descifradora de escrituras. Bolívar encontró en Simón Rodríguez al maestro humanista que nutrió su proyecto libertario. Bello animó el siglo heroico. Con sus libros Marx y Lenin fundamentaron el movimiento que se extendió por países y por décadas. Gandhi asentó el Satyagraha (la “fuerza de la verdad”) que en el ’48 liberó de los ingleses a la India, en el Bhagavad Gita, donde Krishna mostraba el destino del alma y enseñaba a todos los hindúes quiénes eran, qué podían, y porqué habían entrado en este mundo…

Finalmente, no es casual que la Indignación mundial en pos de una verdadera ética vaya surgiendo en todas partes, de la generación más educada que hayan conocido España o Grecia.

Su protesta tiene un blanco directo: la supremacía del negocio, del comercio, del mercado, sobre el hombre y sobre todo, al extremo de convertir nuestro horizonte en una guerra para lograr empleo, que apenas permitirá sobrevivir y nunca, ni de lejos, realizar plenamente nuestra condición humana.

Ahora bien, sin ninguna reflexión y sin coraje para oponerse, “la Universidad ha sido entregada al poder financiero” (J. Sampedro) y no solo ella: toda la educación al momento está desvirtuada en su esencia por un poder comerciante (…los “inversores”, esos todopoderosos fantasmas que aterran a todas las naciones si no doblan sus rodillas a Mammon) que hace ya varios lustros, logró elevarse gracias a recursos que pertenecen a todos, reemplazando la esperanza por la imposición de un programa educativo que perpetuara el gran mercado en que han convertido al planeta, no con la finalidad de intercambiar solidariamente lo que abunda en una parte para resolver las necesidades de otra, sino con la voluntad expresa de ganar.

Bajo esa consigna, no vieron la educación como acción que libere a la sociedad y sus miembros, ofreciendo recursos e instrumentos para buscar la verdad, sino como inversión cuyo rédito es perpetuar un mundo en el que se ha globalizado el comercio y no la ética (Hessel). A cambio de financiamiento, usurparon en todas partes la misión de los sabios y con la connivencia de políticos que olvidan que su poder proviene de nosotros, declararon inútil formar seres para pensar…imponiéndonos una “educación por competencias”, disminuyendo al máximo el desarrollo de nuestras facultades y “mandando a recoger” (sic) (…según las inteligentísimas palabras de una periodista de tv local) el desarrollo de destrezas del pensamiento que permitirían hacer analogías, correspondencias, equivalencias, que forman el espíritu de cada estudiante hacia el desarrollo de una capacidad de síntesis que pueda captar un sistema en su conjunto, o por lo menos entrever el valor y el significado de las cosas, unida a una ética tolerante ante la diversidad, riqueza y nobleza de todas las culturas humanas.

Sólo en una “civilización” como la nuestra, que obnubilada desde hace siglos accede apenas a la mitad del saber, que se obsesiona con los objetos y por lo mismo ignora lo esencial en cuanto al crecimiento de los sujetos del conocimiento, fue posible que el mercado dicte qué, cómo y para qué debe estudiarse, trazando una ruta expedita para mantenerse y, a la vez, apoderarse de todo lo que pueda, siguiendo las instrucciones de “La riqueza de las naciones” (Smith), construida en apología del interés personal visto como puerto final del peregrinaje humano, hasta el extremo de declarar, sin más, que habiendo convertido por fin al mundo en un circo de intereses (Benavente), había llegado “El fin de la Historia” (Fukuyama), forzándonos a todos a sufrir “el único” y el “más conveniente” (para ellos) sistema económico y político… con el que dejamos de ser hombres para convertirnos en monedas.

¿Cuál es el fundamento espiritual, filosófico, humano, de la educación por competencias, que nos venden en medio de una jerga de tecnicismos disfrazada de sicopedagogía, cuando no interesa el ser humano sino lo rápido que puede formar parte del mismo aparato productivo-consumista del que se benefician ellos solos? “Debemos” aprender a hacer cosas, no a pensar, y menos todavía a pensar por nosotros mismos.

