A  los 33 años y unos días después de beber una infusión con eléboro que  le ofreció su copero, murió Alejandro Magno en Babilonia, el 13 de Junio  del 323 a.C. Trece años antes, con sus ejércitos, que incluían  arquitectos, ingenieros, historiadores y científicos, unificó las  ciudades-estado griegas y llevó el helenismo por Cercano Oriente.  Consagrado faraón en Egipto, peregrinó al Oráculo libio de Siwa. Y en  Anatolia, al cortar con su espada el “nudo gordiano”, el Oráculo de  Gordion le confirmó en su misión de tomar Asia. Conquistó a los Persas,  entró en la India y Asia Central. Algunos historiadores piensan que fue  impulsado por un ideal de universalismo transmitido por Aristóteles, su  maestro, quien fue a su vez y por 20 años discípulo de Platón en la  Academia, fundó el Liceo y formuló dentro una inmensa obra filosófica y  científica, el Organon: “instrumento” que fijaba las leyes del “pensamiento correcto” (Lógica), vigentes hasta hoy.
Nunca la educación fue una tarea menor. De hecho, es la única vía para crear, conservar y transformar una sociedad y siempre fue vista como una actividad espiritual. Hindúes y egipcios, griegos y romanos le dedicaron enorme atención. Grecia conoció cuatro períodos de evolución en su pedagogía e intervinieron en ellos legisladores como Solón y sabios como Sócrates.
El Medioevo europeo, reinterpretando el Timeo de Platón, la organizó en Trivium: Gramática,  o ciencia de los significados en la transmisión del saber. Dialéctica,  como ciencia del pensamiento para encontrar la verdad y Retórica,  ciencia de las figuras de la comunicación… y Quadrivium: Aritmética,  ciencia de los números, vistos como entidades. Geometría, ciencia de  las formas del cosmos. Astronomía, ciencia de los mundos y sus  relaciones con las cosas y Música: ciencia de las vibraciones y  armonías. Fueron el centro del saber transmitido por sus universidades  como “Artes Liberales”. El nombre no era gratuito ni una operación de  marketing: debían liberar, a quienes lograran educarse…
Si cambiamos de escenario, los Incas consagraron sus Yachayhuasi (Casas del Saber) a la educación que impartían los Amautas, conservadores de la memoria, expertos en la lengua de los nudos al igual que los discípulos del Fo-Hi chino; maestros en astronomía y matemáticas, conocieron la ciencia de los ciclos como el Pakko que en los relatos de Huarochirí, bajo la forma de una llama triste y sabia, presente en la tierra y en los cielos (Alfa y Beta Centauri) surge al final de un Pachakutekk para salvar a los hombres, llevándolos a las alturas donde en contacto con un saber que siempre se renueva, vuelven a nacer el mundo, el tiempo y los hombres.
En el siglo XV, seguros de cumplir un destino espiritual si caminaban hacia el norte, llegaron al medium-mundi,  verdadero trono del sol pues aquí “se asentaba derecho” (Cieza de León)  y construyeron entre las cinco montañas (Salvador Lara) de la Huaca más  sagrada que señalaba al Polo (Pi-chincha), los Aclla huasi donde el  maíz se transmutaba en bebida de inmortalidad que alimentaba el  movimiento vivificador del Inti a través de la eclíptica, estudiándolo  siempre desde el Intihuatana que dominaba la meseta en Kitsato. Allí,  entre dos pequeños ríos unidos al Oriente en un tercero, el pájaro que  renace del fuego (Atauwuallpa) proyectó su Cuzco celeste, contrapolo del  terrestre en el ombligo del mundo. Sobre los Aclla Huasi la iglesia  construyó sus monasterios: San Juan, La Concepción, Santa Catalina,  Santa Clara…
Como la Jora,  nunca las bebidas sagradas presentes en todas las leyendas fueron  simples embriagantes y la “inmortalidad” que procuraban era en realidad  un estado de suprema lucidez, un emblema de la sabiduría…Desde el ámbar  funerario del neolítico al Amrita indoeuropeo (a=no, mrta=muerte), pasando por el Soma que en el noveno chakra del Rig Veda, bebe Indra antes de vencer a Vrtra, hasta la Ambrosía de los inmortales griegos con la que Ganímedes llenaba la copa de Zeus, o la hidromiel que bebían junto a Odín los dioses nórdicos. 
