Cuando Fedro preguntó a Sócrates, gran maestro del pensamiento griego en la Atenas del siglo V antes de Cristo, si el plátano bajo el cual iban a dialogar filosóficamente era el mismo donde el dios Bóreas había raptado a la ninfa Oritia, el sabio respondió que no tenía tiempo para saber si fue un dios o simplemente el Viento del Norte quien la hizo caer por el acantilado, porque estaba muy ocupado cumpliendo la divisa “Conócete a ti mismo” inscrita en el pronaos del templo del Oráculo de Delfos. Así nos lo contó Platón en un Diálogo que ha circulado desde hace 25 siglos marcando el pensamiento de la civilización occidental que, leyendo superficialmente, vio allí el nacimiento de una edad de la razón que rechaza el mito y el símbolo como portadores de conocimiento e ignora el universo del significado de las cosas y los hechos.
En una veintena de “Diálogos” platónicos, Grecia nos entregó una cosmovisión, una vía para el pensamiento y una forma de hacer ciencia, junto a una ética y una manera de vivir en la ciudad, en la Polis que, gobernada por el consenso de todos sus habitantes, llamaron democracia.
Pero Grecia había recibido desde Oriente, por la Ruta de la Seda, la semilla del pensamiento que Parménides transmitió, adaptándolo, en su Poema que mostraba las dos vías de conocimiento que cultivarían los griegos. Una de ellas, accesible al razonamiento, recorre el pensamiento de Platón, Aristóteles, los Estoicos y otros. La otra fue heredada por sus “escuelas de misterios” Órficos, de Samotracia, de Eleusis. Acceder a ellas requería penetrar en un conocimiento que, como en China o Mesopotamia, Egipto o Asia Central, estaba construido con el lenguaje de los símbolos, muy bien conocido por Platón, iniciado en sus misterios.
Con el tiempo, y por factores de índole incluso astronómica que podemos explicar cuando sea necesario, se privilegió el uso de la razón. El mundo del significado fue relegándose poco a poco.
Cinco siglos después apareció el Cristianismo, inventado como religión por Pablo, un apóstol gnóstico que en sus Cartas a las iglesias que nacían, mantuvo el secreto de las instrucciones simbólicas del Antiguo y Nuevo Testamentos del pensamiento hebreo y judío, bajo el término “sabiduría de Dios”. No es posible construir una iglesia si se permite que sus adeptos, sin intermediarios, establezcan un contacto directo con la deidad, como podía ocurrir si el mundo del significado de esos libros se ofrecía abiertamente. La iglesia destruyó la gnosis que reunía el pensamiento de los antiguos persas y egipcios con el platonismo visionario y, rechazando nuevamente al símbolo, se abrazó el dogma. Siglos después, el Doctor Tomás de Aquino “bautizó” a Aristóteles mientras la iglesia convertida en potencia política y económica en toda Europa, frente al embate del pensamiento islámico cuyos guerreros llevaban el Corán, apenas detenidos por Carlos Martel antes de dominar a los francos, tomó como salvaguarda del dogma a la lógica formal, aristotélica, que ignora el símbolo… aunque todos sus textos, del Génesis al Apocalipsis, están escritos en un lenguaje que no se puede interpretar literalmente…
Vinieron luego los hallazgos de la ciencia occidental: Galileo, Descartes, Newton obtuvieron éxitos con una cosmovisión que excluye el mundo del significado y usa un método experimental en la investigación. Basados en la razón nos dijeron que la naturaleza –incluidos nosotros- era un conjunto mecánico de eventos que podían ser pesados y medidos, gobernados por la cantidad, categoría que se convirtió en el signo de los tiempos, rechazando la mediación simbólica y el poder informador de las imágenes.