En la educación por “competencias” prima el criterio empresarial que arruinó al mundo poniendo al dinero y al interés comerciante por encima del conocimiento, de la dignidad y del respeto al otro. Por definición, con esta idea que se lleva adelante en la “educación moderna”, incluidos los centros “superiores” que casi en todas partes sueñan con ser corporaciones, extraviados del universalismo necesario que intuían al comienzo sus creadores en la ya muy lejana Universidad de París del siglo XIII (Alberto Magno, Aquino), se pone todo el énfasis en formar seres que aniquilen al otro, necesariamente convertido en adversario, para hacerse a dentelladas, pero como cualquier cadáver, con un “nicho” en los mercados, nuevos adoratorios del dogma neoliberal (que a nadie libera) puesto que, para ellos y sus políticos, no somos sino mercancías, posibilidades de ganancia, utilidades, activos fijos e inventarios... Y todo esto, sin que nadie proteste, porque a todos nos imponen la creencia de que la suya es la única vía, ignorando que “otro mundo es posible”, se ha gestado y late ya en el seno del que podemos transformar (15M, Galeano).

Así, desde los ’90, la pedagogía se volvió “estrategia”; los estudiantes, “clientes”, y los centros educativos: empresas donde los gerentes expulsaron al rector para “gestionar” recursos (“enseñanza”, libros y maestros) con la finalidad de fabricar en serie, “productos” que una vez etiquetados (graduados) serán literalmente consumidos en una sociedad-mercado. Quedó relegada la noción de Ex - ducere (etimología de Educar) como el acto de conducir, nutrir y alimentar con el conocimiento que promueve el saber en su doble acepción de conocer y de gustar, que lleva a perfeccionar el cuerpo y el alma formándolos para contemplar la belleza y realizar las virtudes (Platón) junto a la comprensión de la verdad que nos haría libres (Juan) según enseñó el mismo Maestro que alguna vez derribó la insolencia de los mercaderes.

Al final, debemos dar razón a los arcaicos sistemas indoeuropeos estudiados por Dumézil desde un pensamiento complejo, a través de las quince y tantas lenguas que aprendió para penetrar en textos persas (Zend Avesta), hindúes (Mahabharata, Bhagavad Gita, Ramayana), griegos (Hesíodo, Homero), romanos (Virgilio, Tito Livio) , celtas, sajones, britanos y otros en cuyos libros distinguió en una especie de “sociología profunda”, las características de tres funciones: sabiduría, fuerza y fecundidad, con la que estos pueblos vivieron a lo largo de milenios cubriendo las tierras desde Asia Central hasta Europa.

Estas tres instancias se revelaban entre los hindúes como colores (varnas), leídos desde la miopía occidental sólo como “castas” infranqueables, pero que en realidad expresaban en una lengua de símbolos, la presencia de Purusha (a la vez Espíritu, Hombre total y Colectivo), manifestado en el cuerpo social en las funciones de sacerdotes y gobernantes (cabeza), en la fuerza guerrera orientada a conservar y proteger el espíritu de cada cultura (pecho y brazos) y en la fecundidad de productores e intercambiadores de bienes que nutrían y generaban el colectivo social (abdomen y piernas).

“Nuestras” formas de gobierno, al fin y al cabo deudoras de los griegos, hijos de los indoeuropeos, heredaron estas categorías como instituciones sociales: legislativas, judiciales, ejecutivas; ejércitos y grupos productivos, dentro de una “democracia” cada vez más difícil de ejercer, pues la griega funcionaba en ciudades que se consideraban anómalas si pasaban de cinco mil habitantes, y todos reunidos en el ágora participaban en ella, realmente; de ahí el sonoro “no nos representan” que hoy sacude a las “maduras” democracias europeas y descoloca a los “cientistas sociales” que perplejos, asisten al nacimiento de una nueva era, sin comprender lo que sucede, pues los eventos superan con mucho el estrecho marco de la sociología corriente. ¿Será, de verdad “Google la verdadera democracia…”? ¿Llegaremos todos a un referéndum universal en Twitter?

Esas funciones distinguidas por los pueblos indoeuropeos en una comprensión unitaria de la realidad, no fueron producto de ingenuas figuraciones antropomórficas del Todo, en sociedades “pre-científicas”, sino que dejaban ver claramente, a cualquiera y no solo a los técnicos de este saber, que así como no tiene sentido que la cabeza vaya a donde dicten el vientre o las piernas, es el pensamiento el que rige y ordena la actividad humana, incluso si nuestra inevitable condición material nos obliga en los instintos.