El  “vino” que “embriagó” al Noé hebreo, como a Padmasambhava cuando  introdujo el Budismo en Tíbet, o el vino (conocimiento) que Jesús, al  iniciar su misión, obtiene del agua (datos literales) en Caná, y el que  ofrece en su Cena, hoy sólo para cumplir un rito, siempre velaba un saber concreto. Saber y saborear comparten la raíz sapere. El vino de los epicúreos, como la leche, la miel o el aceite, bebidas y alimentos, eran el símbolo de las ciencias espirituales que, por ejemplo, los Sufíes extraían del Corán. Pero, perdida la comprensión del símbolo…qué nos queda?
Por otro lado, no hay Pueblo, así, con mayúscula, sin leyendas o sin “libro sagrado”. Con la Torah hebrea, la Biblia de los cristianos o el Corán musulmán, cada Ahl al-Kitab (Pueblo del Libro) traza y explica un destino, crea una “identidad” que cuenta… y fundamenta una educación precisa. 
Tampoco  hay proyecto político viable sin “libro fundador” o sin conocimiento  que “identifica”, por eso Napoleón, “el único hombre que lleva en su  cerebro una imagen clara de hacia dónde debe ir Europa” según Goethe,  admiraba a su vez a éste, el poeta más sabio de su tiempo. También el  ilustrado Espejo buscó despertar a los suyos con la utopía que inspirada  en Tomás Moro, gestaba en su Nuevo Luciano, y su biblioteca (Keeding) amada por J. Mejía Lequerica rebosaba la Ciencia Blancardina  descifradora de escrituras. Bolívar encontró en Simón Rodríguez al  maestro humanista que nutrió su proyecto libertario. Bello animó el  siglo heroico. Con sus libros Marx y Lenin fundamentaron el movimiento  que se extendió por países y por décadas. Gandhi asentó el Satyagraha (la  “fuerza de la verdad”) que en el ’48 liberó de los ingleses a la India,  en el Bhagavad Gita, donde Krishna mostraba el destino del alma y  enseñaba a todos los hindúes quiénes eran, qué podían, y porqué habían  entrado en este mundo…
Finalmente,  no es casual que la Indignación mundial en pos de una verdadera ética  vaya surgiendo en todas partes, de la generación más educada que hayan  conocido España o Grecia.
Su  protesta tiene un blanco directo: la supremacía del negocio, del  comercio, del mercado, sobre el hombre y sobre todo, al extremo de  convertir nuestro horizonte en una guerra para lograr empleo, que apenas  permitirá sobrevivir y nunca, ni de lejos, realizar plenamente nuestra  condición humana. 
Ahora  bien, sin ninguna reflexión y sin coraje para oponerse, “la Universidad  ha sido entregada al poder financiero” (J. Sampedro) y no solo ella:  toda la educación al momento está desvirtuada en su esencia por un poder  comerciante (…los “inversores”, esos todopoderosos fantasmas que  aterran a todas las naciones si no doblan sus rodillas a Mammon) que  hace ya varios lustros, logró elevarse gracias a recursos que pertenecen  a todos, reemplazando la esperanza por la imposición de un programa  educativo que perpetuara el gran mercado en que han convertido al  planeta, no con la finalidad de intercambiar solidariamente lo que  abunda en una parte para resolver las necesidades de otra, sino con la  voluntad expresa de ganar.
Bajo  esa consigna, no vieron la educación como acción que libere a la  sociedad y sus miembros, ofreciendo recursos e instrumentos para buscar  la verdad, sino como inversión cuyo rédito es perpetuar un mundo en el  que se ha globalizado el comercio y no la ética (Hessel). A cambio de  financiamiento, usurparon en todas partes la misión de los sabios y con  la connivencia de políticos que olvidan que su poder proviene de  nosotros, declararon inútil formar seres para pensar…imponiéndonos  una “educación por competencias”, disminuyendo al máximo el desarrollo  de nuestras facultades y “mandando a recoger” (sic) (…según las  inteligentísimas palabras de una periodista de tv local) el desarrollo de destrezas del pensamiento  que permitirían hacer analogías, correspondencias, equivalencias, que  forman el espíritu de cada estudiante hacia el desarrollo de una capacidad de síntesis que pueda captar un sistema en su conjunto, o por lo menos entrever el valor y el significado de las cosas, unida a una ética tolerante ante la diversidad, riqueza y nobleza de todas las culturas humanas.