En el siglo XVI, esta modalidad del saber, de raíz grecolatina y judeo-cristiana, llegó hasta nuestros pueblos que, de norte a sur y al igual que las civilizaciones antiguas, expresaban en sus construcciones, en sus mitos, en sus instituciones sociales, en su organización familiar, en sus relaciones de producción y en cada uno de los aspectos de su vida, una cosmovisión fundamentada en la visión simbólica, con la cual accedían al significado de las cosas. En ella ríos y montañas, estrellas y poblados, antes que cantidades, eran verdaderas entidades y los colectivos humanos encarnaban ideales que bajo forma de deidades, entraban en la historia y en el tiempo de los hombres. Todas las cosas estaban habitadas por “seres” que los ritos conectaban con los hombres, sacralizando o llenando de sentido al universo. Por eso, G. Dumézil escribía en la Suiza de los años ’50, citando al poeta: “El pueblo que no posea mitos, está condenado a morir de frío…”
Así, nuestra cosmovisión originaria, que, como otras, tenía por centro al significado de la realidad, fue dominada por otra, que sólo veía la cantidad. “Anocheció en la mitad del día” y entramos en la ruta obscura. Como sustantivo sin adjetivos, entre nuestros pueblos originarios y entre nosotros, sus herederos, desaparecieron las cualidades de los hombres y las cosas.
Pero la cultura “triunfante” llegó pronto, en el siglo XIX a una contradicción fundamental. Su ciencia, construida sobre la Lógica aristotélica, sobre la Geometría de Euclides, con la Geografía de Estrabón, la Historia descriptiva de Herodoto, la Mecánica newtoniana, no podía explicar porqué la luz, era a la vez onda y partícula (experimento de Young, 1801) contrariando el principio de identidad de la lógica aristotélica usada sobre todo en Occidente.
Pero la cultura “triunfante” llegó pronto, en el siglo XIX a una contradicción fundamental. Su ciencia, construida sobre la Lógica aristotélica, sobre la Geometría de Euclides, con la Geografía de Estrabón, la Historia descriptiva de Herodoto, la Mecánica newtoniana, no podía explicar porqué la luz, era a la vez onda y partícula (experimento de Young, 1801) contrariando el principio de identidad de la lógica aristotélica usada sobre todo en Occidente.
Entonces se produjeron tres revoluciones en “nuestra” civilización (G. Durand) . Una revolución científica, que produjo geometrías no euclidianas (Riemann, Lobachevski, Bolyai) psicologías basadas en la investigación de realidades simbólicas (Freud, Adler, Jung) matemáticas que se abrían a mundos que la física empezaba a descubrir. Con ellas nacieron la Relatividad de Einstein y la Mecánica Cuántica con Planck. Progresaron la Astronomía, y la Cosmología, mientras se empezaba a comprender mejor el mundo subatómico. Se generó un mundo cibernético, se elevó la información a niveles nunca antes conocido gracias a la electrónica que funciona con fenómenos que sólo pueden explicarse a través de la física cuántica que poco tiene que ver con la lógica aristotélica y formal.
Vino también una revolución filosófica con la Fenomenología (Husserl) que permitió estudiar la vida del espíritu no desde la religión y a través de alguna iglesia, sino desde la experiencia de cada individuo que busca satisfacer una necesidad de trascendencia. Floreció el Existencialismo (Heidegger, Sartre) rechazando las definiciones dogmáticas, los esencialismos, y negándose a encasillar la experiencia humana en formulaciones abstractas, en sistemas basados en intereses, en prácticas reñidas con la ética, pues el filósofo francés ponía al final de la opción existencial, la necesidad de un compromiso que nos pone en relación humana con “el otro”. En la segunda mitad del siglo XX una revolución epistemológica fue llevada adelante por pensadores que penetraron en el saber guardado en el Islam (Henry Corbin), entre los Hebreos (Scholem) en la India (Zimmer) en China (Wilhelm, Jung), en el pensamiento Griego (Kerenyi, Otto ) y en todas las religiones del mundo (Eliade). El mundo del pensamiento empezaba a recuperar el saber guardado en textos cuyo discurso simbólico, central en esas culturas, nos fue escamoteado al nacimiento de nuestra civilización, imponiéndonos miradas unilaterales, vacías de sentido e incapaces de garantizar una moral y todo a nombre de una “objetividad” que la ciencia occidental del siglo XX ha demostrado inexistente.