En las culturas tradicionales era impensable que el comercio dictara el programa educativo, que alguna empresa (simplemente no existían) decidiera qué pensar, qué enseñar, cómo vivir.

La sacralidad, es decir el sentido de cada función y de cada colectivo, estaban definidos por la adhesión a la ley (dharma) que armónicamente integraba todas las actividades en la vida de estos pueblos, dando a sus seres la posibilidad de alcanzar un equilibrio con el cosmos, desconocido por la “cultura” moderna y apenas caricaturizado en una serie de técnicas mal comprendidas, descontextualizadas y superficialmente aplicadas por una New Age que en nuestras sociedades sólo es síntoma de la profunda carencia de vías idóneas hacia la autorrealización.

Estas Tradiciones que tantos pueblos conservaron en sus libros, junto a las presentes en textos como la Torah, la Biblia, El Qorán, los Upanishads, los Puranas, con los numerosos Sutras del Budismo Hindú, Tibetano o Chino, los libros sapienciales como el de Fo-Hi (I-Ching) o aquel del Viejo Maestro Lao Yi (Tao Te King), pero también las Edda, la Völuspa y el Kalevala finlandeses, unidos a las obras que se salvaron de los “civilizadores” Zumárragas y Landas que en México o Yucatán enviaron a la pira “las hechicerías” donde Mayas, Nahuas, Aztecas, concentraron el saber que les venía “desde cuando no había el tiempo” (Códices Borbónico, de Dresde, Mendoza, Azoyú y una decena más), son un legado para todos, en el que tenemos presente también al exquisito acervo cultural de las tradiciones orales (Huarochiri) que hoy reconstruyen antropólogos y filólogos cada vez más sensibles a nuestras verdaderas necesidades.

Todas estas Obras muestran la profunda unidad de la búsqueda y la experiencia humanas. También está la riqueza portentosa del Roman nacido en Occidente a lo largo del siglo XII que desde Tirant Lo Blanc, no ha cesado de crecer iluminando los siglos: Dante, Cervantes, Shakespeare, El Inca Garcilaso, Dostoievski, Faulkner, Proust, Joyce, Cortázar, García Márquez...y una pléyade que aumenta en todos los países, en una espiral logarítmica y en progresión geométrica.

Son estas las Obras que podrían quizá estar en la base de una verdadera educación. ¿Es solo una utopía? Tal vez, pero entonces estamos en la buena compañía de Moro, Campanella o Bacon, sin los cuales ningún Renacimiento hubiera sido posible. En el no-lugar (u-topos) que está por todas partes, también nos reuniremos con Velasco, Las Casas, León Pinelo, Espejo, Rocafuerte, Benigno Malo o Solano (A.Roig) pues éste es siempre el punto donde habitan y maduran la sabiduría y la dignidad humanas, antes de convertirse en realidad social.

Hay pueblos que aún aprenden a leer en sus libros sagrados (Madrasas del Islam, universidades talmúdicas, ashrams hindúes) y otros que como los chinos, conscientes de que cada vez son menos chinos, promueven hoy el apurado rescate de un Confucio que hace 25 siglos afirmaba “yo soy solo un transmisor que ama a los antiguos…” cuando hace apenas unas décadas no tuvieron reparo en destruir, vía revolución “cultural”, el pensamiento que había sostenido su realidad física y espiritual. ¿Por qué será que más allá de su usurera economía de mercado están interesados en las Analectas? Esos pueblos, a la vez que logran “competencia” para conservarse en un mundo poblado ya por lobos, beben en sus libros la esencia de su identidad y se hacen uno con la lengua que expresa la naturaleza de su alma…así llegan a saber quiénes son, porqué están aquí, a dónde pueden llegar…

Pero, de hecho, hay algo, en realidad muchísimo, que está más allá del anodino “enseñar a hacer cosas” enredado con lo económico y sin relación con la calidad de los seres: enseñar a pensar, activar las potencialidades infinitas y destrezas guardadas en la intimidad y el funcionamiento del objeto más complejo que brotó en el universo, nuestros cerebros, capaces de soportar una conciencia que abarque al Todo. Enseñar a pensar es contribuir a la antropogénesis.

Despertar y alimentar facultades como el pensamiento estético, el único que nos dota de alas y nos libera de vivir a ras de tierra, es poner a disposición de los hombres tal vez el único poder que aún se opone a la brutal mecanización del final de una edad sombría que quiere arrebatarnos nuestra humanidad reduciéndola a la unidimensionalidad descrita por Marcuse.