Sólo  en una “civilización” como la nuestra, que obnubilada desde hace siglos  accede apenas a la mitad del saber, que se obsesiona con los objetos y  por lo mismo ignora lo esencial en cuanto al crecimiento de los sujetos  del conocimiento, fue posible que el mercado dicte qué, cómo y para qué  debe estudiarse, trazando una ruta expedita para mantenerse y, a la vez,  apoderarse de todo lo que pueda, siguiendo las instrucciones de “La  riqueza de las naciones” (Smith), construida en apología del interés  personal visto como puerto final del peregrinaje humano, hasta el  extremo de declarar, sin más, que habiendo convertido por fin al mundo  en un circo de intereses (Benavente), había llegado “El fin de la  Historia” (Fukuyama), forzándonos a todos a sufrir “el único” y el “más  conveniente” (para ellos) sistema económico y político… con el que  dejamos de ser hombres para convertirnos en monedas.
¿Cuál  es el fundamento espiritual, filosófico, humano, de la educación por  competencias, que nos venden en medio de una jerga de tecnicismos  disfrazada de sicopedagogía, cuando no interesa el ser humano sino lo  rápido que puede formar parte del mismo aparato productivo-consumista  del que se benefician ellos solos? “Debemos” aprender a hacer cosas, no a  pensar, y menos todavía a pensar por nosotros mismos. 
En la educación por “competencias” prima el criterio empresarial  que arruinó al mundo poniendo al dinero y al interés comerciante por  encima del conocimiento, de la dignidad y del respeto al otro. Por  definición, con esta idea que se lleva adelante en la “educación  moderna”, incluidos los centros “superiores” que casi en todas partes  sueñan con ser corporaciones, extraviados del universalismo necesario  que intuían al comienzo sus creadores en la ya muy lejana Universidad de  París del siglo XIII (Alberto Magno, Aquino), se pone todo el énfasis  en formar seres que aniquilen al otro, necesariamente convertido en  adversario, para hacerse a dentelladas, pero como cualquier cadáver, con  un “nicho” en los mercados, nuevos adoratorios del dogma neoliberal  (que a nadie libera) puesto que, para ellos y sus políticos, no somos  sino mercancías, posibilidades de ganancia, utilidades, activos fijos e  inventarios... Y todo esto, sin que nadie proteste, porque a todos nos  imponen la creencia de que la suya es la única vía, ignorando que “otro  mundo es posible”, se ha gestado y late ya en el seno del que podemos  transformar (15M, Galeano).
Así,  desde los ’90, la pedagogía se volvió “estrategia”; los estudiantes,  “clientes”, y los centros educativos: empresas donde los gerentes  expulsaron al rector para “gestionar” recursos (“enseñanza”, libros y  maestros) con la finalidad de fabricar en serie, “productos” que una vez  etiquetados (graduados) serán literalmente consumidos en una  sociedad-mercado. Quedó relegada la noción de Ex - ducere  (etimología de Educar) como el acto de conducir, nutrir y alimentar con  el conocimiento que promueve el saber en su doble acepción de conocer y  de gustar, que lleva a perfeccionar el cuerpo y el alma formándolos  para contemplar la belleza y realizar las virtudes (Platón) junto a la comprensión de la verdad que nos haría libres (Juan) según enseñó el mismo Maestro que alguna vez derribó la insolencia de los mercaderes. 
Al final, debemos dar razón a los arcaicos sistemas indoeuropeos estudiados por Dumézil desde un pensamiento complejo,  a través de las quince y tantas lenguas que aprendió para penetrar en  textos persas (Zend Avesta), hindúes (Mahabharata, Bhagavad Gita,  Ramayana), griegos (Hesíodo, Homero), romanos (Virgilio, Tito Livio) ,  celtas, sajones, britanos y otros en cuyos libros distinguió en una  especie de “sociología profunda”, las características de tres funciones:  sabiduría, fuerza y fecundidad, con la que estos pueblos vivieron a lo largo de milenios cubriendo las tierras desde Asia Central hasta Europa. 