Dos guerras mundiales y los eventos de la última década nos han permitido ver, como nunca y a todos, en qué termina un “liderazgo” sin ética en una civilización que ignora el símbolo, el significado, el sentido. A dónde van una ciencia que sólo ve cantidades en la naturaleza (Hiroshima, Chernobyl, Fukushima), una economía que para hacer “ganar” a unos cuantos, matemáticamente condena a “perder” a todos los demás (Quiebra mundial de bancos, burbuja inmobiliaria, “crisis” que no pagan los que ganan sino los que siempre perdemos: Plaza de Tahrir, Plaza Sol, Plaza Syntagma), un manejo de la información que sostiene a pocos, en deshonesto y violento dominio sobre todos los demás (Wikileaks). Una vida dividida, esquizoide, entre el conocimiento objetivo de las cosas y la necesidad, siempre insatisfecha, de trascendencia, imposible en una civilización que nos aprieta hasta la asfixia, dentro de sistemas productivos basados en el irrespeto a la naturaleza expoliada al ser mirada como objeto, y en el desconocimiento del otro.
Pero el mundo empieza a despertar. Los instrumentos y sistemas creados para oprimir, son usados para decir ahora a los políticos de todos los colores “no somos mercancías”. “Si se mueven los de abajo, se caen los de arriba”. La gente se organiza transversalmente…… y se mantiene la convicción de que es necesaria una “revolución ética”, un “movimiento sin líderes”, espontáneo pero eficaz, tal como ocurrió en el Centro del Mundo, en 2005…y como ocurre hoy por otros sitios.
Ahora bien, ese estado de cosas es tributario de una educación basada en una visión incompleta de la realidad, cuyo origen hemos esbozado. Es esto lo que el NBE (Nuevo Bachillerato Ecuatoriano) intenta rectificar, con la finalidad de preparar sus estudiantes para el mundo que van a encontrar al concluir su educación secundaria. Es un hecho que los problemas y necesidades mencionados provienen de un “estado de contradicción” en nuestra “civilización”, una verdadera escisión, un “hiato epistemológico” (Bachelard, Gilbert Durand) entre lo que la educación formal ofrece y las necesidades humanas impostergables. Ese es el origen de la convulsión social mundial que vivimos. La educación apropiada, con los temas adecuados, apuntando a recuperar el mundo que nos han quitado, el mundo del sentido, del significado, del valor de las cosas y los hechos es lo que nos puede ayudar a construir una identidad que no tiene porqué parecerse a la de los pueblos asiáticos, europeos, africanos o incluso americanos antiguos.
Lo que nos llena de esperanza en el proyecto del NBE, que hemos podido analizar, no es la presencia de unos u otros autores que tal vez desde puntos de vista sesgados puedan ser rechazados por unos u otros grupos que por ahora monopolizan la educación seguros de que “sus” investigaciones y experiencias son los únicos necesarios para un conocimiento sano y completo de la realidad, sino la posibilidad de volver a situarnos en nuestra condición de seres completos, capaces de descubrir significado y sentido en los hechos que, historiadores, arqueólogos, sociólogos, físicos, químicos, matemáticos, y otros agentes del saber, sean capaces de describir.
Tal vez es necesario recordar que la ciencia de occidente tiene, en palabras del físico y Premio Nobel E. Schrödinger, una capacidad crítica, una sensatez y una rigurosidad lógicas que no tenemos porqué perder, pero que están incompletas para penetrar la totalidad de lo real y él mismo, desde la cumbre de su saber científico consideraba necesario recurrir a filósofos del Islam como Nasafi o a cosmovisiones como la hindú o china, para poder tener una visión total de la realidad.