Una ameba, sola, en un medio de nutrientes, extiende sus seudópodos sólo para tomar el grano de alimento…y convertirlo en ameba. De modo semejante el conocimiento basado solo en silogismos, fundado en la lógica formal, sin símbolos, no entrega en sus conclusiones nada que no contengan las premisas. No existe allí “producción de conocimiento” y eso lo mostró Kant con claridad.

El pensamiento estético es subversivo, allí l@s ameb@s jamás extienden su seudópodo pues lo que ingieren es veneno que aniquila, de-construye, desarma, fragmenta, disuelve y luego de producir un mágico nigredo, una substancia original, rearma en otro plano, en otro estado, algo cuya sustancia es Luz. Nos vuelve creadores.

Por eso Magritte luego de pintar perfectamente una pipa escribió debajo: “esto no es una pipa…” enseñando a “desaprender”, a poner entre paréntesis lo que creemos saber y conocer (Husserl), para acceder al fenómeno profundo, que al no “confirmarnos”, nos libera a la vez del pasado y del futuro, del miedo y de la expectativa, abriéndonos el presente, que es eterno. Alude más al comprender que al explicar y pone a trabajar circunvoluciones y neuronas “centrales”, entre nuestros dos hemisferios enfrentados (F. Rubia) reuniendo el ser con el hacer, la mente a la materia, Norte a Sur, Yinn a Yang, Ida a Pingala, Hurin con Hanan, Noche y día, Individuo a colectivo. Nosotros, cada uno, al cosmos.

“Su” pedagogía es la del símbolo: una pedagogía que nos hace libres, pues ningún símbolo admite la interpretación “autorizada”: invoca y convoca el sentido, que siempre será personal, individual, percibido en la intimidad de cada quien, deconstruye y reconstruye, en un mágico catabolismo que se resuelve en el anabolismo del ser siempre enriquecido y cada vez más cerca de su esencia, que es pura libertad.

Documento 1 Nuevo Bachillerato Ecuatoriano

Cuando Fedro preguntó a Sócrates, gran maestro del pensamiento griego en la Atenas del siglo V antes de Cristo, si el plátano bajo el cual iban a dialogar filosóficamente era el mismo donde el dios Bóreas había raptado a la ninfa Oritia, el sabio respondió que no tenía tiempo para saber si fue un dios o simplemente el Viento del Norte quien la hizo caer por el acantilado, porque estaba muy ocupado cumpliendo la divisa “Conócete a ti mismo” inscrita en el pronaos del templo del Oráculo de Delfos. Así nos lo contó Platón en un Diálogo que ha circulado desde hace 25 siglos marcando el pensamiento de la civilización occidental que, leyendo superficialmente, vio allí el nacimiento de una edad de la razón que rechaza el mito y el símbolo como portadores de conocimiento e ignora el universo del significado de las cosas y los hechos.

En una veintena de “Diálogos” platónicos, Grecia nos entregó una cosmovisión, una vía para el pensamiento y una forma de hacer ciencia, junto a una ética y una manera de vivir en la ciudad, en la Polis que, gobernada por el consenso de todos sus habitantes, llamaron democracia.

Pero Grecia había recibido desde Oriente, por la Ruta de la Seda, la semilla del pensamiento que Parménides transmitió, adaptándolo, en su Poema que mostraba las dos vías de conocimiento que cultivarían los griegos. Una de ellas, accesible al razonamiento, recorre el pensamiento de Platón, Aristóteles, los Estoicos y otros. La otra fue heredada por sus “escuelas de misterios” Órficos, de Samotracia, de Eleusis. Acceder a ellas requería penetrar en un conocimiento que, como en China o Mesopotamia, Egipto o Asia Central, estaba construido con el lenguaje de los símbolos, muy bien conocido por Platón, iniciado en sus misterios.

Con el tiempo, y por factores de índole incluso astronómica que podemos explicar cuando sea necesario, se privilegió el uso de la razón. El mundo del significado fue relegándose poco a poco.