Estas  tres instancias se revelaban entre los hindúes como colores (varnas),  leídos desde la miopía occidental sólo como “castas” infranqueables,  pero que en realidad expresaban en una lengua de símbolos, la presencia  de Purusha (a la vez  Espíritu, Hombre total y Colectivo), manifestado en el cuerpo social en  las funciones de sacerdotes y gobernantes (cabeza), en la fuerza  guerrera orientada a conservar y proteger el espíritu de cada cultura  (pecho y brazos) y en la fecundidad de productores e intercambiadores de  bienes que nutrían y generaban el colectivo social (abdomen y piernas).  
“Nuestras”  formas de gobierno, al fin y al cabo deudoras de los griegos, hijos de  los indoeuropeos, heredaron estas categorías como instituciones  sociales: legislativas, judiciales, ejecutivas; ejércitos y grupos  productivos, dentro de una “democracia” cada vez más difícil de ejercer,  pues la griega funcionaba en ciudades que se consideraban anómalas si  pasaban de cinco mil habitantes, y todos reunidos en el ágora  participaban en ella, realmente; de ahí el sonoro “no nos representan”  que hoy sacude a las “maduras” democracias europeas y descoloca a los  “cientistas sociales” que perplejos, asisten al nacimiento de una nueva  era, sin comprender lo que sucede, pues los eventos superan con mucho el  estrecho marco de la sociología corriente. ¿Será, de verdad “Google la  verdadera democracia…”? ¿Llegaremos todos a un referéndum universal en  Twitter?
Esas funciones distinguidas por los pueblos indoeuropeos en una comprensión unitaria  de la realidad, no fueron producto de ingenuas figuraciones  antropomórficas del Todo, en sociedades “pre-científicas”, sino que  dejaban ver claramente, a cualquiera y no solo a los técnicos de este  saber, que así como no tiene sentido que la cabeza vaya a donde dicten  el vientre o las piernas, es el pensamiento el que rige y ordena la  actividad humana, incluso si nuestra inevitable condición material nos  obliga en los instintos. 
En  las culturas tradicionales era impensable que el comercio dictara el  programa educativo, que alguna empresa (simplemente no existían)  decidiera qué pensar, qué enseñar, cómo vivir.
La sacralidad, es decir el sentido  de cada función y de cada colectivo, estaban definidos por la adhesión a  la ley (dharma) que armónicamente integraba todas las actividades en la  vida de estos pueblos, dando a sus seres la posibilidad de alcanzar un  equilibrio con el cosmos, desconocido por la “cultura” moderna y apenas  caricaturizado en una serie de técnicas mal comprendidas,  descontextualizadas y superficialmente aplicadas por una New Age que en  nuestras sociedades sólo es síntoma de la profunda carencia de vías  idóneas hacia la autorrealización. 
Estas  Tradiciones que tantos pueblos conservaron en sus libros, junto a las  presentes en textos como la Torah, la Biblia, El Qorán, los Upanishads,  los Puranas, con los numerosos Sutras del Budismo Hindú, Tibetano o  Chino, los libros sapienciales como el de Fo-Hi (I-Ching) o aquel del  Viejo Maestro Lao Yi (Tao Te King), pero también las Edda, la Völuspa y  el Kalevala finlandeses, unidos a las obras que se salvaron de los  “civilizadores” Zumárragas y Landas que en México o Yucatán enviaron a  la pira “las hechicerías” donde Mayas, Nahuas, Aztecas, concentraron el  saber que les venía “desde cuando no había el tiempo” (Códices  Borbónico, de Dresde, Mendoza, Azoyú y una decena más), son un legado para todos,  en el que tenemos presente también al exquisito acervo cultural de las  tradiciones orales (Huarochiri) que hoy reconstruyen antropólogos y  filólogos cada vez más sensibles a nuestras verdaderas necesidades. 
Todas estas Obras muestran la profunda unidad de la búsqueda y la experiencia humanas. También está la riqueza portentosa del Roman nacido en Occidente a lo largo del siglo XII que desde Tirant Lo Blanc,  no ha cesado de crecer iluminando los siglos: Dante, Cervantes,  Shakespeare, El Inca Garcilaso, Dostoievski, Faulkner, Proust, Joyce,  Cortázar, García Márquez...y una pléyade que aumenta en todos los  países, en una espiral logarítmica y en progresión geométrica. 