No podemos seguir formando niños y jóvenes para un mundo que, cuando ellos terminen su período de instrucción, ya no existirá. Es urgente preguntarse porqué cada vez menos gente lee o compra libros de historia, ciencias sociales, filosofía, geografía y otros ¿Son sus autores tan aburridos? ¿Son los temas tan poco interesantes? En cambio, librerías y grupos poco informados, de modo superficial, llenan sus perchas y ofertas con materiales “light” que, por desgracia, son los únicos elementos con los que cuenta la gente para “responderse” a las preguntas fundamentales. ¿Porqué no iniciar un trabajo en el cual esas necesidades que la gente satisface como puede, recurriendo a informaciones incompletas, inexactas, de segunda o tercera mano, sean solventadas por un programa que abarque toda la temática que acertadamente ha sido propuesta en el documento elaborado por el Ministerio de Educación en su esfuerzo de Reforma?
Abramos un debate, pero con todos los actores y que incluya a los pasivos de siempre, pues terminó el tiempo de las “voces autorizadas”. Los hombres tenemos derecho a la información que las instancias dominantes nos quitaron, muchas veces en nombre de prejuicios, teorías y puntos de vista que ya no funcionan, cuando no para perpetuar meros privilegios económicos y hasta financiamientos que exigían producir autómatas que sirvan a sus intereses, incapaces de reflexionar, de entrar en un mundo de sentido, de ser críticos en la investigación y de amar la verdad.
Desde nuestra visión, es seguro que si se implementa un sistema adecuado de educación, con una malla curricular que resuelva lo que 25 siglos de ciencia y pensamiento incompletos han ocultado, empezará una transformación para encontrar el sentido de nuestra ciudad, nuestro país, nuestra humanidad. La educación sirve para preservar una sociedad, para auto-producirla y animarla a ser cada vez más creativa. La Historia, la Geografía, como muchas de las ciencias de occidente, describen hechos, pero ¿cómo encontrar el significado de esas sesudas descripciones, que no sea mera repetición de lo que señalan las “iluminadas” autoridades? Allí es donde los instrumentos entregados en una educación que toca otras temáticas empieza a funcionar. No podemos continuar siendo seres incompletos, creyendo que los datos “objetivos” agotan la realidad. “Hay más cosas, entre el cielo y la tierra, que las que caben en tu filosofía” decía ya un melancólico Hamlet a su amigo Horacio en la tragedia de Shakespeare.
El centro de nuestra ciudad del “Centro”, así como los siglos pasados, y el día a día cotidianos, están llenos de símbolos, un mundo de significado se abre más allá de los razonamientos acostumbrados y se anuncia detrás de cada dato que nuestros historiadores, nuestros arqueólogos, van descubriendo, pesando, midiendo. Pero si la educación una y otra vez nos dice que allí solo había un mercado (tianguez), reduciendo la experiencia humana a categorías cuya incompletitud es mundialmente manifiesta, nunca entenderemos porqué nuestra gente, ustedes, nosotros, peregrinamos una y otra vez al lugar sagrado de nuestros ancestros, intuyendo un sentido, un significado, en sus calles, sus plazas, sus lomas, sus iglesias. ¿Para qué remitirnos al pasado y memorizar sin fin fechas y lugares de eventos que no podemos descifrar, porque los consideramos con categorías que juzgan apenas sobre lo que los sentidos pueden abarcar? ¿Porqué no recordar a ese extraño poeta que afirmaba: “Las cosas vienen a mí, ansiosas de convertirse en símbolos?...
El médico y Premio Nobel Alexis Carrel entendió, hacia 1935, que no es aconsejable suprimir alguna de las funciones humanas, sin desequilibrar por completo a cada ser. Se refería en su obra “El hombre, ese desconocido” a la necesidad de una educación que despierte y estimule todas nuestras facultades, hasta lograr la plenitud de nuestras posibilidades. Los hombres somos más, mucho más y estamos mucho más arriba, que “el amasijo de cuerdas y tendones”…en el que nos convierten los “dueños” de nuestro futuro
No hay comentarios:
Publicar un comentario