Cinco siglos después apareció el Cristianismo, inventado como religión por Pablo, un apóstol gnóstico que en sus Cartas a las iglesias que nacían, mantuvo el secreto de las instrucciones simbólicas del Antiguo y Nuevo Testamentos del pensamiento hebreo y judío, bajo el término “sabiduría de Dios”. No es posible construir una iglesia si se permite que sus adeptos, sin intermediarios, establezcan un contacto directo con la deidad, como podía ocurrir si el mundo del significado de esos libros se ofrecía abiertamente. La iglesia destruyó la gnosis que reunía el pensamiento de los antiguos persas y egipcios con el platonismo visionario y, rechazando nuevamente al símbolo, se abrazó el dogma. Siglos después, el Doctor Tomás de Aquino “bautizó” a Aristóteles mientras la iglesia convertida en potencia política y económica en toda Europa, frente al embate del pensamiento islámico cuyos guerreros llevaban el Corán, apenas detenidos por Carlos Martel antes de dominar a los francos, tomó como salvaguarda del dogma a la lógica formal, aristotélica, que ignora el símbolo… aunque todos sus textos, del Génesis al Apocalipsis, están escritos en un lenguaje que no se puede interpretar literalmente…

Vinieron luego los hallazgos de la ciencia occidental: Galileo, Descartes, Newton obtuvieron éxitos con una cosmovisión que excluye el mundo del significado y usa un método experimental en la investigación. Basados en la razón nos dijeron que la naturaleza –incluidos nosotros- era un conjunto mecánico de eventos que podían ser pesados y medidos, gobernados por la cantidad, categoría que se convirtió en el signo de los tiempos, rechazando la mediación simbólica y el poder informador de las imágenes.

En el siglo XVI, esta modalidad del saber, de raíz grecolatina y judeo-cristiana, llegó hasta nuestros pueblos que, de norte a sur y al igual que las civilizaciones antiguas, expresaban en sus construcciones, en sus mitos, en sus instituciones sociales, en su organización familiar, en sus relaciones de producción y en cada uno de los aspectos de su vida, una cosmovisión fundamentada en la visión simbólica, con la cual accedían al significado de las cosas. En ella ríos y montañas, estrellas y poblados, antes que cantidades, eran verdaderas entidades y los colectivos humanos encarnaban ideales que bajo forma de deidades, entraban en la historia y en el tiempo de los hombres. Todas las cosas estaban habitadas por “seres” que los ritos conectaban con los hombres, sacralizando o llenando de sentido al universo. Por eso, G. Dumézil escribía en la Suiza de los años ’50, citando al poeta: “El pueblo que no posea mitos, está condenado a morir de frío…”

Así, nuestra cosmovisión originaria, que, como otras, tenía por centro al significado de la realidad, fue dominada por otra, que sólo veía la cantidad. “Anocheció en la mitad del día” y entramos en la ruta obscura. Como sustantivo sin adjetivos, entre nuestros pueblos originarios y entre nosotros, sus herederos, desaparecieron las cualidades de los hombres y las cosas.

Pero la cultura “triunfante” llegó pronto, en el siglo XIX a una contradicción fundamental. Su ciencia, construida sobre la Lógica aristotélica, sobre la Geometría de Euclides, con la Geografía de Estrabón, la Historia descriptiva de Herodoto, la Mecánica newtoniana, no podía explicar porqué la luz, era a la vez onda y partícula (experimento de Young, 1801) contrariando el principio de identidad de la lógica aristotélica usada sobre todo en Occidente.

Entonces se produjeron tres revoluciones en “nuestra” civilización (G. Durand) . Una revolución científica, que produjo geometrías no euclidianas (Riemann, Lobachevski, Bolyai) psicologías basadas en la investigación de realidades simbólicas (Freud, Adler, Jung) matemáticas que se abrían a mundos que la física empezaba a descubrir. Con ellas nacieron la Relatividad de Einstein y la Mecánica Cuántica con Planck. Progresaron la Astronomía, y la Cosmología, mientras se empezaba a comprender mejor el mundo subatómico. Se generó un mundo cibernético, se elevó la información a niveles nunca antes conocido gracias a la electrónica que funciona con fenómenos que sólo pueden explicarse a través de la física cuántica que poco tiene que ver con la lógica aristotélica y formal.