Son estas las Obras que podrían quizá estar en la base de una verdadera educación. ¿Es solo una utopía? Tal vez, pero entonces estamos en la buena compañía de Moro, Campanella o Bacon, sin los cuales ningún Renacimiento  hubiera sido posible. En el no-lugar (u-topos) que está por todas  partes, también nos reuniremos con Velasco, Las Casas, León Pinelo,  Espejo, Rocafuerte, Benigno Malo o Solano (A.Roig) pues éste es siempre  el punto donde habitan y maduran la sabiduría y la dignidad humanas,  antes de convertirse en realidad social. 
Hay  pueblos que aún aprenden a leer en sus libros sagrados (Madrasas del  Islam, universidades talmúdicas, ashrams hindúes) y otros que como los  chinos, conscientes de que cada vez son menos chinos, promueven hoy el  apurado rescate de un Confucio que hace 25 siglos afirmaba “yo soy solo  un transmisor que ama a los antiguos…” cuando hace apenas unas décadas  no tuvieron reparo en destruir, vía revolución “cultural”, el  pensamiento que había sostenido su realidad física y espiritual. ¿Por  qué será que más allá de su usurera economía de mercado están  interesados en las Analectas? Esos pueblos, a la vez que logran  “competencia” para conservarse en un mundo poblado ya por lobos, beben  en sus libros la esencia de su identidad y se hacen uno con la lengua  que expresa la naturaleza de su alma…así llegan a saber quiénes son,  porqué están aquí, a dónde pueden llegar…
Pero,  de hecho, hay algo, en realidad muchísimo, que está más allá del  anodino “enseñar a hacer cosas” enredado con lo económico y sin relación  con la calidad de los seres: enseñar a pensar, activar las potencialidades infinitas y destrezas  guardadas en la intimidad y el funcionamiento del objeto más complejo  que brotó en el universo, nuestros cerebros, capaces de soportar una  conciencia que abarque al Todo. Enseñar a pensar es contribuir a la antropogénesis.
Despertar y alimentar facultades como el pensamiento estético,  el único que nos dota de alas y nos libera de vivir a ras de tierra, es  poner a disposición de los hombres tal vez el único poder que aún se  opone a la brutal mecanización del final de una edad sombría que quiere  arrebatarnos nuestra humanidad reduciéndola a la unidimensionalidad  descrita por Marcuse.
Una  ameba, sola, en un medio de nutrientes, extiende sus seudópodos sólo  para tomar el grano de alimento…y convertirlo en ameba. De modo  semejante el conocimiento basado solo en silogismos, fundado en la  lógica formal, sin símbolos, no entrega en sus conclusiones nada que no  contengan las premisas. No existe allí “producción de conocimiento” y  eso lo mostró Kant con claridad. 
El  pensamiento estético es subversivo, allí l@s ameb@s jamás extienden su  seudópodo pues lo que ingieren es veneno que aniquila, de-construye,  desarma, fragmenta, disuelve y luego de producir un mágico nigredo, una substancia original, rearma en otro plano, en otro estado, algo cuya sustancia es Luz. Nos vuelve creadores. 
Por  eso Magritte luego de pintar perfectamente una pipa escribió debajo:  “esto no es una pipa…” enseñando a “desaprender”, a poner entre  paréntesis lo que creemos saber y conocer (Husserl), para acceder al  fenómeno profundo, que al no “confirmarnos”, nos libera a la vez del  pasado y del futuro, del miedo y de la expectativa, abriéndonos el  presente, que es eterno. Alude más al comprender que al explicar y pone a  trabajar circunvoluciones y neuronas “centrales”, entre nuestros dos  hemisferios enfrentados (F. Rubia) reuniendo el ser con el hacer, la  mente a la materia, Norte a Sur, Yinn a Yang, Ida a Pingala, Hurin con  Hanan, Noche y día, Individuo a colectivo. Nosotros, cada uno, al  cosmos.
“Su”  pedagogía es la del símbolo: una pedagogía que nos hace libres, pues  ningún símbolo admite la interpretación “autorizada”: invoca y convoca  el sentido, que siempre será  personal, individual, percibido en la intimidad de cada quien,  deconstruye y reconstruye, en un mágico catabolismo que se resuelve en  el anabolismo del ser siempre enriquecido y cada vez más cerca de su  esencia, que es pura libertad. 
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