Vino también una revolución filosófica con la Fenomenología (Husserl) que permitió estudiar la vida del espíritu no desde la religión y a través de alguna iglesia, sino desde la experiencia de cada individuo que busca satisfacer una necesidad de trascendencia. Floreció el Existencialismo (Heidegger, Sartre) rechazando las definiciones dogmáticas, los esencialismos, y negándose a encasillar la experiencia humana en formulaciones abstractas, en sistemas basados en intereses, en prácticas reñidas con la ética, pues el filósofo francés ponía al final de la opción existencial, la necesidad de un compromiso que nos pone en relación humana con “el otro”. En la segunda mitad del siglo XX una revolución epistemológica fue llevada adelante por pensadores que penetraron en el saber guardado en el Islam (Henry Corbin), entre los Hebreos (Scholem) en la India (Zimmer) en China (Wilhelm, Jung), en el pensamiento Griego (Kerenyi, Otto ) y en todas las religiones del mundo (Eliade). El mundo del pensamiento empezaba a recuperar el saber guardado en textos cuyo discurso simbólico, central en esas culturas, nos fue escamoteado al nacimiento de nuestra civilización, imponiéndonos miradas unilaterales, vacías de sentido e incapaces de garantizar una moral y todo a nombre de una “objetividad” que la ciencia occidental del siglo XX ha demostrado inexistente.

Dos guerras mundiales y los eventos de la última década nos han permitido ver, como nunca y a todos, en qué termina un “liderazgo” sin ética en una civilización que ignora el símbolo, el significado, el sentido. A dónde van una ciencia que sólo ve cantidades en la naturaleza (Hiroshima, Chernobyl, Fukushima), una economía que para hacer “ganar” a unos cuantos, matemáticamente condena a “perder” a todos los demás (Quiebra mundial de bancos, burbuja inmobiliaria, “crisis” que no pagan los que ganan sino los que siempre perdemos: Plaza de Tahrir, Plaza Sol, Plaza Syntagma), un manejo de la información que sostiene a pocos, en deshonesto y violento dominio sobre todos los demás (Wikileaks). Una vida dividida, esquizoide, entre el conocimiento objetivo de las cosas y la necesidad, siempre insatisfecha, de trascendencia, imposible en una civilización que nos aprieta hasta la asfixia, dentro de sistemas productivos basados en el irrespeto a la naturaleza expoliada al ser mirada como objeto, y en el desconocimiento del otro.

Pero el mundo empieza a despertar. Los instrumentos y sistemas creados para oprimir, son usados para decir ahora a los políticos de todos los colores “no somos mercancías”. “Si se mueven los de abajo, se caen los de arriba”. La gente se organiza transversalmente…… y se mantiene la convicción de que es necesaria una “revolución ética”, un “movimiento sin líderes”, espontáneo pero eficaz, tal como ocurrió en el Centro del Mundo, en 2005…y como ocurre hoy por otros sitios.

Ahora bien, ese estado de cosas es tributario de una educación basada en una visión incompleta de la realidad, cuyo origen hemos esbozado. Es esto lo que el NBE (Nuevo Bachillerato Ecuatoriano) intenta rectificar, con la finalidad de preparar sus estudiantes para el mundo que van a encontrar al concluir su educación secundaria. Es un hecho que los problemas y necesidades mencionados provienen de un “estado de contradicción” en nuestra “civilización”, una verdadera escisión, un “hiato epistemológico” (Bachelard, Gilbert Durand) entre lo que la educación formal ofrece y las necesidades humanas impostergables. Ese es el origen de la convulsión social mundial que vivimos. La educación apropiada, con los temas adecuados, apuntando a recuperar el mundo que nos han quitado, el mundo del sentido, del significado, del valor de las cosas y los hechos es lo que nos puede ayudar a construir una identidad que no tiene porqué parecerse a la de los pueblos asiáticos, europeos, africanos o incluso americanos antiguos.

Lo que nos llena de esperanza en el proyecto del NBE, que hemos podido analizar, no es la presencia de unos u otros autores que tal vez desde puntos de vista sesgados puedan ser rechazados por unos u otros grupos que por ahora monopolizan la educación seguros de que “sus” investigaciones y experiencias son los únicos necesarios para un conocimiento sano y completo de la realidad, sino la posibilidad de volver a situarnos en nuestra condición de seres completos, capaces de descubrir significado y sentido en los hechos que, historiadores, arqueólogos, sociólogos, físicos, químicos, matemáticos, y otros agentes del saber, sean capaces de describir.

Tal vez es necesario recordar que la ciencia de occidente tiene, en palabras del físico y Premio Nobel E. Schrödinger, una capacidad crítica, una sensatez y una rigurosidad lógicas que no tenemos porqué perder, pero que están incompletas para penetrar la totalidad de lo real y él mismo, desde la cumbre de su saber científico consideraba necesario recurrir a filósofos del Islam como Nasafi o a cosmovisiones como la hindú o china, para poder tener una visión total de la realidad.

No podemos seguir formando niños y jóvenes para un mundo que, cuando ellos terminen su período de instrucción, ya no existirá. Es urgente preguntarse porqué cada vez menos gente lee o compra libros de historia, ciencias sociales, filosofía, geografía y otros ¿Son sus autores tan aburridos? ¿Son los temas tan poco interesantes? En cambio, librerías y grupos poco informados, de modo superficial, llenan sus perchas y ofertas con materiales “light” que, por desgracia, son los únicos elementos con los que cuenta la gente para “responderse” a las preguntas fundamentales. ¿Porqué no iniciar un trabajo en el cual esas necesidades que la gente satisface como puede, recurriendo a informaciones incompletas, inexactas, de segunda o tercera mano, sean solventadas por un programa que abarque toda la temática que acertadamente ha sido propuesta en el documento elaborado por el Ministerio de Educación en su esfuerzo de Reforma?

Abramos un debate, pero con todos los actores y que incluya a los pasivos de siempre, pues terminó el tiempo de las “voces autorizadas”. Los hombres tenemos derecho a la información que las instancias dominantes nos quitaron, muchas veces en nombre de prejuicios, teorías y puntos de vista que ya no funcionan, cuando no para perpetuar meros privilegios económicos y hasta financiamientos que exigían producir autómatas que sirvan a sus intereses, incapaces de reflexionar, de entrar en un mundo de sentido, de ser críticos en la investigación y de amar la verdad.

Desde nuestra visión, es seguro que si se implementa un sistema adecuado de educación, con una malla curricular que resuelva lo que 25 siglos de ciencia y pensamiento incompletos han ocultado, empezará una transformación para encontrar el sentido de nuestra ciudad, nuestro país, nuestra humanidad. La educación sirve para preservar una sociedad, para auto-producirla y animarla a ser cada vez más creativa. La Historia, la Geografía, como muchas de las ciencias de occidente, describen hechos, pero ¿cómo encontrar el significado de esas sesudas descripciones, que no sea mera repetición de lo que señalan las “iluminadas” autoridades? Allí es donde los instrumentos entregados en una educación que toca otras temáticas empieza a funcionar. No podemos continuar siendo seres incompletos, creyendo que los datos “objetivos” agotan la realidad. “Hay más cosas, entre el cielo y la tierra, que las que caben en tu filosofía” decía ya un melancólico Hamlet a su amigo Horacio en la tragedia de Shakespeare.

El centro de nuestra ciudad del “Centro”, así como los siglos pasados, y el día a día cotidianos, están llenos de símbolos, un mundo de significado se abre más allá de los razonamientos acostumbrados y se anuncia detrás de cada dato que nuestros historiadores, nuestros arqueólogos, van descubriendo, pesando, midiendo. Pero si la educación una y otra vez nos dice que allí solo había un mercado (tianguez), reduciendo la experiencia humana a categorías cuya incompletitud es mundialmente manifiesta, nunca entenderemos porqué nuestra gente, ustedes, nosotros, peregrinamos una y otra vez al lugar sagrado de nuestros ancestros, intuyendo un sentido, un significado, en sus calles, sus plazas, sus lomas, sus iglesias. ¿Para qué remitirnos al pasado y memorizar sin fin fechas y lugares de eventos que no podemos descifrar, porque los consideramos con categorías que juzgan apenas sobre lo que los sentidos pueden abarcar? ¿Porqué no recordar a ese extraño poeta que afirmaba: “Las cosas vienen a mí, ansiosas de convertirse en símbolos?...

El médico y Premio Nobel Alexis Carrel entendió, hacia 1935, que no es aconsejable suprimir alguna de las funciones humanas, sin desequilibrar por completo a cada ser. Se refería en su obra “El hombre, ese desconocido” a la necesidad de una educación que despierte y estimule todas nuestras facultades, hasta lograr la plenitud de nuestras posibilidades. Los hombres somos más, mucho más y estamos mucho más arriba, que “el amasijo de cuerdas y tendones”…en el que nos convierten los “dueños” de nuestro futuro